«Las playas de Galicia son más agradables que las del Caribe»

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Pepa Losada / Roi Fernández

Tras descubrir la comunidad como turistas, estas parejas se mudaron aquí para disfrutar de un ritmo de vida más pausado

09 dic 2018 . Actualizado a las 21:17 h.

«El Caribe está bien para unas vacaciones, pero para vivir hace demasiado calor, hay muchos mosquitos... y en Galicia hemos encontrado nuestro paraíso, y las playas son más agradables». Jeff, un británico nacido en Londres hace 60 años, y Claudia, una alemana de 48, originaria de la región de Baviera, hablan con conocimiento de causa porque a mediados del año 2016 decidieron cambiar las cálidas aguas del Caribe por una aldea deshabitada situada en la parroquia de Xerdiz, en Ourol, en el corazón del rural mariñano.

«En el 2012 recorrimos en autocaravana toda España, y Galicia fue lo que más nos gustó. Es lo más bonito por el entorno, la gente y el clima, que es suave y similar al de Inglaterra», comenta el hombre, que era capitán de uno de los catamaranes de lujo en los que adinerados turistas estadounidenses recorren las islas caribeñas de Anguila, San Martín y San Bartolomé. «Para mucha gente esa es la vida con la que sueñan, y al principio está bien, pero es un trabajo muy intenso y a nosotros nos gusta tener espacio, tranquilidad, vivir con calma», añade Claudia, que era cocinera en la exclusiva embarcación.

A través de la empresa Galician Country Homes, especializada en la venta de propiedades rústicas, han podido convertir en realidad su propio sueño. «El precio es un secreto, pero podemos decir que por lo que pagamos por la aldea, que tiene cinco hectáreas, en Inglaterra podríamos haber comprado una casa media en la que viviríamos rodeados de gente y de ruido», comenta la pareja. De las cinco casas que hay en Vilachá, la aldea que han comprado, ya han rehabilitado dos. «Vamos poco a poco», sonríen.

Peter y Verity, Pedro y Berta

Más tiempo, once años, llevan en Galicia los londinenses Peter Homden y Verity Arnold, que compraron una casa en la aldea de Aiaz, en el municipio lucense de O Saviñao. Dieron con ella cuando la alquilaron por Internet para pasar unas vacaciones, pero el lugar les gustó mucho y se animaron a adquirirla. «Nuestra idea era pasar aquí un año y arreglarla para las vacaciones, pero acabamos por quedarnos y por cambiar totalmente de vida», explican.

Reconocen que en su país no se podrían haber permitido una vivienda así, pero se beneficiaron de la tasa de cambio que había entonces entre la libra y el euro: «Si fuese ahora quizás no podríamos hacerlo». Pero para ellos lo más difícil fue ver cómo los anteriores dueños de la casa lloraban al desprenderse de ella. «En Inglaterra la relación con las casas no tiene este vínculo emocional, es solo cuestión de dinero», dice Peter, que añade: «Me sentí muy mal al ver que a ellos les dolía vender una casa construida por su familia».

Al instalarse en O Saviñao dejaron atrás sus empleos. Él trabajaba de profesor universitario de cine y ella, de maestra. Ahora él es copropietario de una destilería y trabaja en las viñas, mientras ella se ocupa de la casa y, ocasionalmente, da clases particulares de inglés. Rebautizados como Pedro y Berta por sus vecinos, están totalmente integrados en su entorno. Crían cerdos, ovejas, conejos, gallinas y abejas mientras hacen arreglos en la vivienda. «Nuestros parientes y amigos decían que no íbamos a aguantar más de un año, pero aquí seguimos, tan felices», comenta Peter. «No pensamos volver, y con el brexit aún menos», agrega Verity. Si fuese preciso, Peter estaría dispuesto a pedir la nacionalidad española y renunciar a la suya: «Sentiría dejar de ser británico, pero lo haré si no hay más remedio».

Una alemana enamorada de Laxe

Lo de Dorothea con Galicia fue amor a primera vista. Su marido, Dieter, un sindicalista que regularizaba contratos de marineros en el puerto de Hamburgo, había entablado amistad con Agustín, un gallego de Porto do Son, que propuso al matrimonio pasar unos días en la comunidad: «Nosotros decíamos de ir, pero claro, mirábamos el mapa y había 2.200 kilómetros en coche». Pero en verano de 1986 se animaron: «El mar, el paisaje, la gente...», recuerda Dorothea de aquel viaje que les cambió la vida. Cada año, la pareja regresaba a Galicia para disfrutar de sus vacaciones. «Un día nos hablaron de un alemán que vivía en Vimianzo y fuimos a verlo. Y empezamos a veranear allí», rememora Dorothea, que cuenta que fue Thomas quien les propuso comprar una casa, ya que pasaban mucho tiempo en Galicia. Ella se prendó al instante de una en A Viqueira, Laxe. «Fue una de las mejores decisiones de nuestra vida. Mi hijo Konrad hizo muchos amigos, que aún mantiene, y nosotros nos enamoramos del lugar», al que siguen viniendo ahora jubilados: «El mar de Laxe no lo tenemos en Esslingen [cerca de Stuttgart]. Tenemos un río, pero no es lo mismo. Hasta echamos de menos la lluvia de Galicia».

Con información de Lucía Rey, Francisco Albo y Toni Longueira