Ence y el marqués

GALICIA

pilar canicoba

24 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El gran pionero de la revolución industrial gallega fue linchado por gallegos. Tras una sorda hostilidad contra sus proyectos, se pasa a una beligerancia abierta y finalmente se llega al crimen. Una coalición carca de nobles apegados a sus privilegios, clérigos ultramontanos y ecologistas de entonces que temían perder su entorno bucólico, frustran los sueños del ilustrado marqués de Sargadelos y cometen un pecado original cuya sombra se extiende hasta nuestros días. Solo hay una diferencia sustancial entre la conjura que se desarrolla en el XIX en Ribadeo y la de ahora en Lourizán: la fobia contra la industria se ve hoy como algo progresista.

Por más que la civilización haya avanzado y no se estilen los linchamientos físicos, persisten las persecuciones políticas contra quien se atreva a seguir la senda del prócer asturiano. Supongamos por un momento que un osado regidor levanta la mano y pide que le lleven Ence a su municipio. Una turba de plataformas se levantaría de inmediato para hacer de él un ecce homo. A manos del ecologismo histriónico, del nacionalismo alérgico a lo industrial y de ministerios que se lavan las manos, sufriría un acoso inmisericorde. Sería un vendido a intereses oscuros, un contaminador que atenta contra la salud de los vecinos, un irresponsable que pone en peligro la riqueza natural de la zona. Y todo esto a un paso de las municipales. ¿Quién tiene vocación para ser un nuevo mártir chamuscado en la hoguera?

Igual que ocurrió en aquel trágico episodio, la razón pierde la partida frente a los apocalípticos que describen a Ence como una peligrosa central nuclear llena de grietas y a Pontevedra como un Chernobyl en ciernes. Si los trabajadores quedan «los lunes al sol», bastará con reciclar a los parados, convertirlos en manifestantes y hacer que desfilen pidiendo puestos de trabajo. Al frente de la protesta, ufanos por haber logrado el cierre, estarán los herederos de aquella alianza que frustró la incipiente industrialización del país.

En la época de aquel marqués progresista Galicia no era una excepción en el rechazo a la industria. Ahí estaban los luditas ingleses rompiéndolo todo. Hoy en día, sin embargo, que se persiga la marcha de una fábrica como esta en nombre del progreso es algo peculiar, sobre todo si a pocos kilómetros otras manifestaciones reclaman que se queden empresas que quieren marcharse. Mientras que Europa emprende el rearme industrial para evitar su dependencia, en Galicia siguen en activo viejos fantasmas con nuevos ropajes. Hubo estos días un titular preciso y certero sobre el asunto. «El futuro de Ence, en el aire». En efecto; solo en el aire tendría porvenir la factoría. En tierra firme lo impiden los espectros que acabaron con el marqués, que en paz descanse.

Los Nicolás que son grandes

Un detalle relevante sobre el Pequeño Nicolás. Es verdad que el sujeto se hace pasar por un alto cargo, alardea de contactos con el poder y se rodea de la pompa necesaria para hacer creíble su papel. Sin embargo no llegó a ejercer ninguna responsabilidad que pusiera en peligro la buena marcha del Estado. No hace daño a nadie, en suma. No se puede decir lo mismo de otros como él que sí han logrado incrustarse en la administración gracias a su observancia del voto de obediencia. Personajes similares se encuentran al frente de ministerios u ocultos en lo que el Siglo de Oro llamaba covachuelas del reino. El Pequeño Nicolás fue un precursor sin suerte que se quedó a medio camino entre la apariencia de mando y el mando en sí. De haber sido más discreto y paciente no solo hubiera aparentado ser un político relevante, sino que lo habría sido. Cuando interpretó su vodevil por Ribadeo era solo un pícaro dominado por la megalomanía, mientras que hoy es un modelo que abunda en el régimen. La gran diferencia es que él era inofensivo.

¿Qué hacía Don Ramón con El Cid?

Algo habrá hecho don Ramón Menéndez Pidal para que destierren su nombre del premio nacional de investigación. Aparentemente no hay nada en su biografía que lo haga incurrir en alguno de los nuevos pecados de la memoria histórica. Coruñés, filólogo, historiador, medievalista, director de la Real Academia. Ninguna de esas categorías lo hacen merecedor de castigo. Ni siquiera la de coruñés. Quizá haya influido en su penitencia que don Ramón era muy fan de El Cid. Al Cantar le dedicó estudios sustanciosos, algo que habrá pasado inadvertido a los censores pero no así unas fotos comprometedoras con Rodrigo Díaz de Vivar en las que incluso el héroe le tiende la espada Tizona. Fue en un alto del rodaje de la película que protagonizó Charlton Heston, líder conspicuo de la americana asociación nacional del rifle. ¿Qué hacía el erudito con un actor belicoso que encarnaba a un mito poco dialogante de la España eterna? No hay explicación plausible y por ello don Ramón, polvo, sudor y hierro, cabalga a un exilio póstumo.