
Francesco Tonucci y Marta Román alertan sobre la educación proteccionista que domestica la infancia y genera la incipiente epidemia de salud mental, desde Vaiderúas!, el congreso de movilidad de Vilagarcía. Sigue la emisión en lavoz.es y en el perfil de Facebook de La Voz a partir de las 11.00
22 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.«Cuando mis hermanas y yo nos criamos, se entendía que los niños teníamos capacidad para asumir riesgos y aprender. Hoy estamos en una sociedad que considera a los niños discapacitados, los vemos incapaces. Debemos sacar a la infancia de la cautividad». La madrileña Marta Román Rivas nació en 1962. Geógrafa y referencia en España en movilidad e infancia, sus frases condensan el mensaje central que, junto al psicopedagogo italiano Francesco Tonucci, faro mundial de quienes reclaman una revolución en la educación de los niños, lanzaron ayer en el congreso sobre movilidad del futuro Vaiderúas!, que organiza esta semana el Concello de Vilagarcía de Arousa.
Con el título «A infancia necesita máis rúa» como punto de partida, la mesa de diálogo entre los dos expertos, vehiculada por la arquitecta, profesora y ex conselleira de Vivenda e Solo Teresa Táboas, enmendó la plana a la forma que la sociedad actual tiene de gestionar su futuro, antes que a los padres, atrapados por el aplastante peso de la primera y sus inercias. A estos últimos Tonucci y Román encargan la tarea titánica de rebelarse contra ello y recuperar la esencia de la educación de toda la vida para no seguir ahogando a sus hijos y alimentando la epidemia de salud mental que comienza a visualizar sus efectos entre nuestros jóvenes y adolescentes. La receta, devolverles a los infantes la otrora movilidad autónoma en las calles, desde poder acudir solos al colegio a pasar su tiempo de ocio en ella junto a sus amigos; los conocidos y por conocer.
«Por miedo a que mueran, no los dejamos vivir». Tonucci recordó la frase que su admirado Janusz Korczak, pedagogo pionero en la defensa de los derechos de los niños, dirigió a las madres de Varsovia durante la ocupación nazi antes de ser él mismo víctima del Holocausto contra los judíos en el campo de Treblinka. Como Román, Tonucci no duda en emplear en su discurso el recurso a la dureza en busca de la reacción de la sociedad ante un problema de dimensiones gigantescas que encuentra en el control vaciado y estabulación, principio y fin, causa y consecuencia.
Tonucci y Román recuerdan que la calle fue siempre el espacio de ocio, crecimiento y coeducación de los hijos, y que solo dejó de serlo recientemente, tras un «proceso muy silencioso de domesticación de la infancia», define la madrileña, materializando la «traición total al derecho al juego de los niños», añade Tonucci. Y así, «lo que era algo natural —que los niños pudiesen salir solos a la calle— se convirtió en algo complejísimo», hasta el punto de entender que los menores no pueden ir solos ni siquiera de su casa al colegio. Una transformación social que tiene su reflejo en el modelo urbanístico, con espacios perfectamente delimitados para el juego de los infantes, «separados, lo que significa excluidos», comenta el maestro italiano, que extiende esta última reflexión al tratamiento que se les da a las personas mayores y discapacitadas en las zonas públicas de convivencia.
El tesoro cautivo de la sociedad
Tras haber dedicado años de búsqueda, Marta Román tiene clara la causa del éxodo forzado de los hijos de la calle: «Es una cuestión demográfica. Tenemos muchos menos niños y son mucho más valiosos. Es el tesoro de la sociedad. Y como tal tesoro, tiene que estar cautivo y protegido [...] La sociedad exige a las familias estar permanentemente preocupadas por sus hijos; y si estás tranquila, eres mala madre. Eso es terrible para las criaturas y terrible para las familias. No estamos permitiendo a los niños vivir la vida y ocupar su espacio». «Perder la calle», explica Román, «es perder la sociedad, su diversidad, el aporte que le proporciona a la crianza» de los futuros adultos. Más allá de la escuela, «tener solo a papá y mamá es como si comes solo solomillo. Te falta la vitamina, te falta todo el resto del alimento para tener una dieta sana, la diversidad que te hace entender y comprender el mundo».
El tiempo libre perdido
En la misma línea, Tonucci recordó que la Convención sobre los Derechos del Niño recoge su «derecho al descanso, al tiempo libre y al juego. Hoy han perdido el tiempo libre, y perdiendo eso, han perdido el juego». Una actividad que, esgrime el italiano, «debe ser inútil, debe ser gratuita, una competencia infantil» que, más allá del asfixiante control de los padres del tiempo y los espacios de sus hijos, ha sido expropiada a los chavales por la proliferación de columpios y demás mobiliario que les marcan cómo jugar. Los niños, reitera Tonucci, «lo único que necesitan es la calle» para «inventar sus juegos». Por ello, Marta Román pide romper ese otro obstáculo levantado por la compartimentación de los espacios públicos, que lleva a que «haya gente que cuando ve a niños jugando fuera de los parques entiende que hacen algo indebido».
El control GPS de seres aislados
En una sociedad en la que demasiados padres llegan incluso a controlar por GPS la geolocalización de sus hijos, Tonucci aboga por «ayudar a los padres a que entiendan que sus niños son capaces, que la autonomía no es un derecho que empieza a los 12-14 años, sino en cuanto se corta el cordón umbilical y que la autonomía crezca cada vez un poco más». Porque «los niños son sensibles indicadores ambientales, como las luciérnagas o las golondrinas, que si hay contaminación, no vuelven. Los niños son así, si desaparecen de la calle es que la sociedad está enferma». El problema, señala Román, es que «no hay separación padres-niños» y con ello «creamos seres aislados», la base de la incipiente pandemia de salud mental.
«Los padres tienen que bajar el termómetro del miedo y no sentirse culpables por ello»
«A los niños les falta espacio vital, no pueden tener secretos. Ya estaban preconfinados antes de la pandemia», expone Marta Román, quien atribuye el origen del gran problema de salud mental entre los jóvenes, disparado durante la cuarentena, a su «falta de espacio de juego, de desarrollo y de exploración» en su etapa infantil. Desde que la sociedad les escamoteó su autonomía en la calle, creando individuos que suplen su falta de experiencias y aprendizajes fuera del núcleo familiar «llenando la cabeza de fantasías y delirios», apunta la experta: «Si una sociedad no es capaz de resolver los pequeños conflictos, quedan larvados y acaban estallando. Ahora los niños no pueden resolver sus problemas, porque cualquier desencuentro es tratado como bullying. A veces los niños tienen que pelearse, porque si no dejamos que salga fuera, eso en el futuro se transforma en violencia».
Junto a ello, Tonucci denuncia que «la transgresión es un lujo que los niños de hoy no pueden vivir. Transgredir es aprender el riesgo que se corre y pagar un coste. Si no lo aprenden de niños, en la adolescencia pueden acabar conviviendo con cosas graves, como muertes o drogas».
¿Y la solución? Los expertos apelan a los padres: «Hay que bajar el termómetro del miedo», «no sentirse culpables» por rebelarse contra el sobreproteccionismo social y hacerlo apoyándose en otros padres que lo entiendan igual.