Federico Martinón, pediatra e investigador: «Tres hijos me parecen poquísimos»

GALICIA

Sandra Alonso

«Los de familia numerosa somos más espabilados, porque te obliga a competir», indica el jefe de servicio en el CHUS, premio Afectivo Efectivo y Admirables 2022 tras su labor divulgativa durante la pandemia

05 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Es el mayor de siete hermanos y el tercer Federico Martinón pediatra de la familia. Nacido en 1971 en su Ourense del alma —«los ourensanos son los que llevan el peso del hospital de Santiago, y somos los que realmente mantenemos el peso de Galicia», dice—, allí permaneció hasta que a los 17 años se fue precisamente a Santiago para estudiar Medicina. Hoy es jefe del servicio de Pediatría en el Hospital Clínico Universitario compostelano, todo un referente europeo en el ámbito de la vacunación infantil y uno de los rostros de la pandemia en Galicia.

—Sí, por la pandemia he estado sobreexpuesto a los medios, pero sin ninguna intención más que colaborar e informar. Es una parte inherente a nuestra profesión el conectar con la gente de a pie, y el feedback que obtienes es muchas veces en la calle, de personas que espontáneamente te lo agradecen. Pero la sobreexposición también genera situaciones desagradables.

—¿Por defender la vacunación?

—Tiene sus pros y sus contras. Si yo tuviera beneficios personales, una privada o algo así, tendría a lo mejor un interés secundario. Pero aquí mi único interés es el de informar y el de ayudar.

—¿Cree que los padres acuden demasiado al doctor Google?

—El problema no es el doctor Google. El problema es que cuando tú le preguntas, no lo formulas esperando que te conteste la verdad, sino lo que quieres oír. Si le dices: «¿La vacuna mata?», recibirás todas las respuestas que contengan esas palabras, aunque solo sea una. Publicamos un trabajo hace años sobre esto mismo, y concluyó que el 40 % de las respuestas eran erróneas y sin ninguna base científica.

—¿El mal de los niños de hoy?

—Creo que uno es la conciliación, que muchas veces delegamos en el colegio o en otros contextos. Buscar tiempo de calidad es complicado. Y luego, cuando lo tienes, a veces entras en una filosofía de la satisfacción del todo. Si a tu hijo no le dices que no a algo antes de los 14 años, es difícil que responda al no a partir de esa edad. Es un trabajo diario. Decir que sí a todo no es educar.

—¿Qué pasa cuando el pediatra es también el padre?

—Es muy personal, pero creo que ser pediatra y padre es una suerte, porque así sabes a qué atenerte o cómo actuar. También es cierto que en casa de herrero, cuchillo de palo; basta que lo seas para que no estés tan pendiente de esa parte. Pero sí, que sea tu formación profesional mitiga muchas alarmas y preocupaciones normales de cualquier padre. Es una suerte disponer de un médico en casa para tranquilizar y decidir.

—El que no se tranquiliza nunca es el propio médico...

—Obviamente, cuando se trata de algo malo, te llevas la parte negativa. Pero la medicina es una vocación, y eso no se debería olvidar. Nunca puedes dejar de ejercer. Tú eres abogado y si discute una pareja, no te paran y te dicen: «Quiero presentar una demanda de divorcio». Pero si yo estoy en la calle y le pasa algo a alguna persona, tengo que atenderla. Me da igual que sea en mi día libre.

—Le viene de familia.

—Sí, lo que tienes a tu alrededor influye. Yo soy el tercer Federico Martinón pediatra, y aún hay más pediatras que mi abuelo, mi padre y yo. Están mi tío, mi tía que falleció, mi hermana... Pero no tuve presión, al contrario. Mis padres nos han facilitado los medios para dar lo mejor de nosotros y poder elegir, nos han influido y educado en la cultura del esfuerzo.

—¿Y en qué influye usted en casa?

—Un día mi hija mayor, con 8 o 9 años, se acercó a mi padre, que estaba estudiando, y le dijo: «Abuelo, tú estudias mucho, ¿verdad?». Él respondió: «Sí». Y ella le contestó: «Pues mi padre más», ja, ja. Me encantó, es lo que ve en mí.

—Es el mayor de siete hermanos.

—Sí, para mí un valor fundamental es la familia, y ha sido una suerte poder crecer en una numerosa. Nuestros padres lo priorizaron sobre otras cosas y aspiraciones que pudieron tener. Y si está bien avenida, genera unos vínculos, una unidad y una fortaleza difícilmente descriptibles. Los de familia numerosa somos más espabilados, porque te obliga desde pequeño a competir por el postre, por repetir el plato... Me refiero a una competición sana.

—¿Reprodujo el modelo?

—Yo tengo tres hijos fantásticos, buenísimos. Lo que pasa es que tres hijos me parecen poquísimos con los siete que éramos.

—Se crio en una casa con una biblioteca de miles de libros, ¿con cuál se queda?

—De todos mis hermanos soy el más inculto, porque me he sobrehiperatrofiado tremendamente, casi el cien por cien de lo que leo es medicina. Pero te digo dos, uno interesadamente y otro que siempre me encantó. Mi libro de cabecera era el Libro del desasosiego, de Pessoa. Y mi libro preferido ahora es Homo imperfectus, de mi hermana [María Martinón, médica y paleoantropóloga].

—¿Celta o Dépor?

—Dépor, porque me dio muchas alegrías en su día.

—Defínase.

—Soy una persona muy exigente, que no tiene miedo a los retos, muy familiar. También me gusta la buena mesa, eso que ahora llaman foodies. Creo que soy honesto, con mucho carácter para defender mis posiciones. Y lo que tengo es que siempre me veo bien. Tengo un trastorno dismorfofóbico positivo, me miro al espejo y digo: «Qué bien estás». Me digan que estoy delgado o gordo, suelo estar contento conmigo mismo, y soy positivo.

—¿Qué es lo más importante de la vida?

—Ser consciente de que es un don temporal que hay que explotar al máximo.