40 años de un Estatuto de futuro

Mariano Rajoy Brey PUEBLOGALLEGO

GALICIA

Mariano Rajoy y Xosé Luís Barreiro, conversando en el Pazo de Fonseca en 1987
Mariano Rajoy y Xosé Luís Barreiro, conversando en el Pazo de Fonseca en 1987 TINO VIZ

El expresidente del Gobierno recuerda cómo arrancó el primer Parlamento de Galicia, del que él formó parte, y la importancia y vigencia del Estatuto de Autonomía de 1981

25 abr 2021 . Actualizado a las 11:20 h.

Por razones políticas, institucionales e incluso personales agradezco esta tribuna que me brinda La Voz de Galicia para sumarme con profunda y sentida satisfacción a la celebración del 40 aniversario del Estatuto de Autonomía de Galicia. En estos tiempos líquidos en los que las obras de los hombres sucumben a la urgencia de las redes sociales o se reducen a un fogonazo para ocupar el telediario del día, la permanencia de instituciones como nuestra Constitución o el propio Estatuto de Autonomía de Galicia, cuyo aniversario ahora celebramos, acreditan que quienes participaron en su redacción supieron pensar mucho más en las generaciones venideras que en las urgencias que pudieran acuciarles en aquellos momentos. Demuestran que la concordia y el consenso son las mejores garantías para la estabilidad de las instituciones, y vienen a confirmar que las cosas bien hechas y cuidadas son aquellas que más logran permanecer en el tiempo.

Se cumplen en consecuencia 40 años del Estatuto de Galicia porque desde el primer momento se confirmó como un buen texto jurídico, redactado por gente de tanta formación como altura de miras, y aprobado en aras de la concordia y el interés general.

La estabilidad que ha acompañado a todo el desarrollo de la autonomía de Galicia contrasta vivamente con las trágicas circunstancias que dieron al traste con su antecedente histórico de tan brevísima trayectoria. En este año 2021 también se va a cumplir el 85 aniversario del primer Estatuto de Galicia, aquel que no llegó a entrar en vigor por el estallido de la Guerra Civil. Mi abuelo Enrique Rajoy Leloup fue un ferviente defensor de aquella primera autonomía y redactor, junto con Alexandre Bóveda, de un texto cuyo articulado iba transcribiendo cuidadosamente mi tía Pilar a medida que avanzaba el contenido del mismo. Durante la dictadura, las cajas con la documentación de aquel primer Estatuto estuvieron ocultas en la casa de mi familia en Santiago de Compostela, y finalmente, después de pasar por las manos de Baldomero Cores, fueron entregados a las instituciones gallegas cuando estas se recuperaron en democracia. Cualquiera puede entender que para nuestra familia el actual Estatuto constituyó una reivindicación personal de la labor de mi abuelo y de quienes con él alumbraron aquella primera autonomía de Galicia.

Además de esa vinculación familiar, yo también tengo mi propia experiencia y mi más modesta aportación a esta historia de éxito indiscutible. En mi despacho en Madrid cuelga una orla con los componentes de la primera legislatura del Parlamento de Galicia. Allí figuran, entre otros, personajes como Antonio Rosón, Gerardo Fernández Albor, Manuel Iglesias Corral, José Luis Barreiro, Paco Vázquez, Alfredo Conde, Carlos Casares, Suárez Vence o Camilo Nogueira. En ella figura también como vicesecretario de la Mesa un jovencísimo Mariano Rajoy que con 26 años empezaba sus primeros pasos en la política. Hoy, con unos cuantos años más, reconozco que difícilmente podría haber escogido un mejor aprendizaje que aquellas apasionantes discusiones a las que asistí en la primera legislatura de la autonomía de Galicia.

Por aquel entonces todo estaba por hacer en las instituciones gallegas. Durante su primer año de vida el Parlamento se reunía en el Palacio de Gelmírez, un imponente edificio medieval adosado a la mismísima Catedral de Santiago y que nos alojó gracias a la generosidad del Arzobispado. Las distintas dependencias de la Xunta se repartían en locales pequeños y escasamente funcionales diseminados por todo Santiago. Aquella falta de medios se compensaba con grandes dosis de entusiasmo, con generosidad por parte de todos, y con la ilusión de estar participando en un momento único de la historia de Galicia.

