El refugio portugués de los Charlines

Javier Romero Doniz
JAVIER ROMERO VIGO / LA VOZ

GALICIA

En la imagen la Quinta da Sobreira, en Monçao, embargada a los Charlines.
En la imagen la Quinta da Sobreira, en Monçao, embargada a los Charlines. Oscar Vázquez

El clan usó el país vecino para organizar importaciones de droga, blanqueo de capitales, comprar conserveras, bodegas de vino, chalés o fincas, y esconderse

05 ene 2022 . Actualizado a las 10:11 h.

Manuel Charlín Gama eligió el país de su familia materna para esquivar su primera orden de arresto. Era 1982 y huyó a Portugal tras participar —junto a su hermano José Luis y el ex guardia civil José Luis Orbaiz— en el secuestro de un contrabandista vallisoletano. Lo apalearon y encerraron en un camión frigorífico del que salió vivo milagrosamente. O Vello se instaló en el cinturón industrial de Lisboa y adquirió la conservera Excol. Elaboraba, entre otros productos, latas de uno y dos kilos de navajas que exportaba a Francia. Cuando la policía revisó una partida, transportada en una furgoneta, encontró hachís enlatado. Un adelanto de la biografía policial que protagonizó hasta su muerte esta pasada Nochevieja tras un accidente doméstico a los 89 años, una biografía en la que Portugal tuvo un papel clave.

Charlín, en la misma etapa, adquirió en el Alto Alentejo una quinta llamada Courela da Leonor. Un naranjal de 5,5 hectáreas con casa, galpón y zulo. La propiedad tenía una ubicación estratégica para esconder alijos de droga. Se ubicaba en un camino rural a cuatro kilómetros de la playa y de difícil acceso sin referencias concretas. Las investigaciones lusas de entonces situaban allí el destino del hachís transportado por el barco Pampeiro entre 1982 y 1985. La conservera Excol se ubicaba a poco más de una hora de allí.

Charlín acabó regresando a España para engordar con los años, y gracias al desembarco de alijos, un patrimonio que creció por igual a ambos lados del Miño con la ayuda de su mujer, hijos y nietos. Todos, en los buenos y peores momentos, hallaron en el país vecino el refugio y los resortes que el asedio policial y judicial les imposibilitaba en España. Lo siguiente, en 1991, tras la operación Nécora, fue dar el salto al cultivo del albariño. En su Vilanova de Arousa natal, y en la raia lusa.

O Vello, entonces, estaba en la cárcel y su hija Josefa cogió las riendas de los negocios familiares. Compró la Quinta da Sobreira por 60 millones de pesetas (360.600 euros), un terreno de cinco hectáreas localizadas en la localidad de Troviscoso, con casa señorial, vivienda para los caseros e instalaciones agrícolas. No muy lejos, en el municipio de Lapela, el clan de clanes del narcotráfico gallego se hizo con la Quinta da Agra; formada por cuatro fincas de casi 20 hectáreas, un chalé con piscina, una bodega y un almacén. En su día fue valorada en 110 millones de pesetas (661.113 euros).

La propiedad sirvió de refugio para Manolito Charlín, que al igual que su padre buscó refugio —seis años— en Portugal para sortear a la justicia española. También Josefa, primogénita del patriarca, se ocultó en el país de la abuela paterna durante siete años para esquivar la orden de arresto por narcotráfico que la obligaba a ingresar en una prisión española. Los procedimientos judiciales fueron avanzando en los años noventa, e implicaron, durante un registro en la casa de los patriarcas, el decomiso de nueve archivadores. Uno, con la etiqueta «Portugal», supuso un libro abierto sobre el patrimonio del clan en ese país.

La esperada sentencia

La Audiencia Nacional oficializó en el 2003 la ilegalidad de los bienes inmuebles y sociedades mercantiles del clan Charlín. Se ubicaban en la comarca de O Salnés y en suelo luso. La sentencia —que conllevó 20 años de cárcel para el patriarca— ordenó su enajenación, algo que se extendió durante años e implicó en bastantes casos que las propiedades de Portugal acabaran en estado ruinoso por la pasividad de los administradores designados al otro lado del Miño.

El fallo desnudó en su totalidad el alcance de una fortuna e inversiones ilícitas tasadas en unos 20 millones de euros. Evidenció, igualmente, que Portugal fue durante dos décadas la extensión de las Rías Baixas que los Charlines necesitaban para llevar a buen puerto sus descargas y blanquear las millonarias ganancias.

Manuel Charlín salió de prisión en julio del 2010. Tenía 78 años y nunca volvió a pisar una celda. En julio del 2019, durante un reportaje de sus antiguas propiedades en el norte de Portugal, La Voz pudo certificar que O Vello seguía visitando la Quinta da Agra. Los vecinos aseguraban que el cabeza de familia acudía de vez en cuando a su expropiedad y saludaba a la hija de los antiguos caseros, que, entonces, residía en la casa pero sin ejercer ocupación alguna en el inmueble. Un mes después, Charlín y su hijo Melchor fueron detenidos por su relación con la organización de un alijo de coca procedente de Sudamérica.

La investigación desde el Juzgado de Instrucción número 4 de Vigo evidenció que el patriarca tenía fuerzas y ganas para seguir haciendo sus pinitos en el negocio. O, al menos, intentándolo. Las mismas pesquisas demostraron el papel de jarrón chino que Manuel Charlín ostentaba entonces en la importación de coca a gran nivel. Siempre a través de contactos oriundos de Portugal de su generación, pero igual de obsoletos que el otrora temido y poderoso capo de Vilanova. Los mismos veredictos procesales y policiales concluyeron que ni padre ni hijo tenían capital para entrar en ninguna operación de altos vuelos.

Las autoridades lusas sí dejaron claro que los contactos de los Charlín al otro lado del Miño eran polifacéticos. Tanto para movilizar una embarcación con puerto en la villa de Seimbra, en Setúbal, como para gestionar el envío maletas cargadas de coca a través de algún aeropuerto del país, con numerosas líneas aéreas conectadas en países de Sudamérica. La persona que hizo de bisagra para relacionar a la familia arousana y los sospechosos portugueses resultó ser un octogenario residente en Monção, también propietario de una quinta y reconocido contrabandista de tabaco desde hace décadas. Manuel Charlín, en toda la investigación, figuraba recluido en su casa de Vilanova moviendo los hilos desde la sombra.