En las entidades sociales que ayudan a personas en apuros hablan de dos tipos de usuarios: los que vienen de una pobreza heredada y  los nuevos pobres, cuando la frontera entre cubrir y no cubrir gastos es muy fina

M. M. Otero
Periodista
M. Mosteiro
Redactora
A. Martínez

La pandemia ha resucitado el fantasma del 2008, cuando la pobreza dejó de ser un problema circunscrito a una minoría. Al igual que entonces, en las entidades sociales que ayudan a las personas en apuros económicos empiezan a ver un nuevo perfil de usuario: el del que jamás pensó que tendría que pedir ayuda. 

Pablo, vecino de A Coruña: «Tuve un bar y ahora acudo a la Cocina Económica, es un bache, pero te señalan»

Este padre de familia es uno de los nuevos usuarios de la entidad social con la pandemia

pablo
CESAR QUIAN

m. m. otero

Pablo no tiene nada que ocultar, pero prefiere la foto de espaldas, porque es consciente «de que te estigmatizan. Siento que me señalan cuando alguien sabe que recurro a la Cocina Económica de A Coruña». Este vecino del Castrillón de 47 años empezó a recibir la ayuda de este servicio benéfico en noviembre. Le asegura un plato de comida caliente a él y la cena a sus dos hijos los siete de días de la semana. «Uno tiene 15 años y el otro nueve. Desayunan y comen en la escuela», añade.

Su perfil corresponde a ese grupo de la llamada clase media baja que vive al día. Cuando una pieza como el trabajo cae del puzle, todo se desmorona. «Siempre he trabajado. Tuve un bar, después fui camarero y también conductor en Cabify, pero te pagan poco y haces muchas horas. Un accidente hizo que estuviera casi tres años de baja. El juez desestimó la invalidez. Me dijo que había jugadores del fútbol con peores problemas en las piernas que ganaban mucho dinero... Así que fui tirando con mis ahorros y la indemnización, pero todo se acaba», admite.

Los ingresos que entran en casa ahora, y con los que paga el alquiler, son por «chapucillas» que le encargan. «Me apunto a todo, estoy pendiente de las ofertas, pero vas de una empresa de trabajo temporal a otra y los puestos que me proponen son muy físicos. Con mi pierna llena de clavos, no puedo aguantar muchas horas con esfuerzos continuos», argumenta. El covid lo ha complicado más todo. El paro se ha disparado en el sector en el que tiene más experiencia, la hostelería.

Daños colaterales del covid

«Podemos decir que hay dos tipos de usuarios. Los que vienen de una pobreza heredada y están en riesgo de exclusión social, y los nuevos pobres, cuando la frontera entre cubrir y no cubrir gastos es muy fina», explica Pablo Sánchez, el trabajador social de la Cocina Económica. Si en febrero del 2020 estaban en los 200 menús diarios, ahora sobrepasan las 350 entregas, a las que hay que sumar los repartos de comida en los barrios. Las solicitudes se dispararon con la pandemia, sobre todo, por parte de familias. Entre esos nuevos beneficiarios está Pablo.

Está separado y su exmujer trabaja «haciendo casas, limpiando». Para los hijos cuenta con una subvención de 400 euros dos veces al año por estar al cargo de ellos. Hijo de emigrantes gallegos retornados de Venezuela, donde él se crio, hasta ahora, continúa, «nunca pedí ayudas porque siempre tuve trabajo en A Coruña», destaca. Gracias a los servicios sociales municipales en San Diego y a la Cocina Económica, la Cruz Roja le da una tarjeta de 250 euros al mes, durante tres meses, para la compra de alimentos y productos de higiene. Solicitar la risga o el ingreso mínimo vital son dos posibilidades que le han planteado. «Sé que hay muchos prejuicios, pero a mí me dan igual mientras mis hijos coman. Hay gente que me dice: ‘‘Me contaron que te vieron en la Cocina Económica''. ¿Y qué pasa? Al principio me afectó muchísimo, pero esto es un bache. Lo que necesito es un empleo, en un almacén, de lo que sea. Me desespero por tener un trabajo fijo», reconoce.

