Amancio Ortega, fuera de serie

GALICIA

Pilar Canicoba

El dueño de Inditex no necesita que una serie de Amazon explique su «tiempo entre costuras» en ocho capítulos

27 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

1975. Cuando España estaba doblando el cabo de Buena Esperanza de su historia, abría la primera tienda de Zara. La democracia política empezó a atisbarse al mismo tiempo que la libertad en la moda, como si la Transición necesitara un nuevo fondo de armario. A partir de ese momento inaugural, Amancio Ortega decide hablar a través de sus escaparates con un lenguaje textil en el que no ha dejado de ser locuaz. A cambio hace un voto de silencio que contrasta con otros colegas que entendieron que sus productos tenían que ir acompañados de poses. El gallego decide aplicar a su manera la consabida teoría de McLuhan: la prenda es el mensaje. Con razón hace unos años los encargados de seleccionar los objetos que definen la cultura gallega desde el Paleolítico para la exposición Galicia Cen escogieron la bata de boatiné como icono galaico, junto a un torque, un ara romana, el futbolín, la caldereta de leche y un plato de Sargadelos.

 En fin, que Ortega es alguien elocuente que no necesita que una serie de Amazon explique su «tiempo entre costuras» en ocho capítulos. Finalmente la serie no se hará por razones que no se explican, pero se suponen. Alguien se daría cuenta de que más que ocho entregas se necesitarían ochenta para abarcar con cierto rigor la epopeya zarista, o algunos verían en el proyecto algo así como una profanación de ese silencio en el que Amancio se siente persona y no personaje. Claro que su vida retirada resulta anómala para quienes tienen adicción a la popularidad y requieren una dosis frecuente. Hablábamos del escaparate, virtual o no. Es ahí dónde el zarismo ubica sus propuestas, mientras que otros se sitúan a sí mismos en una versión de las vitrinas del barrio rojo de Ámsterdam, en constante exposición impúdica. Nuestro hombre, en cambio, está enganchado a su intimidad.

La clave del éxito de este universo de moda cuyo big bang data del 75 nos lleva a San Agustín cuando explicaba la escurridiza idea del tiempo: si nadie me lo pregunta sé lo que es; pero si me lo preguntan, no lo sé. Muchas explicaciones se han dado al fenómeno que desata Ortega, entre ellas no debiera olvidarse ese silencio orteguiano que permite captar con más nitidez las corrientes profundas en las que nacen las tendencias. No es otra cosa lo que hacen los revolucionarios de todos los tiempos. Hubo una revolución burguesa con sede en París, otra proletaria radicada en San Petersburgo, y un tercera revolución indumentaria, incruenta, duradera y realmente popular que surge en A Coruña y se expande desde Arteixo, sin pasarelas ni creadores que salgan al final rodeados de modelos en medio de los focos y los aplausos de la élite. El Ortega filósofo dejó escrita La rebelión de las masas. Este otro las viste y aguarda su referendo diario. Alguien así no viene de serie.

Un ministerio para Rocío

Rocío Carrasco e Irene Montero podrían intercambiar sus papeles en cualquier momento, y sin que hubiera ninguna sorpresa ni en el mundo político ni en los platós. Una Rocío ministra haría un papel equivalente al de Irene. O quizá mejor, porque ha heredado de la madre unas dotes escénicas que se cotizan al alza en el actual escenario ministerial. No cabe duda de que Irene se desenvolvería con soltura en los programas viscerales, sin necesidad de un aprendizaje previo. Aquel desgarrado bolero de Olga Guillot es aplicable a ambas: «Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro». Tanto las confesiones de Rocío como las políticas de Irene pertenecen a la ficción, lo cual explica la aparición de la ministra en el programa y explicaría la presencia de Rocío en la Moncloa como miembra del Gobierno. Todavía está a tiempo Sánchez de aportar frescura a su equipo con el fichaje de la hija de la inolvidable coplista, aunque no sea sosa, seria ni formal. Solo tendría que seguir haciendo lo que hace.

Fuenteovejuna, señor

Es un moderno Fuenteovejuna, un episodio épico en el que la razón se impone gracias a la fuerza del vecindario soberano. En vez del infausto comendador que en la obra de Lope de Vega comete vilezas y atropellos, son unos okupas que alteran la convivencia del barrio y colman la paciencia de gente sencilla que simplemente defiende su tranquilidad. Una escena de la literatura del Siglo de Oro que de nuevo relata la insurrección espontánea de un pueblo que se siente, como Gary Cooper, solo ante el peligro. Lo ocurrido en el coruñés barrio de Las Flores permite desempolvar el Grandola de José Alfonso, pero también habla de la decadencia del Estado de Derecho en los tiempos que corren. Es un Somatén del siglo XXI, una improvisada guardia nacional, el que logra el desalojo de los delincuentes, no la autoridad que los propios vecinos costean, absorta en interpretaciones que al final aprovechan los que se apropian de lo ajeno. «A xustiza pola man», que decía Rosalía de Castro. ¿Quién echó al okupador? Fuenteovejuna, señor.