Hace 75 años, un bombardero inglés rumbo a Normandía cayó en el concello ourensano de Calvos de Randín. Arturo González, Enrique Vázquez y Aser Salgado fueron testigos de un accidente cuyo rastro continúa visible

cándida andaluz

Madrugada muy fría, congelada, en el concello ourensano de Calvos de Randín. Un grupo de adolescentes disfrutaba de una fiesta en una cuadra, donde se reunían habitualmente para pasar el rato. De repente, un ruido les asustó. Salieron a la calle y Peña Monteagudo estaba en llamas. Era el 22 de febrero de 1944 en la parroquia de Vilar. Arturo González era uno de esos niños. A sus noventa años, 75 después de la tragedia, recuerda perfectamente esos días. «Tiña 15 anos. Miña nai! Estabamos nun baile nas cortes. Había un portugués que cando chegou nos dixo: ‘‘Oe ¡mira que lume tedes aí!’’», relata.

«Cando atoparon os pilotos, os corpos xa estaba conxelados polo frío que ía no monte»

No sabían en ese momento que lo que estaban viendo estrellado en el monte que delimita con Portugal era un bombardero Hudson EW916 que horas antes había salido de Gibraltar junto a otros aviones, destino a Normandía. Era la Segunda Guerra Mundial y se estaba gestando la operación Overlord. Dentro del Hudson viajaban seis pilotos que dejaron allí su vida: J. W. Srimpeon, George Benjamin Partt , James Douglas Morgan, Alexander Staliker, J. J. Williams y A. J. Gregg.

Aser Salgado, en el centro, recuerda con otros vecinos aquel día
Aser Salgado, en el centro, recuerda con otros vecinos aquel día MIGUEL VILLAR

«Explotaba todo o material que tiña dentro, pasamos moito medo. Estrelouse en terreo portugués, pero caeu para o lado español. Ao día seguinte queriamos ir ata alí, pero os portugueses chegaron antes e recolleron todo o que quixeron. E logo chegaron os militares de Franco», relata. Recuerda que cinco de los pilotos fallecidos seguían amarrados a los asientos, pero que uno de ellos salió disparado.

«Aos dous días fun con meu pai co gando por un camiño, moi preto do avión. E, de repente, vin unha pistola que era unha marabilla e un aparello de afeitarse moi bo. Eu quería collelos, pero meu pai non me deixou. De repente, oímos disparos e tivemos que tirarnos ao chan. Eran os falanxistas, que pensaban que eramos portugueses que querían roubar», afirma. De los restos de aquella historia quedan, además de la memoria de aquellos niños de la posguerra española, restos del fuselaje convertidos en puertas para cuadras. Algunas resisten al paso de los tiempos. «Eran anos de miseria e moitos aproveitaron os restos para facer portas», explica. Y afirma que él, junto a un amigo, enterraron dos cajas llenas de balas, que todavía siguen en el lugar, hoy casi intransitable y lleno de maleza.

Los cadáveres de los pilotos fueron enterrados en el cementerio de Randín, a pocos kilómetros de Vilar. Estuvieron allí durante una década, hasta que los familiares vinieron a buscarlos.

Un vecino junto al lugar en el que estuvieron enterrados los pilotos
Un vecino junto al lugar en el que estuvieron enterrados los pilotos MIGUEL VILLAR

Enrique Varela es de esta localidad. Tiene 86 años y también tiene recuerdos muy vivos: «Os pais non nos deixaban ir porque alí había armas. Recordo que os homes baixaban os mortos ás costas e que aquí no lugar estaban os cadaleitos. E pagáronlle á xente algúns cartos por axudalos. Toda a xente foi para alí a ver o avión. Cando atoparon os pilotos, os corpos xa estaban xeados polo frío que ía no monte. Tiveron que cortalos para poder baixalos e metelos nas caixas. Eu tiña un irmá e recordo que lle deron dous pesos por axudar a baixar os corpos. Así é a vida». También relata que años más tarde, cuando vinieron a buscar los restos de los pilotos, un vecino que sabía hablar inglés fue el que les explicó dónde y cómo estaban enterrados los cuerpos, en la parte de atrás de la iglesia, en una esquina. Un lugar que hoy ocupan otros panteones: «Tardaron tanto que só quedaron cinzas. Dicían que había un anel de ouro». También recuerda que los vecinos pudieron hacer dinero con las «latas» que quedaron del avión, con el fuselaje: «É coma a chatarra de hoxe». Enrique Vázquez tenía 11 años cuando sucedió la tragedia: «Recordo todo coma se fose onte».

Corremos todos a ver que pasaba. Pero eramos nenos e os militares non nos deixaban pasar

De Randín también es Aser Salgado. Tenía 12 años el 22 de febrero de 1944: «Vin a todos os mortos, algún ardendo. Había unha nevada moi grande, pero fomos todos para alí». Relata que uno de los vecinos, ya muerto, se encargó de llevar la corriente al lugar para que se pudiese ver algo: «Foi na serra, e coas xeadas os corpos estaban conxelados e non se podían meter nas caixas. Tiveron que partilos. Deus me libre! Pero tivérono que facer». Una mujer, que escucha la historia, añade: «Eu só tiña 8 anos, pero quería ir ata alí e fun acompañada dunha curmá. Recordo que vin a un home tirado que estaba lonxe do avión, saíra disparado. Era moi rubio».

Muchas leyendas están detrás de este suceso. Algunas dicen que los policías portugueses robaron lo que pudieron antes de que llegase los militares españoles, desde joyas a maletas. Y que algún español aprovechó telas para hacer trajes para sus hijas. Es la historia de este lado de la Raia, de la huella gallega de la Segunda Guerra Mundial.