El último posado

GALICIA

pilar canicoba

23 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

¡Anatema! Gritarán los adoradores de esa diosa que aparece antes de las campanadas vestida para atragantar las uvas. Ella es la Venus de la tele, la musa que incendia las redes cuando expone sus ardientes argumentos ante los que no hay réplica posible. ¿Cómo se puede comparar entonces a Cristina Pedroche con Pablo Iglesias? Veamos. No hay nada, o casi nada, bajo los posados de la presentadora: son transparentes y no pretenden transmitir ningún mensaje profundo. El desnudo es el mensaje. Lo único que quiere ella es que la veamos como una Marilyn morena porque aquí los caballeros no siempre las prefieren rubias. Tras sus fotos retozando en la nieve para combatir a Filomena, pretende que se suscite un cierto escándalo, y sobre todo que se cree una expectación. ¿Cuál será su próxima picardía? ¿Qué desvestido lucirá en la siguiente gala?

Más o menos es lo mismo que ansía el vicepresidente, incómodo como todos sus correligionarios cuando la política pasa de la lírica a la prosa. Ese miedo a gobernar ya lo apreciamos los gallegos cuando las Mareas estaban en pleamar y gozaban de un poder cuantioso que desperdiciaron en una revolución solo indumentaria. También les aburría la gestión, o tal vez lo que sentían era temor a adoptar decisiones tras haber sido formados en la calle. Iglesias posee competencias que no ejerce porque no se siente a gusto con el papeleo inherente y al mismo tiempo necesita significarse, mostrar que sigue ahí con plena capacidad para armar revuelos con sus palabras.

No son el peronista Laclau ni aquel republicano radical llamado Lerroux que dirigía un periódico cuyo nombre lo decía todo (El Intransigente) los inspiradores ideológicos del líder de Unidas Podemos, sino alguien como Cristina Pedroche. El equivalente del último posado invernal de la diva son esas declaraciones en las que se equipara a los exiliados republicanos con los fugados independentistas o, lo que es lo mismo, a nuestro Castelao con Puigdemont. Es una blasfemia democrática. A Castelao si no se iba lo mataban; a Puigdemont si no escapaba lo juzgaban con todas las garantías.

Sin embargo no hay que ponerse demasiado serios ante lo que es un ardid publicitario con el que el vicepresidente hace su peculiar posado, muy parecido a los que aquí eran frecuentes con sus adeptos. Si Joyce escribe su Retrato de un artista adolescente, aquí es el político adolescente el que se retrata olvidando que ya no está en edad, y que la pandemia hace todavía más grotescas determinadas frivolidades. Las de Cristina son en cambio reconstituyentes y con ellas no aspira a convertirse en otra Kamala Harris, al menos de momento. Uno olvida sus competencias en el Ejecutivo; la otra usa las suyas generosamente. Así que disculpen sus devotos esta comparación heterodoxa.

«Parole, parole, parole»

La industria que se está despidiendo no habla gallego ni español, sino inglés, italiano y alemán. Alcoa se dirige desde Pittsburgh, lo que atañe a Gamesa se cocina en Berlín y el timón de Endesa está en el viale Regina Margherita de Roma. Así que tenemos un problema parecido al que tenía Kissinger en relación con Europa. ¿A qué teléfono se llama? La vieja canción nostálgica asegura que «la distancia es el olvido» y tal principio debiera ya formar parte de los parámetros que usan los economistas porque la lejanía pesa. La cercanía hace que las decisiones se tomen de otra forma.

La última en irse es Endesa cuyo principal accionista es el Estado italiano, gracias a un generoso acuerdo de Zapatero con Prodi que en Italia aún no se creen. Ya con el pie en el estribo alguna vaga promesa de promover instalaciones industriales en la comarca, que nos devuelven al mundo de la música, ahora italiana, en concreto a aquel estribillo que no necesita traducción: «Parole, parole, parole». La Galicia industrial está Lost in translation.

Fuese y no hubo nada

«Miró al soslayo, fuese y no hubo nada». Fuese Trump y la ceremonia que pasa página de su pesadilla fue un reencuentro con la estatua de la libertad que cumplía pena de arresto domiciliario con la antorcha apagada. Se cumple aquel principio según al cual los autoritarismos sobrevuelan como buitres los Estados Unido pero siempre se acaban posando en Europa. De hecho Trump abandona la Casa Blanca sin daños irreparables al sistema, mientras que dos consecuencias europeas del populismo como el brexit y la sedición catalana siguen vigentes. De momento no hay un Biden británico o catalán que pronuncie un discurso tan reconfortante como el que oímos en la «inauguration». Casi una oración. Aunque se pueda especular sobre la capacidad del trumpismo para sobrevivir, ahí está Andreotti para recordar que el poder desgasta mucho al que no lo tiene. Tendrá enfrente a un presidente con aires de abuelo sosegado, a una pre-presidenta resuelta, y a un Obama deseoso de perpetuarse. Volvamos a Cervantes: fuese y no hubo nada.