«Facendo o Camiño parecía unha pomba voando, sentinme libre»

GALICIA

Álvaro y Jorge Pino ayudan a Suso Valverde a subir a la Cruz de Ferro en su handbike
Álvaro y Jorge Pino ayudan a Suso Valverde a subir a la Cruz de Ferro en su handbike S. Campillo

El moañés Suso Valverde recuerda su experiencia peregrinando de Roncesvalles a Compostela tras quedar parapléjico

22 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Suso Valverde aún no había cumplido los 50 cuando una caída desde el andamio en el que trabajaba le dejó parapléjico. Era el año 2011. «A miña ilusión sempre fora facer o Camiño de Santiago pero non atopara o momento. E cando tiven o accidente pensei: acabouse». Nada más lejos de la realidad. En septiembre del 2017 este moañés arrancaba desde Roncesvalles su peregrinación en una handbike (una suerte de bicicleta en la que se pedalea con las manos). Lo hacía de la mano del colectivo vigués DisCamino, que ayuda a personas con distintos tipos de discapacidad a preparar y recorrer las rutas a Santiago. Junto a él, otras tres personas con problemas de movilidad y seis voluntarios, entre ellos el ciclista ponteareano Álvaro Pino y su hermano Jorge.

Trece días, con etapas diarias de alrededor de 70 kilómetros, tardaron en llegar a Compostela. «O Camiño en si é duro pero tamén moi reconfortante. As vivencias do día a día, o compañeirismo, o recibimento nos albergues, o contacto coa natureza... todo iso quédache para o recordo», cuenta emocionado.

Su voz se quiebra al recordar lo que sintió al subir a la Cruz de Ferro, el punto más elevado del Camino Francés, a 1.500 metros de altura. «Foi moito esforzo, tiveron que axudarme Jorge e Álvaro Pino, pero ao chegar alí arriba baleiraste, soltas todos os sentimentos, e acórdaste de moita xente que che axudou na recuperación, cando estabas mal... Foi un sufrimento pero ao mesmo tempo unha alegría», describe.

En su hazaña le acompañó Javier Pitillas, responsable de DisCamino y piloto de uno de los tándem con los que desde el 2009 han ayudado a hacer el Camino a 280 personas. «Para cualquiera es un mundo lograrlo, pero lo que sienten las personas con discapacidad es un mundo al cuadrado porque hacen lo que no pensaban que podrían hacer», explica. Y Suso lo confirma: «Unha vez que ti estás nunha cadeira de rodas pensas que xa só poderás andar por rúas ou centros comerciais, non imaxinas que vas estar no alto dunha montaña. É unha vivencia única, incrible, sentir a velocidade da bicicleta, pareces unha pomba que está voando, sénteste libre».

Para quienes no pueden pedalear, DisCamino recurre a las bicisillas. Ante la ilusión de pilotos y copilotos casi nada se interpone. Tener sordoceguera, parálisis cerebral o ataxia se convierte en un reto, nunca en un impedimento para ser en un peregrino más. «Los conecta y los aleja de la exclusión social. Si pedalean hay una realización física pero si no lo hacen hay una realización multisensorial. Y es que a nivel sensorial el Camino es un mundo: olores, texturas, sonidos...», explica Pitillas.

Hace diez años, fue el empeño de Gerardo, un vigués sordo-ciego, el que hizo nacer DisCamino: «Hacer el Camino era su ilusión. Nos donaron un triciclo tándem y lo hicimos. Cuando llegamos al Obradoiro, Gerardo me dijo: ‘‘Javier, busca a más personas con problemas como yo para hacer el Camino muchos años’’», rememora el responsable del colectivo. Desde aquella primera ruta ya han realizado sesenta y han visto mejorar la accesibilidad de los equipamientos que jalonan los itinerarios jacobeos. «Cuando hicimos aquel primer viaje solo había alguna cosa adaptada. Ahora no está perfecto pero ha mejorado mucho y sigue mejorando», dice. Ni él ni Suso piden que se reste dureza al propio camino, pero sí que se les tenga en cuenta en todo lo que lo rodea. «Que todos podamos facer o Camiño nas mesmas condicións, que nos albergues todos os camiñantes sexamos iguais, que esteamos integrados e podamos ser autónomos», desea Suso.