«Me apunté al programa Coruña Suma. Hice un curso de nutrición, otro de ayuda a domicilio, y quiero hacer uno de cocina», enumera. Todo indica que el desempleo, es consciente, puede seguir creciendo como consecuencia de la pandemia. Otro de los daños colaterales del covid.

«Jamás tuve que pedir nada hasta ahora»

En Cáritas atienden casos de familias con vidas normalizadas que perdieron empleos en esta crisis o soportan un ERTE que no les permite pagar créditos, hipoteca y gastos básicos del mes

PACO RODRÍGUEZ

Marga Mosteiro

Ponerle cara a las consecuencias económicas del covid es un buen ejercicio para tener una visión más realista de la situación a la que se enfrentan cada día cientos de personas. José tenía un trabajo estable y unos ingresos que le permitían llevar una vida totalmente normalizada. «Pagaba mis facturas, la manutención y podía tener una vida normal como la de cualquier persona», explica José. Pide mantener su anonimato: «Me conoce mucha gente y no quiero que sean conscientes de todo lo que estoy pasando». Tiene 45 años y dos hijos -de 14 y 11 años-, y durante la conversación repite una y otra vez una historia que se da en muchos hogares: «Jamás habría pensado verme pidiendo ayuda, jamás estuve sin ingresos. Trabajé siempre, desde joven, y soy una persona optimista que está pasando por una situación que no podría imaginar».

Ese optimismo de José le mantiene activo. «Cuando di el paso de venir a Cáritas fue muy duro. Quiero recuperar mi vida, así que haré todo lo que sea», relata José, quien está separado. «Es un alivio que mis hijos no estén sufriendo las consecuencias de esta situación, porque su madre tiene una vida normalizada. Pero yo no puedo cumplir con mis obligaciones de forma regular y no me gusta esta situación». Tiene una meta clara: «Recuperar mi vida y volver a ser independiente económicamente».

Su vida comenzó a torcerse en el 2019. Aquel año capitalizó todo el paro para poner en marcha un negocio, pero la suerte no estuvo de su parte. «Siempre tuve trabajos. En una u otra cosa, pero nunca me quedé sin ingresos. Tuve una cafetería en un servicio público, y trabajé en hostelería. Fui comercial y las cosas iban bien, pero todo se fue al traste», describe. Cuando llegó la pandemia trabajaba en el aparcamiento del aeropuerto. «Me mandaron al ERTE. Volví después del cierre, pero se acabó el contrato en septiembre y no me renovaron por culpa del covid. Sé que habría seguido trabajando, pero todo se paralizó». Desde entonces, José solo pudo cobrar un mes el paro, al haber capitalizado en el 2019 la cantidad acumulada «tras años y años de trabajo». Ahora sus ingresos se reducen a la ayuda social «para las personas que se quedan sin nada, pero pago 300 euros de alquiler y no da para mucho más». Estos días comienza a ver luz al final del túnel: «Cáritas me ayudará con el alojamiento. Me ahorro el alquiler, al irme a uno de sus pisos. Creo que así podré arrancar. Yo acepto trabajar en lo que sea».

José sabe que la situación que está atravesando no es única. «Hay muchas personas sufriendo mucho, y hay que mantener la ilusión para salir adelante. Esto es un golpe duro que te da la vida. Ahora, con la ayuda de alojamiento, será un respiro. Pero es algo temporal. Espero que de poco tiempo. Solo para saltar el bache».

Cáritas atendió a 130 personas en enero pasado, un 30 % más que durante el mismo mes del 2020

«Las personas que llegaron en enero venían muy agobiadas por el temor a que se terminaran los ERTE», señalan en Cáritas. Enero se cerró con nuevo récord de atenciones en Santiago. Se tramitaron 225 solicitudes para 130 personas, lo que representa un 30 % más de las que se acercaron en el mes de enero del pasado año. El 2021 empezó como terminó el 2020, con un incremento del 30 % en la atención primaria, en la que se tramitan diversas líneas de ayudas, entre las que destacan empleo, ropa y vivienda. Lo peor es que las donaciones también bajaron, un 30 %, por lo que cada vez es más complicado llegar a todas las necesidades.

