La actividad de las obras terminará y los pueblos recuperarán una rutina incierta

pablo gonzález
Periodista de la sección de Galicia

Jonathan recuerda que cuando era niño recorría su pueblo, Cerdedelo, por los tejados de pizarra. Las casas están tan juntas que podía pasear por las alturas como si fuera un deshollinador de Mary Poppins. Entonces vivía más gente en este pueblo de Laza, encaramado en un alto desde el que se divisan las bocas de los túneles del AVE y el imponente viaducto de Teixeiras. Había más niños en invierno. Ahora las voces infantiles se esperan en verano, cuando los expulsados de la Galicia rural retornan para triplicar la población de sus paisajes queridos, cada vez más abandonados y tristes. Jonathan dejó de caminar por los tejados, con sus caídas de niño, y ahora conduce una grúa por las calles de Madrid.

Francisco Vilas, pedáneo de Cerdedelo, donde tiene su carpintería, constata el oxígeno que supusieron tantos años de obras para construir la línea de alta velocidad que ahora está en su recta final. Se alquilaron casas, se amplió el bar del pueblo para dar comidas e incluso llegó a abrirse una segunda taberna en un lugar con 70 habitantes en invierno. El sector servicios llegó a la montaña, al borde del hermoso parque natural de O Invernadeiro, donde es fácil imaginarse a Cathy y a Heathcliff en Cumbres Borrascosas.

VÍTOR MEJUTO

Está cerca el final, pero puede ser un principio. Un ingeniero madrileño que trabaja en las obras del AVE vive en Allariz con toda su familia. Dice que no cambiaría la calidad de vida que disfrutan él y los suyos por un piso en la Castellana. Quiere que el AVE gallego sea infinito, que se haga lo que queda y que él pueda trabajar cerca de Allariz, el lugar en el que quiere vivir.

Hay una paradoja en este fugaz regalo -las obras del AVE- que recibió este territorio que nos lleva desde la llanura inmensa de A Limia hasta los soutos centenarios, y después nos eleva a la montaña y a la niebla. El nuevo tren no parará en estos pueblos, los que sufrieron las carreteras destrozadas por los camiones, el polvo permanente de las obras en verano. Y el ruido.

Francisco Vilas es pedáneo desde los 18 años. Tiene 53. Lo eligen sus vecinos. Y debe ser por frases como esta, una hábil descripción de lo que será el AVE para ellos: «Aquí o AVE non é ave, é unha toupa». El tren pasará como un misil antes de perderse en el próximo túnel, algunos de casi nueve kilómetros. El mismo núcleo principal de Cerdedelo es un promontorio bajo el que circula, en túnel, la actual línea ferroviaria, y fueron los habitantes de estas tierras los que perforaron sus montañas en la primera mitad del siglo XX, los míticos carrilanos. Muchos de ellos murieron muy jóvenes de tanto polvo que respiraron. Ahora, muchos años después, también se contrató a gente de la zona, sobre todo a los que podían conducir camiones. Francisco describe lo que pasará en su pueblo cuando se terminen las obras y acabe todo este bullicio de chalecos reflectantes. «Á rutina. Volveremos á rutina». Seis años de obras, parece decir, serán un breve paréntesis.

«Cando rematen as obras do AVE volveremos á rutina»

Una estación para el AVE

En realidad todos ellos saben que un AVE no puede parar en todos los sitios. Para eso estaban los trenes que les fueron quitando poco a poco. Pero el padre de José María Lago, que fue alcalde de A Gudiña como él ahora, peleó no solo por que el AVE parara en su pueblo, sino por tener una estación de alta velocidad. Su hijo continuó la lucha, un enérgico combate por la justa reparación, y ya hay obreros trabajando en la estación que soñó su padre. «A Gudiña terá ao fin unha estación de alta velocidade, como A Coruña, como Santiago, como Ourense...», presume. A Gudiña no llega a los 1.500 habitantes, pero muchos más en este territorio podrán utilizarla.

José María Lago admite que A Gudiña se benefició del apogeo de las obras, luego vino un bajón y ahora un último repunte. Pero sabe que es todo coyuntural, y tiene un plan B. Quiere que se construya una autovía con Portugal para que la estación de A Gudiña sea una referencia para el norte luso, que se mejore la carretera con O Barco y desde esa comarca se llegue más fácilmente al tren. Y que se promocione bien la Ruta de la Plata, para que los peregrinos sustituyan a los obreros.

En Vilar de Barrio, Pepe tiene la concesión de la estación. Un restaurante en la planta baja y unas oficinas para técnicos de las obras que le alquilaron el piso de arriba. Cuando se vayan dice que montará un albergue, para los mismos peregrinos de los que hablaba el alcalde de A Gudiña. Parece que hay pensamientos conectados. Y tal vez un cambio tranquilo.

En Cerdedelo, en medio de una lluvia intensa en pleno agosto, Francisco Vilas nos lleva a la iglesia parroquial. Nos enseña el formidable retablo de la Reina de los Ángeles, restaurado impecablemente por una experta gracias a una colecta popular. Unos pequeños ángeles, que Francisco llama «forzudos», sostienen esta pesada maravilla: «Haberá xente que pense que restaurar é facer que brille a pintura. Nós quixemos recuperar a pintura vella, oculta polo fume das velas, e non repintar para que quede bonito».