Mariano Rajoy, sentado, junto a otros diputados del Parlamento de Galicia, a finales de los años 80
Mariano Rajoy, sentado, junto a otros diputados del Parlamento de Galicia, a finales de los años 80 TINO VIZ

El desarrollo que ha experimentado Galicia en estos 40 años está ligado de manera indiscutible a su Estatuto de Autonomía y a las instituciones que de él se derivan. El crecimiento económico, la cohesión territorial y los servicios que la Xunta de Galicia presta a los gallegos de cualquier rincón de nuestro territorio constituyen la mejor prueba del éxito de un modelo de autonomismo. Nuestro Estatuto ha ganado su legitimidad, no en una historia trágica devenida en reivindicación permanentemente insatisfecha, sino en el éxito de su ejercicio diario, en los innumerables logros de su gestión cotidiana. Es el nuestro un galleguismo útil, integrador y pegado a la tierra, sin más ensoñaciones ni frustraciones estériles.

Ello obedece también a la manera en que han sabido ejercer su liderazgo los responsables de nuestras instituciones. Es obligado reconocer con motivo de este aniversario la labor de los cinco presidentes que Galicia ha tenido en estos años. Hoy quiero recordar a Gerardo Fernández Albor, el primer presidente de nuestra autonomía, que me hizo el honor de nombrarme su vicepresidente. Años después, ya como presidente del Gobierno de España, pude entregarle personalmente la Medalla de Oro del Mérito del Trabajo con ocasión del centenario de su nacimiento. Recuerdo también a los presidentes socialistas Fernando González Laxe y a Emilio Pérez Touriño; todos ellos merecen nuestro homenaje porque todos aportaron sus esfuerzos y su mejor dedicación al servicio de nuestra tierra. Supieron encarnar la importante labor institucional que tuvieron encomendada y cada uno, desde su capacidad hizo lo posible para engrandecer la Xunta de Galicia. En ese recuerdo permítanme que me extienda algo más en las figuras de Manuel Fraga Iribarne y Alberto Núñez Feijoo, por la ingente labor transformadora de ambos y por la confianza que supieron ganarse de los gallegos en reiteradas ocasiones.

Aún recuerdo aquellas temibles visitas de Fraga a Madrid durante los gobiernos de Aznar, en las que cada uno de los ministros recibíamos un memorial de reclamaciones del presidente de la Xunta, aderezado todo ello por extensos y fundamentados informes técnicos que Fraga se sabía de memoria. Don Manuel consiguió contagiar a la autonomía gallega de toda su ambición y su energía política en el momento en que más útil podía ser para nuestras instituciones. Con Alberto Núñez Feijoo, Galicia ha experimentado otro avance incalculable en materia de bienestar y desarrollo. Feijoo ha sabido encarnar también nueva autoestima para Galicia, muy alejada de aquellas estampas rurales con que Castelao animaba a votar el primer estatuto del 36. Hoy la Galicia doliente de Castelao se ha transformado en la Galicia pujante de Inditex, de la misma manera en que nuestro autogobierno se ha erigido frente a otras autonomías en un ejemplo de responsabilidad y estabilidad institucional.

Rajoy, junto a diputados de Coalición Galega
Rajoy, junto a diputados de Coalición Galega TINO VIZ

Hoy la autonomía gallega es una referencia obligada para entender que un Estado descentralizado como es el nuestro puede ser al mismo tiempo estable y eficaz. Galicia nunca ha pretendido convertir su autonomía en un elemento de tensión o de disputa; ni frente a Madrid, ni entre los propios gallegos. Si este Estatuto se puede considerar un ariete contra algo, ha sido contra las históricas carencias de nuestra comunidad que ha contribuido a erradicar, pero nunca contra la Constitución de la que deriva su propia legitimidad. Sin retóricas independentistas y sin victimismos mendaces, la autonomía gallega ha sabido desplegarse durante estos 40 años con eficacia y determinación, pero a la vez con una incuestionable lealtad a España.

El Estatuto de Autonomía que conmemoramos, y el desarrollo que de él se ha hecho durante estos años, han marcado un estilo y una forma de hacer política que constituye en sí mismo una seña de identidad de Galicia. Algo que hace apenas unos meses glosaba el semanario británico The Economist, que encontraba en nuestra tierra y nuestras instituciones una forma única de defender la propia identidad de manera cordial y sin dejar de sentirse cómoda en España. Una manera de ser que convierte a Galicia en una feliz anomalía en un mundo donde tanto abunda la polarización y la demagogia. Una autonomía que ha hecho del «sentidiño» su sello característico. Galicia ha demostrado sobradamente aquella cita de Shakespeare según la cual «la lealtad tiene un corazón tranquilo».

Celebremos por tanto este buen Estatuto y los cuarenta años de progreso que nos ha traído a todos, y cultivemos para nuestra convivencia todas las virtudes que sus redactores supieron engarzar en el texto. En ellas encontraremos los mimbres para seguir viviendo otros cuarenta años de autogobierno, bienestar y lealtad.