Los incendios, azuzados por el cambio climático, afectan a las cuatro estaciones

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Agostiño Iglesias

Los fuegos son habituales en otoño y en la transición de invierno a primavera

21 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La curva que representaba el número de incendios en Galicia durante los años noventa se elevaba sensiblemente en los meses de julio y agosto, mientras que el resto del año, salvo excepciones, se movía por las partes bajas de la gráfica. Aunque la lluvia y los servicios antiincendios acabaron estos días con los fuegos que asolaban la montaña ourensana en la antesala del otoño, no hay que remontarse muchos años atrás para recordar la ola de incendios del 2017, que quemó cerca de 50.000 hectáreas entre el 14 y 15 de octubre. La tendencia es clara desde hace años y está prevista en el plan de prevención de la Xunta (Pladiga), en el que se detecta un desplazamiento del aumento de los fuegos estivales de la semana 24 en los noventa hasta la 26 en el período 2010-19, mientras que el final del período más álgido pasó de la semana 41 a la 43 en los tiempos más recientes. Además, se observan repuntes relevantes entre la semana 46 y 51, en pleno otoño.

En el último decenio, los períodos de mayor frecuencia de incendios se producen a finales del invierno y principios de la primavera, y entre la semana 26 y 43 del verano y del otoño. Juan Picos Martín, director de la Escuela de Ingeniería Forestal de Pontevedra (Universidade de Vigo), explica que los fuegos en la transición invierno-primavera vienen dados por la tradición de quemas en la montaña atlántica, pero está de acuerdo en que «el factor de fondo del cambio climático está presente en la mayor gravedad de los sucesos, al haber períodos sin lluvia cada vez más largos». Esto explicaría que en cualquier estación del año se puedan dar episodios graves o incluso oleadas incendiarias, como la que asoló el occidente de Asturias en diciembre del 2015.

En el análisis que hace la Consellería de Medio Rural de la situación refiere dos períodos «cun incremento notable da actividade incendiaria». Una época «variable» a finales del invierno y principios de la primavera (semanas 6 a 17, con máxima actividad en la 12). Y una época fija en el verano y el principio del otoño.

Ni siquiera los meses considerados tradicionalmente de peligro bajo (enero, noviembre y diciembre) están libres de que se modifique el nivel de riesgo, como se constata en las previsiones de Medio Rural.

Galicia, más castigada

«Las zonas con peligro alto, la duración del riesgo durante el año y las situaciones extremas se incrementarán con el tiempo. Estos aumentos hacen suponer que la frecuencia de incendios aumente. Las igniciones causadas por rayos, también», se constata en un informe del Ministerio de Transición Ecológica sobre el impacto del cambio climático en España, en el que se aventura que comunidades como Galicia serán de las más castigadas. Curiosamente, un incendio provocado por un rayo quemó hace unos días unas relevante superficie de monte bajo en la isla de Ons. Y con el tiempo parece que esta tendencia irá a más en una comunidad donde el 90 % de los fuegos se inician por la mano del hombre, bien sea de forma imprudente o dolosa. Serafín González, presidente de la Sociedade Galega de Historia Natural e investigador del CSIC, cree que el factor humano es esencial para entender la problemática de los incendios en Galicia, pero está de acuerdo en que el efecto negativo que tiene el cambio climático en esta fenomenología socioeconómica «puede agravar los resultados» de un conato iniciado por comunidades envejecidas en zonas despobladas.

«Es evidente que hay un desplazamiento en el tiempo de la actividad incendiaria, pero no solo debemos mirarlo con el prisma del cambio climático, sino a través de la actividad humana, que es la que los provoca en Galicia», argumenta Serafín González, que cree que la prevención debe incidir en los problemas socioeconómicos que subyacen a la cultura del fuego en Galicia.

El ingeniero forestal Juan Picos, en una línea muy similar a la de Serafín González, cree que el problema hay que abordarlo en tres frentes. «El asunto del cambio climático se trata a medio y largo plazo a nivel global. En el ámbito más local podemos enfrentarnos a la problemática de cómo ordenamos nuestro territorio y el factor humano que causa la mayoría de los fuegos», dice. Esta última circunstancia es la que da inicio al incendio, mientras que las otras dos lo agravan. En los últimos años, con una intensidad y virulencia que los vuelve incontrolables.

Incendios inabordables

La responsable de Bosques de WWF España, Diana Colomina, recordó a raíz de los últimos incendios en Ourense que, cada vez en períodos más cortos de tiempo, «se dan las condiciones meteorológicas perfectas para que se produzca una crisis incendiaria inabordable, que pone en serio peligro a la población. Estas crisis cada vez serán más frecuentes y peligrosas debido a los efectos del cambio climático y dejarán una profunda huella en las comarcas donde se producen».

La estacionalidad cada vez menos predecible de los incendios se refleja en el uso de los superaviones de extinción, con capacidad para 20.000 litros de agua. Tradicionalmente, permanecían en lugares como California durante el verano del hemisferio norte y se iban para Australia en la época de más riesgo, en el verano austral. Ahora los períodos de riesgo se solapan, pues las temporadas se alargan cada vez más, y los grandes aviones cisterna no pueden intercambiarse entre estos dos puntos calientes del planeta. Es otro de los problemas que genera el fin de la estacionalidad incendiaria.