El último tramo de autovía abierto en Galicia fue el año pasado (San Martiño-A Barrela, 8,8 kilómetros) en la autovía Lugo-Ourense, una de las vías interiores gallegas que sufre más retrasos, a pesar de que el estudio informativo estaba ya redactado en el 2006. Ahora los proyectos han caducado y en algunos tramos hay que volver a empezar desde el principio, pero en cualquier caso se priorizarán los recorridos más cercanos a Ourense por tener más tráfico y solucionar más problemas de movilidad. Los largos plazos para terminar autovías clave como la que une Santiago y Lugo (A-54) dan cuenta de la escasa disponibilidad presupuestaria para estas obras. El primer tramo de esta vía de alta capacidad se abrió en el 1999 y el último -el que une Melide con Arzúa- no estará listo hasta el 2024. Queda por ver qué pasará con autovías con un gran impacto ambiental como la A-76 (Ourense-Ponferrada), que estaba llamada a ser el cuarto acceso de alta capacidad en Galicia.
50 millones en peajes en sombra
La crisis financiera y la prioridad de invertir en mantenimiento han relegado proyectos similares en todo el país. La propia Xunta arrastra una hipoteca de más de 50 millones anuales que debe emplear en abonar los peajes en la sombra. Ese dinero libera a los usuarios de pagar por la autovía de Barbanza y O Salnés, por poner dos ejemplos, pero ralentiza los ritmos de otras inversiones, como el corredor de la costa norte. En los últimos años la Xunta solo ha desdoblado el corredor de O Morrazo y ha ampliado hasta Baio la autovía de la Costa da Morte. A la hipoteca de los peajes en la sombra se suma que también tiene que destinar una buena parte de su presupuesto a conservación.