Casi 300.000 gallegos viven hoy en soledad

GALICIA

Manfred, que es arquitecto especialista en rehabilitaciones, en la casa que restauró una aldea y donde vive solo
Manfred, que es arquitecto especialista en rehabilitaciones, en la casa que restauró una aldea y donde vive solo RAMON LEIRO

Por elección personal o por circunstancias de la vida, en lo que va de siglo, el número de hogares unipersonales en Galicia creció en más de cien mil. Los expertos reclaman que la sociedad adopte la costumbre de estar pendientes de su día a día. «Paso semanas sen ver a ninguén, a miña compañía son o can e o gato», dice un vecino solo en una aldea de Os Ancares

12 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Quien nazca hoy en Galicia tiene una esperanza de vida diez años mayor que los vieron la luz a mediados de los setenta: 83,3 años frente a los 72,9 de entonces. Ese cambio en el perfil de la longevidad de los gallegos, sumada a la tasa de natalidad más baja de la historia, deja el futuro sembrado: crecerá el número de personas que viven solas. Lo ha hecho ya en lo que va de siglo de manera notable. De los 177.476 gallegos que no tenían compañía en sus casas cuando arrancó el siglo XXI, se ha pasado hoy a 285.400, y lo que dibujan las proyecciones demográficas para el 2035 auguran que serán 332.564 los que vivan sin compañía.

Los hogares unipersonales eran el 17,3 % de los que había en la comunidad en el 2001, son ahora el 24,5, y serán en década y media un 30,3, o lo que es lo mismo, tras una de cada tres puertas de las viviendas gallegas solo habrá una persona. Galicia se situaba por debajo de la media estatal hasta la pasada década, pero el mayor avejentamiento de la población le ha puesto ya por encima. Y es que en más de la mitad de los hogares de un solo componente estos tienen más de 65 años.

En el barrio de la Tinería de Lugo, en el de Ourense ubicado junto a la rúa Progreso e Irmáns Villar, o en zonas de Larouco, Cartelle, A Lama, Salvaterra, Parada de Sil, Quiroga y siete pueblos más, los singles conforman más de la mitad de sus hogares. Las ciudades gallegas no son ajenas a esa deriva, pues en 46 distritos de las siete principales urbes más del 40 % de las viviendas son unipersonales.

Además de asegurar que para el 2060 Galicia puede llegar a tener una población similar a la de 1900 (2 millones de personas), el sociólogo y analista demográfico Santiago González Avión estima que la proliferación de hogares de una persona y su peso en el total traerá cambios determinantes para Galicia. «Zonas con grande declive demográfico como a Montaña lucense ou a Baixa Limia e o Ribeiro serven de laboratorio e exemplo do que esta a ocorrer: medra o envellecemento e a diseminación poboacional dos fogares dun único membro, que ademais quedan sen vinculación produtiva ca súa terra», apunta aludiendo a que son empresas las que se están haciendo cargo de las explotaciones agrícolas, cuando no quedan abandonadas. «Xa non hai tampouco o ritmo de celebracións doutros tempos, como as misas. En moitos sitios é o panadeiro ou o peixeiro son o único contacto externo que queda», reflexiona.

En la actualidad hay casi tantos hogares de un solo miembro en Galicia como los compuestos por tres, e incluso más que la suma de los que cuentan con cuatro o más integrantes, lo que da cuenta de una situación que José Ángel Palacios, portavoz de la oenegé Grandes Amigos, advierte que hay que valorar para buscar una nueva relación social. Centrada en las ciudades y con sede en Vigo, la organización de la que forma parte apoya a personas que viven solas a través de un centenar de voluntarios que, ahora por la pandemia han sustituido las visitas por llamadas para dar apoyo emocional, cerciorarse de que todo va bien y ayudar si es necesario. «No tiene sentido seguir dando la espalda como sociedad a esta realidad. No es como antes. Cada vez hay menos hijos, están lejos o la conciliación familiar no les resulta fácil. Por ello hay que mirar a lo cercano, a lo vecinal, al barrio de siempre, a las relaciones de toda la vida para que las personas solas tengan una red social de apoyo», reclama Palacios.

La Organización Mundial de la Salud advierte que la soledad no deseada es uno de los mayores focos de riesgo para el deterioro de la salud, y un factor determinante para la entrada de estas personas en situaciones de dependencia. Para Grandes Amigos hay una clave: «mantenerse activos», lo que la pandemia no ha permitido, incluso ha agravado dolencias y la salud física y mental de mucha gente. «Se necesita comida, ropa... pero más que nunca ayuda para la cabeza», mantiene Ricardo Misa, presidente de la oenegé Vida Digna.

