«Love Story» en Compostela

GALICIA

Pilar Canicoba

Solo cuarenta minutos de conversación a solas entre Feijoo y Ábalos bastaron para crear una complicidad inaudita en los tiempos que corren

17 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Me siento cómodo con Feijoo». No lo dice este escribidor de ustedes, sino el ministro Ábalos con una elocuencia romántica solo comparable a algunas escenas de Romeo y Julieta. Si no está en el melodrama algo parecido a la declaración de amor del socialista, tal vez puedan encontrarlo en Calixto y Melibea, Love Story o en los arrumacos verbales de los participantes en First Dates. Solo cuarenta minutos de conversación a solas bastaron para crear una complicidad inaudita en los tiempos que corren. No aclaran las crónicas si este encuentro íntimo se produjo en un balcón como el de Verona o en un prosaico despacho oficial bajo la mirada complacida del rey, pero de esa cita salieron, además de promesas de amor, rebajas en los peajes y el AVE para otoño. La dote, por así decirlo.

Prueba de lo anómalo del episodio es el abismo de silencio que se creó alrededor. Más allá de Pedrafita, el acontecimiento se perdió en el alboroto diario de la política nacional. Ningún inquisidor con la rosa o el charrán en el hábito pidió, que se sepa, explicaciones de este idilio a los protagonistas, pero tampoco repicaron las campanas en señal de júbilo. Nadie fuera de aquí saludó el flechazo como lo que es, una rendija de entendimiento en medio de una España sacudida por los hunos y los hotros, que diría Unamuno. Ni Sánchez ni Casado se apresuraron a enviar su felicitación a los contrayentes, a pesar de que no hay precedentes desde la Transición de algo tan tierno y productivo a la vez. ¿Alguien se imagina a uno de los dos haciéndole guiños pícaros a su adversario?

Ambos púgiles proceden de una tradición antigua que también hunde sus raíces en Romeo y Julieta, cuyo dramático amor ha de recurrir a trucos para sortear a sus partidos políticos respectivos que entonces no se llamaban así aunque funcionaran como tales. Capuletos y montescos estaban unidos por una guerra interminable que se inicia en algún incidente envuelto por un pasado contado a la manera de cada clan. Los gozos y las sombras es la versión nuestra de dos familias que se tienen una manía insuperable y dividen al pueblo en dos bandos. Ahora es todo un país al que se convierte en hipertenso. ¿Todo? No. Una aldea poblada por irreductibles galaicos, resiste. En ella dos rivales se sienten cómodos hablando de lo práctico, tras una velada que debiera haberse colgado en las redes para solaz del ciudadano y espanto del hooligan de partido.

El hecho se produjo ya hace una semana, tiempo suficiente para haber caducado en el vértigo informativo, pero sigue siendo aprovechable para exprimir alguna conclusión. Aunque hayan cambiado de apariencia, montescos y capuletos siguen aquí sosteniendo la idea de que pacto equivale a traición. No lo ven así Feijoo y Abalos, cómodos el uno con el otro, sin H en este caso.

Sin su camisita ni su canesú

Tengo una muñeca vestida de azul con su camisita y su canesú. Una vieja canción infantil que hay que transcribir con prudencia, no sea que esté censurada por algún tipo de corrección política. ¿Lo está? Corramos el riesgo, porque el estribillo resume los gustos del presidente de la Diputación lucense en materia de atuendo femenino. Sin camisita ni canesú y transgrediendo las normas de urbanidad de la antigua Sección Femenina del franquismo, se presentó Elena Candia en el pleno. Sucedió en Lugo, no en Kabul, pero aún así sus estampados de leopardo fueron afeados por el socialista. Es el mismo que presidió los actos del 8-M. Hay un tipo de feminismo que funciona como mero aditamento, con muchos creyentes y pocos practicantes, y que mira la matrícula partidaria de la ofendida antes de reaccionar. Elena no tiene la adecuada. Hubo otras mujeres leopardo en la selva de la historia que un feminismo sesgado rechaza. Thatcher, Merkel, la reina Victoria o Isabel la Católica. Son de derechas. Y vestían como les daba la gana.

República: ¿ideas o hechos?

¿Celebramos las ideas o los hechos? Si son solo las ideas, los festejos republicanos del 14 se abril son aptos para todos los públicos. En aquella República se dieron cita las mejores intenciones y los designios más nobles, igual que en la de Platón. No hay una etapa de la historia de España comparable. Si se repasan los discursos de sus próceres, se encuentran piezas oratorias ante las que incluso ahora es difícil no sentirse hechizado. Entre los conmovidos por el fervor del nuevo régimen, un periodista llamado Chaves Nogales, que después narraría el horror por los hechos que estaban agazapados en las palabras mayúsculas. La humilde Transición no contó con aquellos grandes próceres, sino con gente mediocre en apariencia, más artesanos que artistas del poder, preocupados por moldear las ideas para que se ajustaran a la «libertad sin ira». De la política rectilínea que nace el 14 de abril a otra sinuosa que ocasiona la democracia vigente. Así que la República de las ideas merece un recuerdo. La de los hechos, no.