pablo gonzález
Recorrer las estaciones rurales de la línea convencional que une Ourense con Zamora, que alcanzará una incierta jubilación cuando se estrene la conexión de alta velocidad, produce una sensación contradictoria. Algunas son fantasmales edificios de bella factura, pero sin viajeros ni personal y con apenas una parada al día. Otras se reinventan con restaurantes y otros negocios de hostelería, apoyados por la Diputación de Ourense, en un plan para revitalizar estas terminales.
Las estaciones son, sin embargo, los últimos edificios del Estado en la España vaciada, junto a las oficinas de Correos o algunos cuarteles de la Guardia Civil. Y la decisión del ADIF de eliminar la venta de billetes en ocho estaciones más (Guillarei, Redondela, O Carballiño, Sarria, Ribadavia, Ortigueira, Burela y Viveiro), poblaciones todas de indudable relevancia, añade dramatismo a este proceso para convertir unos espacios que estaban muy vivos a mediados del siglo pasado en edificios sin alma, donde prácticamente ha desaparecido el factor humano. Las máquinas de autoventa sustituirán a los últimos empleados, al margen de los que se encargan de la seguridad en la circulación. Y las oficinas de Correos, con su capilaridad y penetración, asumirán ahora la expedición de títulos de viaje. No es tanto que la población mayor de estas zonas tengan que acostumbrarse a estos cambios o quedarse sin el elemento humano que les proporcionaba información o auxilio. Es el efecto simbólico de la huida de la Administración de estos territorios. El sindicato CGT resumió este proceso que lleva años en marcha como un plan para convertir las estaciones en edificios «fantasma», sin personal que atienda a los viajeros.