José Ángel Palacios alerta de los mensajes subliminales que se reciben todos los días contra la vejez, «cuando esta sociedad debería ir pensando cómo le gustaría que le trate cuando sea mayor». «Como con las causas en favor del medio ambiente o la igualdad, tendríamos que implicarnos en variar la manera de ver la vejez, de cómo la atendemos y cómo la ayudamos», añade.

La red de alerta de la Cruz Roja

«Son cosas muy simples a veces, como no tener quién te cambie una bombilla porque estás solo y no tienes ya agilidad para ello», advierte Joaquín Varela, coordinador en Galicia de Cruz Roja. Su organización acaba de implantar en las cuatro capitales gallegas un plan piloto, el proyecto antenas, que básicamente pretende generar a través de voluntarios una red de alerta y atención a las personas mayores que viven solas. «La sociedad ha cambiado y queremos llamar la atención de ello con este proyecto comunitario no invasivo con el que pretendemos generar una reflexión y que se imite», dice Varela. «Esa red la constituían antes los vecinos, los tenderos, una vinculación que se ha perdido y que falla, no por las administraciones, sino en la propia sociedad», apunta el coordinador de Cruz Roja, que pretende comenzar a tejer una malla de solidaridad que esté pendiente de los mayores que viven solos.

El sociólogo Santiago González atisba un nuevo riesgo: la presión urbanística que se ejercerá sobre los mayores que viven solos. «Hay fogares das aforas nos que viven dúas ou tres familias de inmigrantes, pegados a outros dunha soa persoa», indica. «Haberá moita presión neses casos, polo que daranse agrupacións voluntarias de xente maior con outras idades», augura.

¿Qué se ha de hacer si se vive solo para evitar una emergencia?

La soledad no deseada propicia el aislamiento y da lugar a situaciones a sus protagonistas en las que una dolencia puede llegar a generarles un final fatal ante la falta de ayuda para hacerles frente. Las oenegés de atención a los mayores tratan de concienciar a los vecindarios donde han empezado a informar de las pistas que pueden encontrarse para detectar si un mayor se siente solo.

Señales de alarma. Grandes Amigos resume en diez puntos esa escala de atención. Si hace tiempo que no se ve a su vecino mayor con el que coincidía en el edificio, en el barrio o la tienda «no cuesta nada interesarse y saber que se encuentra bien». Fijarse si quién hacía sus rutinas solo, ha dejado de pasear, quedar con amistades o hacer recados. El deterioro en la imagen, en el autocuidado y en el aspecto físico pueden ser indicios de situaciones de soledad, así como muestras de desánimo, como expresar más quejas de lo habitual, o dar muestras de no disfrutar ya del ocio. Otra señal es si el mayor se extiende en las conversaciones más de lo normal.

Herramientas de ayuda. Preguntar en su comunidad si tiene relación de confianza con algún vecino. Ofrecer el teléfono propio para que llame si necesita hablar de algo que le preocupe o recibir ayuda. Preguntarle qué cosas echa de menos y en qué se le puede ayudar.

Rutinas. Quien viva solo debe establecer, si puede, rutinas como llamar a algún allegado de manera cíclica para que ante cualquier falta puedan activarse las alertas. Acudir a los mismos puntos de manera regular, para que se detecte igualmente su ausencia. Contar con servicios de teleasistencia, que incluso ya detectan si no hay movimientos en el hogar. Formar parte de las antenas que instituciones como Cruz Roja van generando tejiendo una red de colaboradores que se dedican a dar apoyo a los mayores que viven solos y detectar situaciones de riesgo.

Lola, viuda y con sus hijos fuera, admite que prefiere vivir sola
Lola, viuda y con sus hijos fuera, admite que prefiere vivir sola ANA GARCIA

«Máis que soa, eu considérome independente»

Con sus hijos fuera y viuda desde hace 30 años, Lola Rodríguez admite que prefiere vivir en soledad

A sus 72 años, la única compañía de Lola Rodríguez es su mascota. A pesar de que enviudó hace tres décadas y no comparte su casa con ninguna otra persona, no se define en absoluto como solitaria. «Máis que soa, eu considérome independente», explica. Se recupera de una operación, pero reconoce que se encuentra muy a gusto en su piso de Carballo. Tiene a sus hijos cuando los necesita, pero, señala, prefiere ir a su aire. «Eles teñen as súas cousas e non quero meterme. Ademais, gústame facer a miña vida», señala. Su autonomía es total también en movilidad: tiene carné de conducir y coche. Lola no es dependiente en ningún sentido, y así tiene la intención de continuar mientras pueda.

