El emérito sale de Sanxenxo para verse con Felipe VI en la Zarzuela en un frío reencuentro

CRISTINA BARRAL / L. Pérez / M. E. Alonso SANXENXO / LA VOZ, COLPISA

GALICIA

Capotillo

El monarca, que partió poco antes de las 07.40 horas de la casa de Pedro Campos rumbo a Peinador, reitera que espera «muchos abrazos» de este encuentro con su hijo

23 may 2022 . Actualizado a las 08:15 h.

Juan Carlos I ha salido esta mañana, un poco antes de las 7,40 de la mañana, de la casa de Pedro Campos, en Sanxenxo, rumbo a Peinador, donde cogerá un avión para acudir al Palacio de la Zarzuela a verse con su hijo Felipe VI y con Doña Sofía después de casi dos años. El rey emérito ha salido de la vivienda de Nanín a bordo del coche de su amigo y, ante los medios de comunicación, ha reiterado que espera «muchos abrazos» de este encuentro con su hijo.

 Ayer, tras recoger el Trofeo Viajes InterRías de Sanxenxo como líder de la primera embarcación clasificada en la categoría de Clásicos, Juan Carlos I ya contestó de forma parecida a la prensa. «Majestad, ¿qué espera del reencuentro de mañana?», le preguntaron los periodistas ante la visita que hará hoy a Zarzuela para ver a su hijo, el rey Felipe VI, y a Sofía de Grecia tras dos años en Abu Dabi. «Muchos abrazos y ver a la familia», respondió el emérito.

No era la primera vez que contestaba el domingo a esta pregunta. Lo hizo por primera vez por la mañana, a su llegada a la regata en torno a las 10.30 horas tras una noche de tormenta que pasó en la casa de su amigo y presidente del Real Club Náutico, Pedro Campos. Antes de embarcar para regatear como patrón a bordo del Bribón 500, el emérito contestó con un «pregunta, pregunta tú», lo que motivó que se le volviera a cuestionar sobre el reencuentro. Fue entonces cuando se escuchó un «yo estoy aquí, en Sanxenxo», no sin antes referirse al encuentro del sábado con su nieto Pablo Urdangarin, al que saludó en el partido disputado en Pontevedra entre el Cisne y el Barça B: «Mi nieto muy bien», aseguró.

Al final de la jornada, preguntado una vez más, en esta ocasión por La Sexta sobre si dará explicaciones a su hijo en Zarzuela tras regresar de Abu Dabi, respondió riéndose: «Explicaciones, ¿de qué?». Lo hizo desde el asiento de copiloto de su anfitrión, Pedro Campos, que cortó la intervención del emérito arrancando el coche y accionando la bocina del coche.

Juan Carlos I se encontró muy cómodo en Galicia. A un recibimiento caluroso se le sumaron ayer los gritos de «¡viva el rey!» y «¡viva don Juan Carlos!», además de un sonoro aplauso, en el momento en que recibió primero el reconocimiento previo por su contribución a la vela y después el trofeo.

Entre vítores y aplausos

Los vítores comenzaron desde el mismo momento en que apareció para presenciar el acto sentado en una silla y ayudado por su bastón. Telmo Martín, alcalde de Sanxenxo, le recibió en la explanada del puerto deportivo que lleva el nombre del monarca.

Completan el podio de la categoría de Juan Carlos I el Titia, también del Náutico de la localidad pontevedresa, y el Caprice, del Club de Canido, en la que fue la tercera jornada de regatas, con tan solo una prueba disputada tras la anulación el sábado de las pruebas por las condiciones meteorológicas adversas.

