Manuel Charlín, el ocaso del patriarca reconvertido en pensionista

Javier Romero Doniz
Javier Romero VIGO / LA VOZ

GALICIA

VICTOR MEJUTO

El tabaco lo sacó de la pobreza y cimentó el patrimonio familiar. El narcotráfico, ya fuese con hachís o cocaína, lo cebó hasta alcanzar un valor superior a los 20 millones de euros

03 ene 2022 . Actualizado a las 12:24 h.

Manuel Charlín Gama (Vilanova, 1932) forjó a base de alijos el estigma que convirtió a Galicia en la cuna del narcotráfico en España. También del contrabando de tabaco y, antes, del estraperlo. La desarticulación de gran parte de sus negocios delictivos por las operaciones contra el narcotráfico y un largo historial penitenciario acabaron menguando su fortuna hasta convertirlo en un octogenario pensionista. En el 2018 se retrató la decadencia del otrora adinerado y violento clan arousano. Dos ciudadanos sudamericanos accedieron a la misma vivienda en la que falleció el viernes. Lo amordazaron a él y su hijo Melchor para agredirlos sin miramientos. Un ajuste de cuentas habría sido la causa; algo impensable hasta no hace tanto tiempo.

Al año siguiente, Charlín Gama, O Vello, cayó en el marco del alijo de 1.700 kilos de cocaína del Titán III. La investigación demostró la falta de liquidez del patriarca y una agenda telefónica, para la importación de cocaína, trasnochada. Contactos, principalmente en Portugal, de una generación, como él, octogenaria, sin recursos y con más ensoñaciones que capacidad real para importar grandes portes desde Sudamérica. Incluso uno de sus hijos, al hablar por teléfono, lamentaba que su progenitor no le facilitaba ni 20 euros para surtir de combustible el coche.

Charlín Gama nació poco antes de la Guerra Civil y vivió la pobreza de la posguerra en el seno de una familia humilde en una comarca de aguas cristalinas pero contadas oportunidades. Portugal, para el trasiego de carne y otros elementos de estraperlo, forjó una vida al margen de la ley. Trabajó durante años de la mano de sus hermanos José Luis y José Benito, hasta que moldeó su propio clan junto a sus hijos, yernos, otros familiares y allegados. El tabaco lo sacó de la pobreza y cimentó el patrimonio familiar. El narcotráfico, ya fuese con hachís o cocaína, lo cebó hasta alcanzar un valor superior a los 20 millones de euros. Eso sí, con un estilo muy particular.

Uno de los cuatro agentes de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional —que desembarcaron en 1989 en las Rías Baixas para constatar que el tabaco había dado paso al narcotráfico— recordaba ayer quién era entonces O Vello: «Miñanco era el rey, sin duda, pero Charlín ya se dedicaba a la coca y al hachís. Un tipo duro, ruin, peligroso... Arrastraba una fama terrible en el negocio, incluso entre sus colaboradores. Si podía robar o no pagar, no lo dudaba. A diferencia de Sito, no dejaba a su gente tirada. Sito, por ejemplo, si alguno era detenido o le pasaba algo, sus familiares y ellos estaban cubiertos de cualquier gasto».

Luego llegó la operación Nécora (1990), con Charlín entre los principales procesados. Hablaba por teléfono de «atún negro» y «atún blanco», pero el tribunal lo absolvió. Alegó que al poseer una conservera no podía garantizarse que aludiera al hachís y a la cocaína. El mismo agente recuerda una paliza a un moroso que acabó moribundo en un camión frigorífico o el ajuste de cuentas, con colombianos contratados, para asesinar a un integrante del clan de los Caneos. Recuerdos y más recuerdos de una saga temida que aún mantiene cuentas pendientes en la Audiencia Nacional. La Fiscalía pide para ellos 30 años de cárcel por lavar dinero de la droga durante los últimos 25 años.

O Vello, hasta su muerte, afrontaba otros ocho años que, de salir culpable, sumaría a un largo historial penitenciario. Incluso ahí, en prisión, se le recuerda aún por financiar el gasto de reos en el economato para forjar adhesiones y seguir en la cresta de la ola.