Reconocimiento del valor de una Redacción

Francisco Ríos Álvarez

GALICIA

MARCOS MÍGUEZ

06 oct 2022 . Actualizado a las 22:39 h.

Majestad, señor presidente de la Xunta, señor presidente de La Voz de Galicia, autoridades, señores y señoras:

Permítanme que comience mi intervención agradeciendo al jurado la concesión del Premio Fernández Latorre, galardón que aprecio especialmente, pues me siento muy vinculado a él por varias razones. Mi primera presencia en este acto data ya de hace cerca de cuarenta años. Era entonces una cena que reunía a una veintena de comensales. Junto al que hoy es presidente de La Voz y varios directivos del periódico de entonces se sentaban ilustres personajes de la intelectualidad y las letras gallegas. Entre ellos estaban, por citar solo a algunos, Domingo García-Sabell, Francisco Fernández del Riego, Carlos Casares, Isaac Díaz Pardo... cuya charla escuchaba con atención de alumno un joven redactor jefe que tiempo después se ocuparía en la elaboración de un libro conmemorativo de las primeras 45 ediciones del Premio Fernández Latorre. En esta ocasión llegamos ya a la sexagesimocuarta.

Cuando recibí la noticia de la concesión, mi reacción inicial fue de sorpresa y emoción. Sorpresa porque nunca esperé distinción alguna por haber hecho mi trabajo. En él no veo el reflejo de un talento que no hallo en mí. Si algún valor me reconozco es solo esfuerzo y dedicación a La Voz de Galicia en medio siglo de intensa relación, que ha sido laboral durante gran parte de ese tiempo.

En algún momento en que me he parado a pensar en las razones por las que ha recaído en mí este honor he concluido que, junto a la generosidad del jurado, en cierto modo se premia en mi persona a una Redacción que ha hecho de La Voz uno de los primeros periódicos de España bajo la magistral batuta de su presidente y editor, Santiago Rey Fernández-Latorre. Creo, pues, que es de justicia hacer de alguna manera a esa Redacción copartícipe de este premio.

En las viejas escuelas que precedieron a las facultades universitarias de periodismo nos enseñaban que los periódicos tenían tres funciones: informar, formar y deleitar o entretener. Sin la primera no sería posible desarrollar las otras. Los ciudadanos del siglo XXI necesitan estar informados, bien informados. De ello llegan a depender incluso decisiones que pueden cambiar el rumbo de sus vidas. Esa información, que debe ser rigurosa y completa, la proporciona fundamentalmente la prensa seria, los diarios independientes, que lo son porque solo responden ante sus lectores.

Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos y uno de los padres fundadores de aquella nación, dijo que prefería un país sin Gobierno que un país sin periódicos. A este sustantivo, periódicos, debemos añadir los adjetivos solventes, veraces, independientes... en fin, periódicos de calidad. Esos diarios tratan hoy de mantener sus compromisos con sus audiencias, que les son disputadas en una ciberselva donde se cambian interesadamente las reglas del juego, y muchas veces no en beneficio del público.

Un estudio de la Sociedad Estadounidense de Editores de Periódicos sobre las causas de la pérdida de conexión entre los diarios y sus lectores ha revelado varios factores que llevan a una merma de credibilidad de los medios. Uno de ellos es que la audiencia detecta demasiados errores, tanto lingüísticos como sobre los hechos que se relatan. Creen los lectores que la subjetividad del periodista influye en cómo elabora sus informaciones. Y un dato para la reflexión: quienes han tenido alguna experiencia con el proceso informativo son los que más dudan de la credibilidad del medio. El estudio es de hace años, pero sus conclusiones siguen siendo válidas.

Cuando la aldea global anunciada por McLuhan se ha hecho realidad, cuando el acceso a la información es inmediato, es más necesario que nunca que haya quien separe el grano de la paja, lo importante de lo fútil, que analice con solvencia en una maraña informativa donde el lector llega a verse perdido. Cuando se prima lo circunstancial sobre lo fundamental, las emociones sobre las razones y los hechos, la respuesta serena solo la pueden dar los medios donde trabajan los mejores periodistas, los que consiguen las noticias, las contextualizan y las narran de forma atractiva y comprensible, para lo cual emplean con eficacia la herramienta fundamental del comunicador, la palabra.

Cualquiera que sea el idioma que se emplee, el objetivo de hablar o escribir correctamente es comunicar bien, con claridad y sencillez. He sido permanente testigo de la preocupación de esta casa por lograr altos niveles de calidad en sus productos. Una y otra vez se han buscado fórmulas para conseguirla también en los aspectos formales. Aquí se ha impartido un máster en periodismo del que han salido muchos de los mejores profesionales de esta empresa y de otros medios. Se ha hecho un corrector ortográfico propio, un libro de estilo... en fin, un conjunto de herramientas que, puestas en manos del periodista, pretenden facilitarle su trabajo, a fin de que dé lo mejor de sí.

Las dificultades son muchas, pero podemos estar seguros de que el empeño de los buenos periodistas y de las empresas cuyo único interés es el periodismo acabarán dado los frutos que necesitan los ciudadanos.

Concluyo agradeciendo de nuevo este premio al jurado y su presidente, Santiago Rey Fernández-Latorre, al que también felicitamos en el 140 aniversario de La Voz de Galicia, que bajo su dirección ha alcanzado las cotas de excelencia que tiene hoy.

Muchas gracias.