El Prestige es «la nueva política»

GALICIA

Pilar Canicoba

08 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El equivalente del Prestige era la «nueva política» que llevaba en el puente de mando a Iglesias y Rivera. Es botada en extraños astilleros y zarpa con carga desconocida pero izando banderas que envuelven la vaguedad del mensaje en un halo «prestigioso». Navega durante una temporada aprovechando los vientos de la novedad y la esperanza de mucha gente indignada que los saludaba desde los oxidados barcos del bipartidismo. Los armadores de esta política lozana miran con soberbia a otras compañías más antiguas, aventurando su próximo desguace. Al igual que sucede con el funesto petrolero, todo parece ir más o menos bien hasta que Podemos y Cs llegan a la altura de las costas gallegas y naufragan tras varias maniobras, mucho antes de hacerlo en Madrid.

La armada morada y naranja que parecía invencible se estrella con estrépito en Galicia, acaso por culpa de la experiencia genética de los lugareños en lidiar con invasores vikingos, ingleses, normandos y piratas en general que vinieron a asolar el territorio siglos ha. Unos venían a hurtar tesoros y otros votos, pero en el fondo es lo mismo y así lo ven los gallegos en su última cita con las urnas. Ciertamente tardaron más en captar las intenciones del populismo de izquierda, debido a que utilizó el caballo de Troya de las Mareas que parecía oriundo de Sabucedo, pero finalmente quedaron claras las intenciones y Galicia le dijo Go Home!. O sea que para Podemos y Cs Galicia fue la Costa da Morte.

El célebre personaje de Vargas Llosa se preguntaba «en qué momento se había jodido el Perú». Tarde o temprano algún historiador se planteará la misma cuestión en relación con estos partidos tan prometedores que, después del terremoto madrileño, van directos al infierno de Dante a hacerle compañía a soberbios, avaros y lujuriosos. Quede aquí impresa la modesta petición de que respeten el papel de Galicia en su ocaso. Ese momento no se sitúa en el Madrid paraíso de los ex que no desean encontrarse (Bill y Melinda Gates no tardarán en empadronarse), sino aquí con la discreción propia de la galleguidad. Basta comparar los discursos de la victoria de Feijoo y Ayuso para entender que son modos diferentes de derrotar a la «nueva política».

Política y meteorología se comportan de la misma forma en lo que a Galicia se refiere. Borrascas y anticiclones entran por este vestíbulo y lo mismo ocurre con los cambios de ciclo. Solo un breve repaso. UCD inicia aquí su hundimiento, Fraga anticipa aquí la victoria de Aznar, y Feijoo hace lo propio con el triunfo de Rajoy. Más recientemente los gallegos son los primeros en atisbar la impostura y el personalismo que se ocultaban en la «nueva política», que ya descansa en el valle de las siglas caídas. La alejaron de sus costas con más fortuna que con el Prestige.

La organización del desgobierno

La organización del desgobierno fue una celebrada obra del profesor Alejandro Nieto. Más jocoso que el título es su contenido, que desgrana los dislates de la administración, sin perder el buen humor y la amenidad. Lástima que a sus más de noventa años quizá ya no tenga ganas de reeditarlo con nuevos añadidos como el limbo que se va a reabrir mañana con el final del Estado de alarma. El limbo ha dejado de existir en la teología pero regresa a la administración gracias al Gobierno. Los mismos que han de ser contenidos por Europa en su intento de controlar el poder judicial, dejan ahora en manos de los jueces decisiones sanitarias. «Los jueces no están para gobernar», afirma el presidente de la Sala de lo Contencioso del Supremo en linea con Montesquieu. De la tan lamentada judicialización de la política se pasa a la judicialización de la pandemia, por culpa del miedo que tiene el Ejecutivo a contagiarse tomando decisiones con su precaria mayoría. Quizá el título habría que alterarlo: La desorganización del gobierno.

Cenicienta y el hado madrino

A su lado, Merlín, el mago de Oz o el Albus Dumbledore de Harry Potter son novatos en las artes de la hechicería. Hablamos de Miguel Ángel Rodríguez (MAR), capaz de transformar a una Cenicienta en princesa azul indiscutible de Madrid, sin necesidad de que ningún príncipe la conduzca al palacio de la Puerta del Sol. No se le vio en la tribuna donde los gerifaltes celebraron el triunfo. Como los buenos magos, habrá desaparecido en medio del humo después de la función dejando tras de sí un rastro de abracadabras. Suyo es el mérito de convertir a una chica sosa en emperatriz de Lavapiés y diosa de las tabernas, a la que le rebotan los ataques de la izquierda para transformarlos luego en piropos. Suya también la idea de ponerle el capote a Sánchez para que convirtiera unas elecciones regionales en un plebiscito sobre su Gobierno. MAR lo volvió a hacer. En su haber de taumaturgo está también la conversión de un político ceniciento en un poderoso presidente que abandona invicto la carroza. Aznar y Ayuso son sus mejores criaturas.