Una noche con la patrulla del cariño: «Antes queríamos sacarlos de la calle, pero vimos que era imposible»

GALICIA

VÍCTOR MEJUTO

Un grupo de voluntarios ayuda a combatir el frío a quienes viven en la calle

13 ene 2019 . Actualizado a las 22:31 h.

Mala vida. Podría ser el título de esta crónica de la que debía ser una de las noches más frías del invierno. Pero en realidad solo es la marca del tabaco que fuma Manuel, el nombre ficticio de una de las personas que, cada noche, de forma más o menos voluntaria, decide dormir bajo las estrellas. Hasta llegar al paquete de tabaco de Manuel hemos pasado ya por algunas vicisitudes. Estamos de patrulla con una médica (Sara), una maestra (Marina) y un hostelero (Ramón). Ellos forman parte de un colectivo llamado Boa Noite vinculado a la parroquia de San Francisco de A Coruña que cada viernes sale a las calles a repartir sopa, chocolate algunos bollos y compañía, que no pocas veces es el alimento favorito.

La primera parada la hemos hecho en el obelisco del Millenium, en cuyo entorno reside desde hace unos meses una señora que, cuando llegamos, no está. Falta poco para las 11 de la noche. El viento no es muy intenso, pero corta como un cuchillo. «No debe estar muy lejos porque tiene sus cosas por aquí», dice Sara. Así que la patrulla saca de la bolsa lo que seguramente la señora les pediría: la bebida caliente y las galletas; aunque cuando llegue ya se habrá enfriado. Tampoco habrá conversación esta noche pese a que los patrulleros disfrutan de la charla con esta mujer, afable, dicen, y cultivada. «Para Reyes nos pidió un libro de un autor que no hemos podido encontrar», confiesa Ramón, que aún lleva encima la nota con la referencia por si lo encuentra.

Lo que me ocurre a mí le pasa a otros tres millones de españoles»

De allí vamos a unos soportales cercanos al estadio de Riazor donde no es infrecuente encontrar a los irreductibles que prefieren la calle a cualquiera de los albergues, pese a los avisos de frío extremo. El primer vaso de chocolate es para un joven alemán que agradece más la bebida caliente que la charla. Entre otras cosas, porque no se domina bien en castellano. Su perro parece más contento, pero nosotros abandonamos pronto el espacio de este hombre para acercarnos a Manuel que, no lejos de allí, está sacando sus pertenencias de un hueco en la fachada, donde le caben bolsas, un saco, mantas y demás.

Manuel tampoco quiere ni fotos ni hablar para el periódico. Pero al final, mientras va liquidando el vaso de chocolate cucharada a cucharada, habla de su vida, de sus últimos cinco años en la calle, y de como el día que llegó a A Coruña decidió que esa era la ciudad en la que iba a vivir.

Si tuviera trabajo, le aseguro que no estaría aquí»

Como conoce muy bien el paño, explica que la ciudad tiene muchos recursos para la gente que está en la calle como él. Que no se pasa hambre y que incluso es una plaza segura: «En todo este tiempo ni vi ni supe que fuera atacado alguien que estaba en la calle». Manuel, como los demás, tiene sus razones para rechazar la posibilidad de pasar una noche especialmente fría como esa en un albergue pero, dice, no lo hace por gusto: «He echado todos los currículos del mundo. Pero si tuviera un trabajo, le aseguro que no estaría aquí. Lo que me pasa a mí es lo que mismo que le ocurre a más de tres millones de españoles». No hay ninguna toxicidad en su discurso. Manuel está sereno. ¿Cómo es su día a día? «Me pongo el despertador a las siete y media de la mañana. Me levanto, recojo esto y lo guardo en el sitio que habéis visto. Luego voy a desayunar a la Cocina Económica, donde me aseo y, a partir de ahí, voy a buscarme la vida». Dice que saca entre cinco y diez euros al día y que, con eso, se arregla.

-¿Fuma?

Asiente y entonces es cuando muestra el paquete de picadura de liar con esa marca comercial con la que arranca este reportaje, tan adecuada para la ocasión.

-Es barato.

La gran pregunta

Mientras seguimos la patrulla, Marina responde que las cosas que relatan los beneficiarios del programa se creen, o no: «Es la gran pregunta. ¿Cuentan la verdad?». Manuel, que dice tener 52 años, nos ha contado que está cursando el grado de Derecho, segundo curso. Resulta difícil de creer, pero, ¿acaso importa?

Antes queríamos sacarlos de la calle, pero vimos que era imposible»

El coche en el que viajamos busca los cajeros del BBVA, los pocos que quedan con las características mínimas para que quienes duermen en la calle puedan encontrar refugio. Casi todos están vacíos, aunque pronto encontramos uno habitado. Dos bultos envueltos en sendos sacos se reparten el espacio. Marina llama, porque la puerta está cerrada y, poco después, una mujer intenta, no sin dificultad, incorporarse. La patrulla la reconoce. Tienes serios problemas de alcoholismo. Es un caso poco frecuente, porque las mujeres en la calle son las menos. Al final, consigue abrir la puerta y Sara, Marina y Ramón se cuelan en el cajero para arropar a esta mujer y ayudarle a tomar el chocolate caliente. «En esta ruta triunfa el chocolate, pero en la del centro prefieren la sopa», explica Sara. Mientras nosotros confortamos a unos, el resto de los voluntarios está cubriendo otras rutas para que realmente el viernes sea un buen día para quienes resisten a la intemperie: «Al principio queríamos sacar a la gente de la calle -recuerda Sara- pero pronto nos dimos cuenta de que no lo íbamos conseguir y que era mejor ofrecerles compañía». Con todo, cuentan, han conocido casos de gente que salió de esta dinámica.

Acabamos la ronda en el edificio Ágora. Junto a un circo hay dos furgonetas varadas en las que viven dos familias gitanas. En una de ellas, una mujer sonríe envuelta en mantas. El chocolate caliente la ha puesto de buen humor. Allí se acaban nuestras existencias. La patrulla nocturna que ayuda a combatir el frío con sopa y chocolate ha repartido algo más: un poco de cariño, acogido de muy buen grado. Al final, el frío no ha sido tan intenso. En cualquier momento volverá a apretar, con lluvia tal vez, con temporal. Ellos van a seguir ahí. Los que han elegido la calle como hogar y los que optan por patrullar. Porque siempre hay gente dispuesta a dar un poco de cariño y, desde luego, siempre hay gente que necesita recibirlo.