Vivir sola no significa que esta mujer no mantenga relaciones de amistad, o que en un momento dado no pueda quedarse tranquilamente en casa de algún hijo por algún motivo. También va habitualmente con amigas a tomar café y a dar un paseo, aunque matiza que últimamente el tiempo no acompaña demasiado e indica que tiene que cuidarse especialmente, por lo que sale menos para resguardarse del frío. Aún así, confiesa que el mejor plan para ella es estar en su casa.

Lola todavía está convaleciente, pero hace las tareas sin ninguna dificultad. Se ha adaptado a vivir de este modo, y asegura que ahora le costaría mucho tener que cambiar su rutina. Reivindica, de algún modo, la idea de que las personas mayores también pueden tener su independencia y, sin duda, es una prueba de que sí.

Manfred, caminando por la aldea de Trebello
Manfred, caminando por la aldea de Trebello RAMON LEIRO

«En la crisis, mi mujer se marchó a trabajar a Alemania y desde entonces vivo solo en la aldea»

Manfred, de 63 años, llegó a Galicia hace un lustro huyendo de la contaminación provocada por el desastre de Chernóbil y la química Sandoz. Se quedó en O Cotobade, donde durante mucho tiempo fue el único habitante de un lugar llamado Trebello

 

En una sociedad enferma de prisas, es difícil encontrar personas que a media mañana hablen con calma y siempre logren hacerle un hueco a una llamada de teléfono o una visita inesperada. Pero hay excepciones. Y una de ellas es Manfred Oehri (Constanza, Alemania, 1958). Calmado, paciente y empático, Manfred comienza diciendo: «Aquí estoy, sigo por la aldea, todo va yendo bien». Porque Manfred, natural de Alemania, es un hombre pegado a una aldea pontevedresa, del municipio de Cerdedo-Cotobade, desde 1996. Fue entonces cuando desembarcó en Galicia. 

Manfred nació y vivió en la ciudad de Constanza. Hace 25 años, la contaminación que asolaba Europa tras el desastre de Chernóbil o el de la química Sandoz, que provocó un enorme vertido en el río Rin, le hicieron huir.  El dolor que le supuso aquel horror a una persona tan sensible y concienciada medioambientalmente como Manfred fue tal que buscó un lugar en el mundo apartado de la mundanal contaminación. Fue entonces, en 1996, cuando él y su mujer desembarcaron en Galicia. Se dejaron caer por los municipios pontevedreses de A Lama y Cotobade, donde algunos otros alemanes, literalmente, se habían echado al monte, comprando o alquilando casas en ruinas y viviendo en pleno rural o incluso estableciendo comunas hippies. 

Manfred, de profesión arquitecto, y su mujer acabaron comprándose una casa en la aldea de Trebello, un lugar bien apartado del municipio de Cotobade donde los numerosos hórreos que aún se mantienen en pie recuerdan el esplendor que debió tener algún día el lugar. Allí, en una casa cuya rehabilitación tiene detrás el sello de Manfred, fueron testigos de cómo la aldea se iba apagando. Algunos vecinos se murieron y otros acabaron corriendo hacia las ciudades en busca de empleo. Ellos, con sus perros y una vivienda que conjuga piedra y madera, resistieron. Hasta que llegó la crisis económica, el batacazo del ladrillo, y las cosas cambiaron. Manfred explica que hace una década su mujer tuvo que regresar a Alemania: «Aquí no había manera de que encontrase trabajo. Ella es enfermera y se fue para allí y enseguida empezó a trabajar», explica. 

Desde entonces, y van ya diez años, Manfred vive en solitario en su casa de Trebello y recibe la visita de su mujer alguna que otra semana al año, cuando puede viajar desde Alemania. Lo curioso es que no solo se quedó como único morador de su casa. Es que llegó un momento que en Trebello no había nadie más que él. Dice que no le importó demasiado: «Me gustaría que hubiese más gente, pero ya me he acostumbrado a la soledad y a vivir aquí tranquilo, respirando aire puro. Además, salgo a trabajar, rehabilito casas en muchos sitios y voy y vengo con el coche», indica. Hace un tiempo, desembarcó en la aldea un matrimonio que, aunque se marcha a diario a trabajar fuera, regresa por la noche. Son sus dos únicos vecinos, con los que solo coincide algunas veces. 

