«Vivo en el albergue, desayuno en Cáritas y como y ceno en la Cocina Económica»

Gladys Vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Gladys Vázquez / Senén Rouco

En directo en la Cocina Económica de Ferrol: el aumento de usuarios en este centro subió un 30 % en el 2018: solo en la comida atienden a 120 personas

27 ene 2019 . Actualizado a las 13:34 h.

Una fachada pintada de naranja las oculta del bullicio de la ciudad. El mediodía del miércoles 23 de enero es plomizo en Ferrol, pero dentro de este edificio de la calle Rubalcava todo es claridad y movimiento silencioso. María San Juan, la trabajadora social de la Cocina Económica, contempla el quehacer ordenado de un ejército de mujeres. Hoy, la organización, entre trabajadoras y voluntarias, es cosa de ellas. Todo tiene que estar listo para las doce y media, cuando empezará el servicio de comidas. En la cocina, la capitana es desde hace 9 años Fina Rodríguez. Hoy tocan verduras al vapor, nuggets de pollo con patatas, ensalada de tomate y yogur. «Non dicides nas noticias que acabou a crise?», nos pregunta. «Aquí, nestes últimos meses aumentou a xente», comenta sin dejar de trabajar. La acompañan Fina, Fátima, María José, Cecilia y Elena. Ellas son las encargadas de elaborar cada día los menús. De comidas, pero también de cenas. «Buscamos que os pratos sexan ricos, que coman ben», explica Fina.

Los primeros comensales del día no entran directos al comedor. Esperan juntos en una salita. Podrán comer aquí hasta las dos y media. Dos horas de servicio y de movimiento constante. El silencio solo lo rompen los saludos. María les indica su lugar. «Ahí tienes tu sitio», le dice a un hombre de unos 50 años. «Del 2017 al 2018 hemos notado aumento. Unas 6.000 raciones más al año. Nos tenemos que ir adaptando. La mayoría de los usuarios son hombres que llevan mucho tiempo desempleados. También personas a media jornada a las que no les llega el sueldo. Algunos empiezan a trabajar, pero tienen que seguir viniendo hasta que remontan», explica. Lo sabe por su día a día, pero su estadística mental tiene mucho que ver con que muchas de estas personas les visitan desde hace años.

Javier regresó a Ferrol el pasado febrero. Hijo de emigrantes, nació en Cuba hace 53 años y quería estar en casa. «Aquí hay más desarrollo, más de todo». Una supuesta mejora que llama la atención, teniendo en cuenta que no tiene ingresos. «Estoy pendiente de la Risga o de que me paguen algo por enfermedad. Tengo muy mal la rodilla y los nervios», dice mientras se apoya en una muleta. Javier no ha trabajado desde que llegó a Galicia. «Vivo en el albergue de Caranza, desayuno en Cáritas y como y ceno aquí». ¿Y el resto del día?, le preguntamos. «Me voy a un parque, con mi libro de sopa de letras hasta que llega la hora de ir de un lado a otro». Dice sentirse agradecido. Se siente bien tratado por los trabajadores de las instituciones. Incluso, sin nada, se define como afortunado. «He hecho amigos gallegos. También portugueses. Es cierto que no cobro nada, pero sé que en el cielo hay un dios que me va a ayudar», dice señalando hacia arriba.

El resto de compañeros se incorporan al comedor poco a poco. Comen en apenas 20 minutos. En algunas mesas hay charlas. En otras, poco de qué hablar. Es el caso de Bienvenido, que se dirige a la salida muy serio. Es granadino, tiene 66 años y acaba de llegar a Ferrol. «Voy de un lado a otro, pero es cierto que aquí el dinero me rinde más», sentencia. Cobra 380 euros de ayuda. «Pago 200 de habitación en una pensión. 10 de teléfono para estar comunicado, y ya ves lo que me queda para aseo y ropa». Es un habitual de este comedor y no le gusta que le pidan muchas explicaciones. «Vengo todos los días, claro. No tengo donde comer. Estoy aquí a mediodía y por la noche. He sido vigilante de seguridad y cocinero, pero eso no parece que valga de nada. Yo he cumplido y la sociedad me castiga. Incluso, dos de mis hermanas me han dado la espalda». Se refiere a su paso por prisión: «7 años, 2 meses y 29 días. Robaba y traficaba, entre otras cosas, pero he cumplido. Solo pido que me den una oportunidad. No quiero tirar cohetes, ni un yate. Solo una vida normal», dice apretando fuerte el puño.