Manu Pérez: «Ahora le quiero más a la vida»

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El excampeón de motocrós explica cómo se adaptó tras el terrible accidente que casi lo mata

17 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Manu Pérez (Cambre, 1989) trabaja a poco más de cincuenta metros de mi mesa. Pero, por esas cosas a las que obligan estos tiempos extraños, hacemos la entrevista por teléfono. Pese a la frialdad del medio, Manu me transmite con claridad esa fuerza que le hace especial. Ojalá yo sea capaz de hacerlo, siquiera un poco, en estas líneas.

—¿Qué tal el aislamiento? ¿Aburrido?

—Un poquillo inquieto. Al principio, cuando empezó en China pensaba que iba a ser una cosa de allí. Pero ahora está aquí, a pie de calle.

—Se ha suspendido la prueba en la que le iban a homenajear.

—Sí, sí. Ya me habían hecho un homenaje el año pasado. Pero estamos en una situación difícil.

—¿Qué edad tenía cuando se montó en una moto por primera vez?

—9 años. Ahora los hay que con 3 ó 4 años ya están pilotando. En aquella época no era tan normal.

—Casi todos los padres tienen miedo a que sus hijos vayan en moto.

—Sí, sí. En mi familia no había nadie aficionado a las motos, que diera gas. No querían ese riesgo.

—¿Y cómo hizo?

—Yo era un niño y ya leía las revistas de motos. Fui a ver una prueba de motocrós y, a partir de ahí, empecé a comentar todos los días: «quiero una moto, quiero una moto». Ellos me decían que no, pero estuve así durante dos años y finalmente me la compraron; una Morini.

—Y a partir de ahí, como dice usted, a darle gas.

—Gané varios campeonatos autonómicos de motocrós y supercrós. Cuando tuve el golpe estaba cien por cien metido en la competición de las dos ruedas. Tenía entrenadores personales y preparaba oposiciones para la Guardia Civil. Una de las últimas cosas que recuerdo en esta corta vida sobre las dos ruedas fue una vez que fui a Toledo a correr con Manu Rivas, que era el campeón de España y salí primero de la primera curva pensando: «¡Uf! ¿Dónde me meterán el hachazo?». Es una cosa sin importancia, pero fue muy emocionante.

—Luego vino el accidente.

—Sí. Fue en Ribeira, en la primera prueba del campeonato gallego.

—¿Qué pasó?

—La verdad es que tengo pocos recuerdos, más bien por lo que me contaron. Salí de una curva a fondo y a cuatro metros del salto, me desplomé. Al ir con mucha velocidad salté inconsciente. Los médicos no saben si el derrame cerebral fue al golpearme cuando caí o si me desmayé antes de saltar. Me pudo haber ocurrido durmiendo.

—Y se despertó en el hospital.

—Tampoco lo recuerdo muy bien. Sí, que tuve que empezar a reconstruirme desde cero. Durante un año estuve en silla de ruedas volviendo a aprender a hablar en logopedia. Yo igual quería decir: «Pásame la botella de agua que está a tu izquierda». Y lo que decía era: «Los de abajo suben desde el suelo». Y pensaba «¿Qué me pasa, qué me está sucediendo?». Y me cabreaba.

—¡Qué duro!

—Sí, fueron meses muy duros y de muchísima adaptación a mi nueva vida.

—Al menos, los avances le darían esperanza.

—En aquel momento no los veía.

—Pero nunca tiró la toalla.

—No, eso no. Y eso me dio toda la potencia que tengo ahora. Siempre tuve esa vela encendida.

—Mucha rehabilitación.

—Sí. En la pública y en la privada. Día tras día. Pum, pum. Y así continuamente. Es un proceso muy lento.

—Ahora tiene un trabajo, conduce, tiene una vida prácticamente normal.

—Sí. Aunque todavía voy a rehabilitación de vez en cuando.

—Volver a conducir sería emocionante.

—Ya lo creo. Porque tuve que pasar un psicotécnico y adaptarme al coche. Y esa sensación de pensar: «Ahora estoy aquí pero luego puedo estar en otro lado...,» eso lo valoraba muchísimo.

—Y se ha vuelto a interesar por las motos.

—Sí, como aficionado. Y de todas las modalidades. Me llenan.

—¿Celta o Dépor?

—Uy, yo en eso del fútbol no me meto mucho. No soy de ningún equipo.

—Diplomático. ¿Cómo diría que es usted en pocas palabras?

—Muy alegre, muy amigo de todo el mundo. Me gusta hacer el bien. Me educaron en esos valores. Mi nueva vida comenzó a los 19 años.

—¿Es usted otra persona a la de antes del accidente?

—Soy el mismo, pero con otros valores. Valoro más los detalles. Le quiero más a la vida. La quiero mucho. Antes no me daba cuenta, solo vivía. Ahora disfruto de las cosas, las saboreo. El otro día estuve en la terraza, de cara el sol, tumbado... Conseguir esos momentos es lo que valoro, momentos que me hagan ser feliz.

—Si encontrara una lámpara maravillosa de la que saliera un genio que le ofreciera un deseo ¿qué le pediría?

—[Se lo piensa un poco] Yo creo que ese deseo ya lo tengo. Mi vida me está dando muchas cosas buenas.

—Dígame una canción.

—No sé. Me gusta el jazz americano. Y la música árabe.

—¿Qué cree que es lo más importante en la vida?

—Disfrutar del momento.