Se ríe cuando se le pregunta por el confinamiento. «Es que aquí vivimos aislados siempre, no hizo falta que nadie nos confinase, me da la risa eso. Estamos siempre solos», indica. Sí echó de menos, en lo peor de la pandemia, ir a los bares a ver los partidos o a tomar algo. A veces, un furgón con ultramarinos le visita. Y, otras, como el viernes, conduce hasta Pontevedra (más de media hora) para hacer toda la compra que necesita. 

Una vez provisto de víveres, Manfred vuelve siempre a Trebello, su lugar en el mundo. Porque tiene claro que él no piensa marcharse, ni a Alemania ni a ningún otro sitio: «No lo tengo previsto, estoy bien aquí», sostiene. Y ni siquiera teme que le pueda pasar algo en una aldea apartada y viviendo solo. Se agarra a que eso nunca le sucedió: «De momento, nunca he estado tan mal para tener miedo por estar solo. A ver cómo va todo», indica. Y se despide con su calma habitual; con su forma de estar en el mundo reposada y agradable con cada persona que se cruza. 

«Paso semanas sen ver a ninguén, a miña compañía son o can e o gato»

A sus 89 años, José Fernández lucha contra la soledad en Os Ancares

 

—E como é a súa vida só na montaña?

—E como che parece que pode ser? Aquí paso semanas sen ver a ninguén, a miña compañía son o can e o gato.

Así empieza la conversación con José Fernández Álvarez (1932), que puede presumir a sus 89 años de ser autosuficiente y de llevar la vida, como bien dice él, «ao ritmo que toca». Desde su casa en Murias do Camín, una aldea de Os Ancares en la que sobreviven él y otro vecino al que apenas ve, habla de su día a día, pero también de la forma que él tiene de convivir con la soledad.

Sin embargo, para luchar contra el aislamiento, viaja con frecuencia hasta A Proba (Navia de Suarna). Tras 20 minutos de coche, en el pueblo puede entablar conversación que los vecinos ya que, asegura, los conoce a todos. Se toma un café, pasea y realiza las compras. Y así una semana tras otra, desde hace años. Por las mañanas, el ancarés se levanta «sen présas, porque para que?» y desayuna. También tiene por costumbre acostarse temprano, para combatir así el frío invernal: «Non teño calefacción na casa, só unha cociña de leña e cada vez cústame máis carrexala. Por outra banda, os radiadores intento non conectalos, porque tal e como está de cara a luz..», confiesa.

José cobra 600 euros de pensión que «chegan a pouco, hai moitos impostos» y tiene dos coches que mantener. Sin embargo, se muestra optimista: «Un tense que amañar co que ten», cuenta desde su casa de Os Ancares y con una capa de nieve de unos 20 centímetros.

José Fernández nació en Murias do Camín, aunque a los dos meses de vida se trasladó a Quintá de Moia, a apenas 6 kilómetros de distancia. Regresó a su casa natal en 1939, cuando aún era un niño.

Aunque trabajó como labrador, pasó antes por la escuela agraria de A Coruña e incluso estuvo en Navarra. «Pero ao final volvín para a casa. Cheguei a ter 20 vacas, aínda que hoxe só teño unha, que tamén me fai compañía». Sus labores en el campo incluyeron la cría de cerdos y gallinas, así como el cultivo de la tierra.

Sin embargo, la vida en la montaña no es fácil, admite, «pero eu estou contento, e que lle hei facer? Teño que arranxarme co que teño», dice. Él, que a sus casi 90 años aún conduce, cuenta que «vivín unha guerra e temporadas moi malas, nas que se pasaba fame e só había miseria»

Aunque las compras las hace en Navia, confiesa que buena parte de su alimentación se basa en los manjares que él mismo produce e incluso tiene una buena despensa en la que guarda desde patatas a vino hecho en las comunas de Negueira de Muñiz: «De momento, vállome por min mesmo para todo, e vou case todos os días a Navia por distraerme», confiesa.

Por el momento, José Fernández seguirá viviendo en la casa que él mismo ayudó a construir cuando era más joven, ya que se crio en una de las construcciones típicas de Os Ancares: las pallozas.