La insultocracia que nació en Galicia

GALICIA

María Pedreda

27 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Érase una vez un chaval enclenque del que abusaban los matones del barrio. Sobre este prólogo poco original se elaboró el guion de Karate Kid, una versión de otras muchas historias de héroes forjados por la adversidad que mezclaban filosofía zen y mamporros a granel. El caso es que el protagonista, a costa de irse pareciendo a un ecce homo, labra un carácter indomable ayudado por un mentor que, cuando no está de viaje con el Imserso, adiestra su cuerpo y su mente para el combate. El final feliz es previsible y por lo tanto se lo ahorro a ustedes. 

No es previsible, sin embargo, lo que el destino depara a Feijoo en su nueva aventura, en esa final en la que jugará de visitante contra otro fajador. De todas formas los adversarios que estas semanas lo escarnecen, harían bien en ver de nuevo la película del escuchimizado novicio que aprende a base de golpes. Ese aprendizaje lo tuvo él en Galicia. En sus biografías apresuradas suelen omitirse las cicatrices que dejaron en su carácter aquellas broncas sesiones parlamentarias, cuyos resúmenes no podían emitirse en horario infantil.

Un muestrario no apto para lectores sensibles: chulo de barra americana, narcopresidente, genocida, sicario, macarra y, por supuesto, fascista. No llegaron a llamarle maleducado porque eso hubiera sido objeto de posible denuncia. El diario de sesiones guardará para la posteridad el surtido de improperios que se dirigieron contra el mandatario democrático de Galicia, en los que más tarde se inspiraría Donald Trump. Hay raíces gallegas en la trumpimanía porque Feijoo y Hillary Clinton sufrieron análogos aldraxes. Total, que los matones de aquel Parlamento hicieron lo mismo que los de la película, provocando una reacción idéntica. Con la ayuda de un coach llamado Romay Beccaría, el aludido aprende a combinar reformismo y estoicismo, al tiempo que la banda del insulto se ve incapaz de cobrar la pieza. Su miembro más iracundo tira la toalla y Yolanda Díaz adecúa el léxico para ser una roja de exquisitos modales. 

Sin pretenderlo, los rivales que tuvo Feijoo en esa cacería lo vacunaron con varias dosis y contra diferentes variantes del virus. Inocularon en su biografía anticuerpos que ahora le son de extraordinaria utilidad. El viento a favor de las encuestas hace que se abra contra él la caja de los truenos, pero dentro solo hay ingenuas collejas de ministros y portavoces que, tras bailarle el aurresku a Otegi y aplicar la ley del embudo en Cataluña, lo tachan de extremista. Cuánta falta les haría Iván Redondo para descubrir el talón de Aquiles del gallego antes de que sea tarde. Lo que están haciendo con él es un remake malo de una insultocracia estrenada en Galicia sin público. Tal vez sacando al dóberman de la perrera de la historia haya mejor resultado.

Si existiera Anna Pontova

Si por un casual Anna Pontova fuera una dirigente nacionalista de un pueblo de cultura diferenciada y lengua propia ubicado en la Federación Rusa, su situación sería precaria. Su partido, defensor de la independencia, sufriría en las catacumbas y no formaría parte de ningún parlamento porque tal institución no existiría más allá de una pantomima. Su amado idioma languidecería lejos de escuelas o universidades que usarían la lengua del imperio sin concesión alguna a esa jerga que tendría consideración de dialecto. De tener Anna alguna veleidad ecologista, debería esconderla para no transgredir la política energética del régimen, asociada a nucleares obsoletas y centrales de carbón anticuadas. A sus amigos no heteros tendría que mantenerlos ocultos para evitar las represalias del sistema contra los desviados sexuales. Ante la invasión de Ucrania no se le hubiera ocurrido fundar una plataforma contra la OTAN, sino dar gracias por su existencia. Aquí alguien de nombre muy parecido piensa lo contrario.

Lo otro siempre es mejor

He aquí un truco muy habitual en los debates sobre cuestiones acuciantes. Hace pocos días, a propósito de los incendios, una lideresa reclamaba con énfasis «otra» política forestal. La artimaña no es excepcional. No son pocos los políticos o expertos que se refieren a la necesidad de «otra» política energética, agraria, industrial, sanitaria, demográfica, lingüística y todos los etcéteras que ustedes quieran añadir. La ventaja del malabarismo es doble: uno logra, no esos quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol, pero sí un momento de notoriedad que nunca viene mal; y al mismo tiempo se evita cualquier concreción. La solución es simplemente «otra». Dado que nadie la conoce, ni la conocerá, puede afirmarse que la «otra» política es mejor que la vigente. El otrismo se extiende debido a sus ventajas, lo cual da pie para recodar a don Manuel Iglesias Corral quien, harto de escuchar las referencias de un orador a un poeta, se levantó y preguntó: «¿Qué poeta?». Pues eso: que digan cuál es la «otra» política.