Si bien el día arrancaba lluvioso, el sol fue abriéndose paso y, con él, también aumentó el ambiente de viandantes que paseaban por los alrededores del Club Náutico. Algunos declinaban hablar. No porque no compartiesen la visita del rey emérito, sino porque los medios eran muchos, y más de uno ya había repetido como blanco de los periodistas. Áurea, que es vecina de Dorrón, a tres kilómetros de Sanxenxo, fue de las que no tuvo inconveniente. «Me parece muy bien que esté aquí, y sería estupendo que se retirara aquí. Sanxenxo ya es muy turístico, pero sería una buena opción», declaraba. Su compañera de paseo, que prefirió el anonimato, dijo ver bien su estancia en Sanxenxo, porque «fue rey de España». Áurea añadió, incluso, que «también otros políticos tienen sus follones». La práctica mayoría de los consultados no le ponían ayer un pero a la estancia de Juan Carlos I.

Entre los pocos que claramente no entendían nada estaban dos turistas barceloneses que se hospedaban en Pontevedra, Antonio y Rosa. Él hablaba mientras ella asentía a su lado: «Me parece lamentable. No entiendo cómo la gente, después de conocer lo que ha pasado, lo aclama y lo vitorea. Parece que le perdonan lo que ha hecho».

Ángel y Mari, de la costa de Lugo, tiraron de retranca gallega y aseguraron que no estaban en Sanxenxo por el rey emérito. «Tería as súas cousas boas e malas, pero a esta idade...», señalaban tras un intenso fin de semana para el municipio. 

Un frío reencuentro privado con Felipe VI 22 meses después de establecer su residencia en Abu Dabi

El de hoy será el primer cara a cara, al menos que haya trascendido, entre quien desempeña la Jefatura del Estado y su predecesor desde que el emérito se viera forzado a establecer hace 22 meses su residencia en Abu Dabi dada la erosión a la que estaban sometiendo a la institución monárquica las investigaciones sobre su patrimonio y la relación con Corinna Larsen. La aristócrata libra aún un pleito por acoso contra Juan Carlos de Borbón en Londres. Zarzuela se ha resistido a detallar la cita entre los dos monarcas: no hay hora ni formato concretados —se apunta a un desayuno— ni tampoco está prevista una imagen de la Familia Real. La última oficial de padre e hijo data de mayo de 2019.

Todo lo que ha venido sucediéndose en torno al regreso a España de Juan Carlos I, una vez que la Fiscalía archivó las causas en su contra por la triple combinación de las regularizaciones fiscales realizadas por el exjefe del Estado, la inviolabilidad que le ampara y la prescripción de algunos de los hechos investigados, se ha escrito con la tinta de la lejanía entre los desafíos que encara el rey y la realidad paralela escenificada por su padre en su visita.

Quien fue durante décadas un símbolo de la concordia entre españoles ha sembrado la discordia con sus conductas privadas mientras reinaba. La vuelta a su país no solo no ha atenuado la incomodidad, sino que esta se ha hecho visible en los gestos y actitudes que se han observado, analizado e interpretado con lupa, justo lo que Zarzuela pretendía evitar en la ya de por sí difícil y compleja normalización de la presencia en España de Juan Carlos I.

Los acontecimientos de estos últimos cuatro días, en los que el emérito no se ha pronunciado sobre las sombras de su ejecutoria, han evidenciado que el protocolo pactado para el regreso llevaba consigo el germen del desencuentro. Y que los malestares cruzados hayan trascendido, hasta contaminar el reencuentro de hoy, subraya cómo el viaje ha hecho sangrar la herida entre Juan Carlos I y su heredero.

El rey emérito quería que la recepción en Zarzuela le permitiera alojarse en la que fue su residencia 40 años. Felipe VI, que acudiera a verle antes de desplazarse a Sanxenxo evitando las alharacas. Ni una condición ni otra han sido posibles y el reencuentro se ha teñido de frialdad. Es una incógnita qué permitirá mañana la Casa Real que trascienda del mismo, mientras el Gobierno y los partidos se enzarzan sobre la conducta real y el porvenir mismo de la Monarquía en el primer capítulo de un retorno que se repetirá el 10 de junio.