La mañana en la que Luís Villares se vio desayunando en Monte Pío

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Villares durante la campaña de las municipales en Ferrol
Villares durante la campaña de las municipales en Ferrol CESAR TOIMIL

08 jun 2019 . Actualizado a las 14:19 h.

Luís Villares desayunó el 7 de agosto del 2016 con el corazón a cien. Habían pasado solo unas horas desde que se desvelara que él era el elegido para encabezar En Marea, y La Voz publicó esa mañana una encuesta de las autonómicas, previstas para septiembre. Sondaxe le otorgaba en ese momento 37 escaños al PP ?la mayoría son 38?, 15 al PSdeG, 12 a En Marea, 6 a Podemos y 5 al BNG. En aquellas semanas, cuando intentaban seducirle para que cambiase la toga por el activismo político, ya le explicaron que la encomienda no era menor, porque a poco que se dieran bien las cosas podría ser presidente de la Xunta. Solo tenían que alinearse tres circunstancias, y ninguna era disparatada: que Podemos sumase sus fuerzas a En Marea, algo que tardó una semana en suceder tras un humillante tuit de Pablo Iglesias; que el PSOE, en horas bajas y un candidato sin empatía ciudadana, sacase un voto menos que ellos (empataron a escaños, pero tuvieron 16.000 de ventaja); y que al PP también le faltase una papeleta para la mayoría. Ahí pincharon en hueso, porque a Feijoo le sobraron a puñados, así que todo se fue al garete. Pero aquel domingo de agosto tuvo derecho a soñar con despertarse una mañana en Monte Pío.

Falta menos para que la izquierda rupturista vuelva a acabar sus tuits con el emoticono del brazo fuerte Casi tres años después, los alcaldes que lo auparon no lo pueden ver delante, y para colmo ya no son alcaldes. Y su tirón electoral, tras aquel máster acelerado de mitineo, se resume brevemente: En Marea pidió el voto en las europeas para una experta en sindicalismo agrario que tiene dudas sobre la eficacia de las vacunas, un delirio que acabó con Pacma, el partido animalista, superando a los de Villares por 2.500 votos de diferencia. Otra prueba más de que en la política actual lo único que se ha hecho fuerte es la inconsistencia.

¿Qué pasará en el 2020?

Divididos y desarmados electoralmente, los mochuelos de la izquierda rupturista pasan estos días el luto de las urnas en su olivo, pero cada semana que pasa falta menos para que regresen a la actividad en las redes y vuelvan a acabar sus tuits con el emoticono del puño revolucionario o el del brazo musculoso. Para entonces no busquen respuestas en los analistas de actualidad, sino en un buen perito forense que sea capaz de descifrar cómo quedó todo tras el desastre.

En una primera aproximación al panel electoral de las autonómicas del 2020 es fácil imaginar a Villares o a alguno de sus fieles tratando de exprimir la última gota que le quede a la ola de En Marea; o que Anova intente refundar el enésimo proyecto imposible de Beiras maridando su nacionalismo exquisito con las fuerzas estatales de izquierda radical; y que estas, Podemos y Esquerda Unida, den por bueno el proyecto de Yolanda Díaz y Antón Gómez-Reino, Galicia En Común, con el discreto objetivo de tener un voto más que el BNG y optar así a la vicepresidencia de la Xunta, con permiso del PSdeG.

Todo muy aventurado, pensará el presidente Feijoo mientras revuelve el café de la mañana en la residencia oficial.