Una de las cuestiones que más preocupa a los técnicos de Cáritas es que el incremento de casos está unido a un cambio del perfil de los usuarios. «Gente que no vino nunca y jamás se planteó venir», apuntan. Se trata de emigrantes con ingresos estables que les permitían tener una vida normalizada. «Pagaban sus créditos e hipotecas», explican. También nacionales con trabajos «que le permitían vivir». A Cáritas llegan ahora personas con contratos temporales, con cobros en negro, que al quedarse sin empleo se quedan sin paro y sin ERTE. Proceden de la limpieza en hostelería, del reparto de publicidad, del cuidado de mayores y menores, y con contratos de medias jornadas al pasar a ERTE se quedan con ingresos escasos: «Tienen que elegir deudas o comer».

«Tengo tres hijos que alimentar y me han denegado el ingreso mínimo vital»

Grace, con una risga que le da para pagar el alquiler, ve frustrarse su esperanza

M.MORALEJO

a.martínez

La mayor parte de los 550 euros que Grace Jennifer Moral cobra de una Risga se va para pagar el alquiler del piso de la Gran Vía en el que vive con su madre y sus tres hijos de 20, 5 y 3 años. Lo poco que le sobra y una pensión de alimentos que recibe apenas le llega para satisfacer las necesidades básicas de su familia. El ingreso mínimo vital aprobado por el Gobierno en mayo del año pasado supuso una esperanza de no vivir tan ahogada económicamente, pero se lo han denegado. Este mes lo ha vuelto a solicitar porque asegura que le hace muchísima falta.

Con unos ingresos inferiores a los gastos tiene que pedir ayudas puntuales a las personas de su entorno o recibir el apoyo de asociaciones como Afán o la federación de vecinos Eduardo Chao. «Tengo que pedir para comprar alimentos o pañales. La federación vecinal es como una madre para mí», asegura esta mujer brasileña de padre español que hace nueve años decidió dejar São Paulo y probar suerte en su segundo país. Pero lo cierto es que la suerte no le ha sonreído todavía en forma de una oferta de trabajo, que es lo que más desea. «Aprendí de pequeña que el trabajo es la dignidad como persona», asegura.

Su última ocupación fue con un contrato de media jornada en un restaurante durante la Festa do Boi, en Allariz.

Un año

Tras un año viviendo en Vigo, no ha parado enviar currículos a diferentes empresas sin obtener respuesta. Decidió quedarse en esta ciudad porque veía que había muchas posibilidades laborales y, además, le hacía mucha ilusión porque su hijo nació en ella. «Estaba en un grupo de brasileños en Vigo y veía que había muchas oportunidades», dice. Alquilaron dos habitaciones en un piso de García Barbón, donde vivieron hasta septiembre. La pandemia truncó todos sus planes para conseguir un trabajo en la hostelería. «He hecho un curso de jardinería, pero tampoco me ha salido nada», afirma. Nada más aprobarse la renta mínima, se fue a hacer cola al Ayuntamiento para poder formalizar la solicitud. Su petición quedó registrada en julio pasado pero fue denegada. El motivo lo desconoce porque asegura que no le dieron un código para realizar un seguimiento de la tramitación. La respuesta le llegó por carta a un domicilio de la calle García Barbón en el que ya no residía y fue devuelta la Seguridad Social. «Después de tanto llamar, conseguí hablar por teléfono con la Seguridad Social y me dijeron que fue denegado, que me enviaron por carta la respuesta, pero yo no tuve acceso a la misma», afirma. No pierde la esperanza de poder completar las ayudas mientras no encuentra trabajo. Como todas las personas que están en su situación.