Sin carisma no hay paraíso

GALICIA

Pilar Canicoba

El carecer de semejante gracia no implica que se sea un mal político. Y el poder siempre ayuda a engrandecer al personaje

07 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El carisma político es imposible de describir. Le ocurre lo mismo que al tiempo, con el que san Agustín se hace un lío ontológico en sus Confesiones. Confiesa que sabe lo que es si nadie le pregunta, pero si le preguntan, deja de saberlo. Por si hay alguna duda al respecto, el santo no era gallego sino de Tagaste, allá por el norte de África, aunque esa forma de razonar nos resulte familiar. En cuanto al carisma, sabemos quién lo tiene, pero no la causa de que lo tenga. La gente experimenta una inclinación especial hacia el portador: lo escucha con más atención, siente que lo que dice es importante a pesar de que sea una obviedad, y percibe que llena el espacio al entrar en un recinto. Si uno se fija bien, hay un halo a su alrededor como el que hace resplandecer a los santos en las pinturas sacras.

Son todos ellos síntomas de que se posee el don. Por ceñirnos a Galicia, Manuel Fraga está en la cima olímpica del carisma y le hacen compañía Xosé Manuel Beiras, Paco Vázquez, Caballero (Abel, claro) o el alcalde de Oleiros. Es una selección apresurada donde no están todos los que son y en la que falta, obviamente, el Alberto Núñez Feijoo que ya está soltando las últimas amarras.

Otra circunstancia que tiene el tipo carismático es que su aura también irradia hacia quienes no comulgan con su pensamiento, de forma que sienten una reacción ambigua que mezcla atracción y rechazo. Es el caso de los conservadores con Beiras, o de los progresistas con Fraga. Qué gran momento histórico aquel en el que ambos coincidieron en nuestros episodios nacionales.

El carecer de semejante gracia no implica que se sea un mal político. El carisma de Albor o Touriño era limitado a pesar de que la púrpura del poder siempre ayuda a engrandecer al personaje. No tenían un carisma al debutar, ni tampoco lo desplegaron después, limitándose (no es poco) al aseado sentidiño y la rigurosa tecnocracia de izquierda. Feijoo llega sin él, habituado a la alta burocracia de organismos oficiales de la corte, y poco a poco lo desarrolla, lo cual indica que no es una virtud necesariamente innata, sino que puede ejercitarse como un músculo. Lo hizo de manera autodidacta y ahora habrá de recurrir a él para que la carismática emperadora madrileña no le ensombrezca el mandato al frente del partido.

¿Y Alfonso Rueda? Un vicepresidente siempre está un paso por detrás y tiene la sombra de aliada. Tan lógico es que ahora no posea carisma como urgente que se emancipe y combine la bici con algún ejercicio específico. De ello depende que sea o no un presidente breve. Tal vez en el futuro que dejó a medio escribir Asimov haya transfusiones de carisma, mediante las cuales un presidente entrante reciba ese vigor extra en mitad de las sesión de investidura para salir de ella como Astérix tras ingerir la pócima. De momento hay que ganarlo con el sudor de la frente.

Deshojando a Margarita

Fue la de Margarita Robles una pregunta retórica: «¿Qué tiene que hacer un Estado, un Gobierno, cuando alguien vulnera la Constitución, cuando alguien declara la independencia, corta las vías públicas, cuando realiza desórdenes públicos, cuando alguien está teniendo relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania?».

Al menos hay algo que no debe hacer: convertir a ese alguien en su aliado preferente. Es lo que ha hecho el Gobierno del que forma parte la ministra. Con los autores e inductores de toda esa relación de maldades tiene suscritas el Gobierno numerosas hipotecas. En algunos países democráticos serían ilegales. En otros llevarían una campanilla como los apestados de antes. En ninguno integrarían la mayoría parlamentaria. Ahora Frankenstein se enfurece porque su creador lo espía y se pone a deshojar a Margarita, que, a pesar de su apellido, es débil. De la crisis saldrá tocada o hundida. Una pena, pero también ella aceptó ser rehén de políticas y políticos indeseables.

No es serio este cementerio

El cementerio del que habla Mecano en su canción no podría ser el de Fisterra. Mecano refiere la vida de un camposanto con flores de colores donde los viernes los difuntos se van a dar una vuelta, sin pasar de la puerta. Tal cosa no es posible en ese recinto funerario que lleva veinticinco años esperando a ser habitado por lugareños que hayan pasado a mejor vida. Obtuvo reconocimientos de gurús de la arquitectura, pero su clientela natural no deja de ver una especie de archivadores mortuorios. Encaja en la Bauhaus de cubos sobrios, no en la sensibilidad fúnebre de un pueblo que no quiere que el finado sea confundido con un expediente X. Si a San Andrés de Teixido va de muerto quien no fue de vivo, aquí ni unos ni otros se acercan a la obra de César Portela, admirable por tantos trabajos. Dicen que incluso la Santa Compaña en sus rondas evita este otro feísmo, cuyo significado intrigará a los hombres del futuro. ¿Una especie de moais como en la isla de Pascua? No se debe aumentar la soledad que, según Bécquer, aqueja a los muertos.