¿Habrá municipios en Marte?

GALICIA

PILAR CANICOBA

Al entrar en vigor los perímetros consistoriales, rige una ley de la relatividad que aleja lo cercano y altera las pautas de vida de los lugareños

12 mar 2021 . Actualizado a las 18:20 h.

Junto a Fernando Abilleira, ese ingeniero de la Nasa que está a los mandos de la carabela que acaba de posarse en Marte, hay otro gallego que ha salido menos y al que podríamos considerar un Julio Verne del Derecho. No se sabe si inspirado por las estrellas visibles en su Allariz natal, el profesor Modesto Seara desarrolló una rama inédita de las ciencias jurídicas relacionada con el espacio. Su obra pionera data de 1961 y su titulo (Derecho Internacional Cósmico) evoca a Bradbury o Asimov, si bien va muy en serio. Esta cosmovisión legal vendría a ser como las Leyes de Indias o el Tratado de Tordesillas que regularon con precocidad las cosas en el Nuevo Mundo. Ahora el Nuevo Mundo es el planeta rojo, donde quizá nuestros lejanos descendientes vivan o tengan una casita para pasar el fin de semana, o sean emigrantes interplanetarios que dicen adiós a ríos, fontes, regatos pequenos y a la tierra en su conjunto, curando la morriña en el Centro Gallego del planeta mientras leen La Voz, ven Luar y atienden los mensajes de Feijoo.

El ingenio que hizo arribar Abilleira averiguará si existe vida allá arriba, y la escuela jurídica de Seara en México seguramente preste atención al ordenamiento legal marciano y en especial a su organización municipal. Desde nuestra ignorancia, pero con la experiencia de estos tiempos de pandemia, aconsejamos que no haya municipios en Marte, que a ser posible se establezca otro tipo de demarcación más versátil, apta para ser unificada o transformada. Miren: cuando a Galicia le toca confinamiento municipal, este medio da cuenta de episodios tragicómicos de terrícolas galaicos que, al igual que ET, quieren orientarse en medio de fronteras artificiosas que separan realidades que siempre estuvieron unidas.

Al entrar en vigor los perímetros consistoriales, rige una ley de la relatividad que aleja lo cercano y altera las pautas de vida de los lugareños. Gente que vivió toda su vida transitando de un municipio a otro, trabajando aquí, comprando allá, yendo a la consulta al otro lado, se ve obligada a escudriñar los mapas para detectar lindes imprecisas marcadas en un pasado remoto donde la geografía solo se entendía a pie o a caballo. Nada sucedería si tales instituciones fuesen flexibles ya que en ese caso no se necesitaría inventar áreas o almendras para superar los estrechos corsés del concello. Si así fuera, serían útiles en Galicia y en Marte, pero después de tantos años, la fusión de consistorios es más ilusoria que una delegación de la Xunta en Alfa Centauri. Cuando en el futuro peregrinen a Santiago alienígenas intergalácticos seguiremos aun con los 313 municipios.

Perdida la esperanza en su reducción, que al menos este planeta prometedor se organice de otra forma de acuerdo con su derecho a decidir.

Me gustas cuando callas

«Me gustas cuando callas, porque estás como ausente». Se echa de menos un poco de poesía en el debate político. «Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca». Pablo Neruda hubiera sonado mejor en labios de Díaz Ayuso que sus ásperas alusiones al presidente de la Xunta, que se limita a decir que los liderazgos se marchitan si no son regados con victorias. Por eso que aprender del que gana debiera ser el primer mandamiento de cualquier organización política. Sectores hay en el PP que, en lugar de procurar aprender del susodicho, pretenden que esté callado y ausente. Si lo hiciera sería acusado de desentenderse con altivez de la marcha de las siglas. Neruda viene bien, pero convendría un Xacobeo popular que permitiera a Casado y a su equipo peregrinar primero a la Catedral como es debido, y después a Monte Pío donde reside el otro apóstol. «Cada vez que mi memoria vuestra beldad representa, mi penar se torna gloria, mis servicios en victoria». Bien podría responder así el gallego, con préstamo de Jorge Manrique. Falta poesía.

El otro rey mago

A diferencia de lo ocurrido en Tiananmen, no hubo un hombre plantado frente a los tanques en Valencia, ni tampoco un líder subido a un carro de combate de la acorazada, igual que Boris Yeltsin en Moscú durante la intentona contra la perestroika. Si un nuevo Goya quisiera inmortalizar la resistencia del pueblo frente al golpe del 23-F no tendría en qué inspirarse porque solo hubo un rey mago que decide no seguir los ejemplos de su abuelo Alfonso XIII, ni de su cuñado Constantino, padrinos ambos de sendos golpes de estado. Don Juan Carlos no quiso a un nuevo Primo de Rivera ni a coroneles como los griegos. Tal vez en las horas aciagas de aquel día, el espíritu del ubicuo Talleyrand le susurró aquello de que las bayonetas sirven para muchas cosas menos para sentarse encima. He aquí un trono experto en parar esos penaltis políticos que son los golpes, cuando solo queda el portero para evitar que suba al marcador la dictadura y Tejero o Puigdemont se disponen a tirar. Se quiso acabar entonces con el régimen del 78. Igual que ahora.