Aquella Galicia facha

GALICIA

PILAR CANICOBA

El fascismo no se crea ni se destruye, solo se transforma, en cualquier sitio puede manifestarse. Y es precisamente esa ubicuidad la que justifica la existencia de exorcistas que detectan el mal

01 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Qué frágil es la memoria. De los cuarenta años de autonomía que ahora se conmemoran, más de quince estuvieron dominados por el fascismo. Durante tres largo y ominosos lustros Galicia estuvo sojuzgada por un régimen despótico y cruel donde no faltaban ritos claramente wagnerianos como las queimadas que el Duce de entonces acostumbraba organizar. No quedan, sin embargo, documentales de una Leni Riefenstahl galaica para inmortalizar aquellas ceremonias grandilocuentes en las que se mostraba el «triunfo de la voluntad» fraguista.

¿Era aquello fascismo? Así lo caracterizó al menos una parte de la oposición. La otra, más morigerada, hablaba tan solo de franquismo, pero la intención era parecida: intentar deslegitimar aquel régimen inicuo y tratar de convencer al pueblo de que estaba siendo oprimido por el mismo dirigente al que el pueblo votaba con contumacia, estableciendo un récord electoral solo batido recientemente. Los signos eran inequívocos. A Manuel Fraga le encantaban los actos de masas, y todos los testimonios lo definen como un gran bebedor de cerveza en jarras muniquesas. No hacían falta más pruebas de cargo y así fue como sus oponentes, con más moral de la que tenía el Alcoyano y tiene ahora el Dépor, mantuvieron años y años su infructuosa salmodia, sin explicar hasta hoy el por qué de las querencias fascistas de nuestra amada Galicia. ¿Una abducción masiva, un fraude nunca probado, una manifestación del carácter servil de los naturales del país, indignos hijos del irmandiño?

Sirva este recordatorio de aquel periplo negro para demostrar que el descubierto fascismo madrileño no es ninguna novedad. El fascismo no se crea ni se destruye, solo se transforma. Se parece al Satanás estudiado por Risco, capaz de camuflarse en los seres más inocentes en apariencia para esparcir sus insidias. En cualquier sitio puede manifestarse, cualquier ser inocente puede albergarlo y por ello bajar la guardia es de una imprudencia temeraria. Es precisamente esa ubicuidad del fascismo la que justifica la existencia de exorcistas que detectan el mal y lo extirpan sin contemplaciones, como es el caso de Pablo Iglesias en Madrid, nuevo McCarthy de esta caza de brujas, Torquemada improvisado, zahorí incansable en busca de fachas con apariencia normal.

Nadie puede sentirse a resguardo del pertinaz escrutinio. Parafraseando a Bertolt Brecht, uno se siente a salvo porque no cree en Vox, ni en sus pompas ni en sus obras, pero fascista también es el PP, empieza a serlo Cs, y lo será el PSOE cuando al inquisidor le interese y se quede solo llamando facha a todos los que no son él mismo, como un Rasputín furibundo y morado. O sea que usted puede ser un fascista en potencia. Vaya a que lo examinen antes de que sea demasiado tarde.

El portazgo de don Quijote

Hay un momento en Don Quijote en que el ingenioso hidalgo se dirige a Sancho. «¿Qué caballero andante pagó pecho, alcabala, florín de la reina, moneda florera, portazgo ni barca?». Cervantes hace en el pasaje exhibición de la que fue una de sus ocupaciones ocasionales: recaudador. Da una lección sobre las figuras tributarias de entonces, siglo XVII, y sugiere exenciones para los que pertenecen a las órdenes de caballería. El otro día un grupo de técnicos de la administración y las constructoras pedían portazgos no solo en las autovías, sino incluso en las carreteras convencionales. Ni siquiera caminos, senderos, corredoiras y congostras pueden considerarse a salvo de la voracidad recaudadora. Ni las playas, ni los bosques, ni las plazas públicas donde podría cobrarse por estancia. Es como desandar el trayecto que se inicia con aquel amplio menú de impuestos varios que cita don Quijote y llega a los tributos modernos, claros y agrupados. Ahora se quiere retornar al Siglo de Oro que por algo se llamaba así.

«Beriain, supongo»

En los tiempos en que uno disfrutó del espléndido bachillerato de los Hermanos Maristas, Burkina Faso no existía. Mejor dicho, no existía en los mapas escolares y sOlo era un lugar indeterminado de África al que iban dirigidos los donativos del Domund. Ha tenido que producirse el asesinato de David Beriain y sus compañeros para que el enclave reaparezca y quede asociado a fechas luctuosas. Vamos apresuradamente a la Wikipedia para obtener una somera información sobre la tierra en la que cayó el periodista que uno no conoció, pero leyó y admiró por su empeño en rescatar las Burkinas Fasos del mundo, tan distantes como el suelo de Marte. Colonizaremos otros mundos y parte de este será terra incognita a menos que lo impidan astronautas como David. No hay marcianos en el planeta rojo, pero sí terrícolas en este que ya son para nosotros como extraterrestres de unas galaxias remotas. En ellas aterrizaba este Livingstone moderno. Cuando un nuevo Stanley lo encontraba, se repetía el saludo: «Beriain, supongo».