La Galicia de «Dallas»

GALICIA

Pilar Canicoba

Antón Cancelas, fallecido esta semana, merece hacerse un hueco entre pandemias, nevadas y trumpazos

16 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Dallas forma, junto con Buenos Aires y La Habana, el triángulo de la cultura gallega de ultramar. Entre otras cosas, en la capital argentina se publica el Sempre en Galiza y en la cubana se entona por primera vez el himno, pero la aportación de la metrópoli texana no es menos importante porque da nombre y ambiente a una serie mítica de 1985 en la que magnates del petróleo y tiburones de las finanzas hacen algo insólito en su tiempo: compran, venden, intrigan, traicionan y seducen en gallego. Gracias a esa plutocracia galegofalante que vivía tramas propias de Shakespeare, la «lingua proletaria» cantada por Celso Emilio salta las barreras de clase, se instala en la alta sociedad y llega al fogar de Breogán mediante un prodigioso ejercicio de ventriloquia llamado comúnmente doblaje. Antón Cancelas, uno de los magos, nos dejó estos días para siempre y merece hacerse un hueco entre pandemias, nevadas y trumpazos.

Alguien tendría que darle nombre a esta otra Xeneración Nós de dobladores. En algún momento sería necesario inaugurar un monumento al doblador desconocido de voz familiar, cuya personalidad se esconde muy abajo en los créditos de la serie que aparecen cuando ya estamos a otra cosa. Al igual que tenemos un Día das Letras bien podría instaurarse un Día das Voces Galegas destinado a los que tanto hicieron y hacen por la lengua oral, el talón de Aquiles de la normalización según dicen los estudios pertinentes. A la espera de que esas modestas sugerencias cuajen hay que volver a aquel prehistórico año 85 cuando un tal X.R Ewing, sin antepasados gallegos conocidos aunque posibles, se entromete en los hogares del país con la TVG, rodeado de un escenario que no es una lareira, ni una verbena enxebre, ni una manifestación con mucho «non» y «xa», ni tampoco aquel parlamento incipiente donde muchos usaban una lengua litúrgica.

X. R no era un «gallego profesional», o sea uno de aquellos gallegos que usaban el idioma como requisito gremial, como uniforme lingüístico o aditamento, sino alguien próximo al gallego espontáneo que utilizaba su idioma sin más complicaciones. A pesar de no llevar boina sino sombrero texano, el tipo aquel estaba más próximo a la galleguidad natural que los ritos culturales o políticos de los ochenta. No era el suyo el gallego culto de los literatos, sino que enlazaba con la oralidad donde el idioma había resistido la longa noite de pedra. Todo venía de la mano (de la voz) de alguien que no formaba parte del paisaje humano de la Galicia rural, sino de un malvado de Texas ayudado desde los estudios de doblaje por artistas como Cancelas. O falar non ten cancelas. Así fue como Dallas, la ciudad sudario de Kennedy, participó en el renacimiento del gallego. Del «adiós ríos, adiós fontes» al «estás bébeda, Sue Ellen».

El enigma de los bares

De no haberse jubilado, Holmes podría comentar con el doctor Watson un enigma relacionado con los bares y la pandemia. El perspicaz sabueso conoce las cifras de contagio que hay en su amada Inglaterra y en ese conglomerado de países que está al otro lado del Canal de la Mancha. Tampoco ignora que el pub inglés en donde suele reunirse con los amigos de Scotland Yard, nada tiene que ver con la cultura española del bar de la que le hablan sus colegas de Gibraltar. Watson intenta seguir el razonamiento de su amigo, que prosigue explicando que allí donde no hay bares sino otros establecimientos muy distintos la pandemia está alcanzando cifras escalofriantes. Tras preparar su pipa, Holmes deambula por su casa de Baker Street y finalmente se pregunta por qué en España se considera que los bares son los lugares favoritos del virus. De acuerdo con esa teoría, allí donde el bar es de otro tipo o mucho menos numeroso como en Portugal, los contagios tendrían que ser menores. Pero dejemos a Holmes, que ya está jubilado.

¿Quién es Twitter?

A la hora de criticar a Twitter por haber censurado a Trump, el ministro francés de Economía habló de la «oligarquía digital», mientras que el presidente de México recurrió a lo hispano para referirse a la Inquisición. Estuvo más acertado Bruno Le Maire que López Obrador. La Inquisición era horrible, pero no anónima, y seguía además un procedimiento espantoso, cruel, inhumano, pero no arbitrario. Se ignora quién tomó la decisión de acallar al lenguaraz presidente, cómo lo hizo y de acuerdo con qué normativa. Si su delito es similar al de otros políticos autoritarios, la sanción debiera ser igual para todos, como hacía la Inquisición con sus víctimas. Fueran algoritmos o ejecutivos, la actuación es propia de una oligarquía digital que aplica un impeachment caprichoso, muy distinto al que merece Trump. Twitter recuerda al capitán Renault de Casablanca que descubre que se juega en su garito. La red social de repente se da cuenta de que en ella anidan personajes perversos. Enmudeciendo a Trump lava su conciencia.