Ortigueira tiene 121 núcleos sin población y cien con una o dos personas

Manuel Varela
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Hay nuevas aceras y farolas a ambos lados del asfalto en Serantes, una aldea con varias casas de arquitectura ecléctica, con sus balcones y recercados de colores, y hasta una de estilo indiano presidida por una palmera. Lo que no hay es gente. Ni bares, ni comercios ni escuelas. Serantes es, como otro centenar de núcleos de Ortigueira (5.633 habitantes), un inmenso decorado vacío que engaña al visitante. La resistencia de estos edificios es la última prueba material del esplendor de un ayuntamiento que llegó a ser el séptimo más poblado de Galicia. De aquello hace más de un siglo. «Aquí quedamos catro», se resigna Maximino agarrado al cortacésped en el jardín de la casa indiana.

En el marco de la puerta se apoya María del Carmen, su mujer, con la que volvió hace cuarenta años de Ginebra para comprar la vivienda y montar una carnicería. «Cando chegamos estaba a tope, as tabernas sempre cheas e ata sete persoas nunha mesma casa. Non queda nada», lamenta. Lo saluda Carlos Breixo, profesor y cronista oficial de Ortigueira, que se baja la mascarilla para que Maximino le reconozca. Se sabe cada palmo y rostro de la zona. Pasea en bicicleta y conversa con los vecinos con los que se encuentra: «Hai persoas que non falan con ninguén máis en todo o día. Incluso agora, coa pandemia, queren que a xente pare e lles vaia falar».

Ortigueira es el concello con mayor número de núcleos de población vacíos de la comunidad. Son 121. Hace veinte años eran 70. Pero lo peor es la soledad: hay otros cien —un tercio del total— donde el Instituto Nacional de Estadística registra uno o dos habitantes. Pepe, o da panadería, pasea sin rumbo apoyado en su cayado por una acera de Ponte de Mera. El pantalón de buzo, las botas de goma y el gorro impermeable delatan que su vida gira ahora en torno a cuidar de un par de vacas y unas gallinas. «Xa me quitei de xogar a partida», dice con pesar. El bar más próximo está a varios kilómetros. Pepe llegó a Ponte de Mera a mediados del siglo pasado y recuerda que entonces «non había casas onde meterse». Ahora calcula que habrá unas quince vacías.

El historiador Carlos Breixo pasea junto a una casa abandonada en una aldea de Ortigueira
El historiador Carlos Breixo pasea junto a una casa abandonada en una aldea de Ortigueira VÍTOR MEJUTO

En el barrio de O Crucifixo, siguiendo un camino que fue Real y del que existen pruebas de que acogió el Camino hacia Santiago, una antigua escuela de estilo modernista se ahoga ahora cubierta por las hiedras. Es obra de Julio Galán Carvajal, el arquitecto que creó el Pazo da Xustiza, sede del Tribunal Superior en A Coruña, otra prueba más de la prosperidad de la comarca a principios del siglo XX.

En Santa María de Mera, tras dejar atrás la rectoral y el iglesiario abandonados, una nueva escuela de indianos se ha pintado de celeste y rehabilitado como centro social y albergue, pero ni el polvo de las ventanas logra tapar el vacío de su interior. Dice Carlos Breixo que el Concello acumula tanto patrimonio que ya no sabe qué uso darle. En este punto hay cuatro habitantes censados. Hay dos que lo están desde agosto: un matrimonio que vino desde Sagunto (Valencia) y decidió instalarse allí. Él, José, cuenta que es asturiano y que, tras años yendo de vacaciones, el lugar le enamoró (aunque, por ahora, no tanto a su mujer). Después de 45 años faenando en el mar se dedica a restaurar su casa, que fue hace décadas una herrería, donde encontró un horno de barro y las piezas de un antiguo molino tras retirar los metros de tierra que llenaban un cobertizo.

José se mudó desde Sagunto junto a su mujer en agosto del año pasado
José se mudó desde Sagunto junto a su mujer en agosto del año pasado VÍTOR MEJUTO

El hombre muestra con ilusión los hallazgos que va haciendo en su nuevo hogar, en un trabajo a medio camino entre la reforma y la arqueología. El historiador le descubre también una toela, una enorme placa de serpentina extraída de los acantilados de Ortegal y que, según explica, se utilizaba para marcar el acero en los astilleros de Ferrol.

De Belgrado a Ortigueira

«Esto es una maravilla». Álex pone los brazos en jarra y empieza a apuntar hacia la sierra de A Capelada: «Las rocas más antiguas de la Península, los acantilados más altos de Europa, una ría preciosa... ¿qué más?». Suspira. Hace 13 años que Álex compró una escuela en ruinas en el lugar de Baleo y once que la convirtió en hotel rural.

También se cumplieron ya 32 años desde que abandonó Belgrado, cuando sintió que una guerra iba a romper su país. Pasó desde entonces por Londres, París y Barcelona, hasta que encontró la paz en Ortigueira.

Álex, nacido en Belgrado, es dueño de un hotel que creó a partir de una antigua escuela en ruinas
Álex, nacido en Belgrado, es dueño de un hotel que creó a partir de una antigua escuela en ruinas VÍTOR MEJUTO

Una despoblación resultado de la emigración y la ausencia de infraestructuras

Baleo está camino de Couzadoiro, que durante una breve etapa del XIX llegó a ser concello. En esta aldea hay 63 habitantes, veinte menos que hace diez años, aunque Álex, dueño del Castaño Dormilón, apunta que hay nuevos vecinos. Justo frente a este hotel rural, en una casa restaurada, se ha instalado una pareja de madrileños, y más abajo hay otra vivienda de unos barceloneses. El turismo parece ahora el único plan de negocio para las zonas rurales del ayuntamiento. Lo entendió Marisa, hace catorce años, cuando compró un terreno y construyó el hotel A Miranda, uno de los muchos que se han levantado en los últimos tiempos por el atractivo natural de la zona y el festival de música celta. Más allá de los hospedajes, apenas hay cultivos o ganado.

«Somos reducto para plantar eucaliptos», resume Carlos Breixo. El historiador expone que la crisis demográfica en la zona se tradujo en la práctica desaparición de las tierras de labranza, reconvertidas en bosques para explotación maderera. Natural de San Claudio, a pocos metros del lugar donde nació tiene una muestra de ese abandono: los restos de la feria que, hasta hace un par de décadas, reunía a miles de personas llegadas desde Asturias o León junto a los puestos. Uno de los tejados de pizarra se hundió y, pese a su valor histórico, no se ha hecho ningún esfuerzo por rehabilitarlo.

La carretera general se construyó a varios kilómetros y condenó a la feria a desaparecer. Argumenta Breixo que la ausencia de infraestructuras aisló al concello durante el pasado siglo y, cuando por fin llegaron, el daño era ya irreversible.

Cuna del agrarismo

Un monumento, medio oculto junto a la estación de Feve de Ponte de Mera, recuerda a Luciano Pita, uno de los padres del agrarismo que tuvo su origen en Ortigueira. El cronista oficial recuerda que cuando llegó el ferrocarril lo hizo tarde y con maquinaria obsoleta: «Ían cheos de xente e, ao chegar a San Sadurniño, o tren non daba tirado. Moitos tiñan que baixarse». Ortigueira llegó a contar con 23.000 habitantes en los cincuenta. La emigración, clave décadas atrás en el desarrollo económico de la zona, comenzó a vaciar la comarca. El hambre de la posguerra y la falta de oportunidades por las precarias comunicaciones hicieron el resto. El golpe definitivo llegó en 1988 con la separación de Cariño como nuevo municipio.