Una coruñesa pide que se revise la normativa de control acústico, pues sufre el ruido de una lavandería

mila méndez
Periodista

Somos animales sociales, pero la coexistencia no siempre es un asunto fácil. A Cristina Paz se le atragantó hace dos años. Una lavandería abrió en el bajo del bloque donde ella es la propietaria de un primero. Los ruidos la llevaron a recurrir al Ayuntamiento de A Coruña y a la Patrulla Verde de la Policía Local. Hubo un cese temporal de la actividad. El establecimiento, situado en las inmediaciones del estadio de Riazor, llevó a cabo unas reformas de aislamiento. Entonces sí dio los 35 decibelios permitidos. «Las paredes siguen vibrando con el centrifugado y las secadoras. Esto se transmite por el edificio. La reverberación es muy molesta, emite una frecuencia continua, por eso acondicionamos así el piso», explica Cristina.

El pasillo de su vivienda y una de las habitaciones están recubiertos con espuma para atenuar el ruido. «El local, por lo que sabemos, insonorizó el techo, pero eso no llega. Hay que hacer lo mismo con las paredes y el suelo, para evitar que se transmita la resonancia que provocan tantas máquinas juntas», explica Alfredo, su pareja. La salida de gases a la fachada es otro de los problemas. «El olor a detergente inunda el domicilio», dice un informe de la Policía Local. «No podemos abrir las ventanas, el vecino del sexto me dice que él tampoco. Tengo una niña pequeña. El local abre de nueve de la mañana a once de la noche, los siete días de la semana. No hay un minuto de descanso», añade Cristina, presidenta también de la comunidad. «Hay veces que usamos cascos en casa», añade.

El administrador de fincas del inmueble está al tanto. «O primeiro, onde vive Cristina, é o piso máis afectado ao estar enriba. Isto xa se tratou en xuntas. Penso que vai ter solución. Hai vontade», apunta Argimiro Corral, el administrador. Tiene sobre la mesa el burofax que le envío Elisa, la otra parte en este conflicto.

La respuesta del local

«En mi ánimo no está hacerle daño a nadie, he enviado el escrito donde me ofrezco a buscar una solución. Quedamos a disposición de lo que pidan para hacer las mediciones necesarias. El propietario del bajo es receptivo a volver a obrar», expone Elisa, la responsable de la lavandería. La situación también le afecta. «Me siento indefensa. Tengo todo en regla. Acudí al Ayuntamiento y me confirman que mi expediente está cerrado. ¿Qué más puedo hacer? Apliqué las medidas correctoras que me mandaron. Cumplimos la normativa medioambiental. La medición de decibelios la hizo una empresa autorizada, con las lavadoras funcionando. Sobre los gases, Urbanismo no impide que salgan a la fachada, aun así, los canalizaremos al techo si lo manda la junta de vecinos», subraya Elisa. En su burofax alega que «les denegaron el acceso al primero» para otra medición.

«Es la reverberación lo que hay que corregir», responde Cristina. Óscar Outumuro, experto en acústica, apunta: «Está el ruido aéreo, unos gritos, por ejemplo, y el estructural, que se transmite por los elementos constructivos. Lo puede provocar un impacto o unas vibraciones, como las de una máquina mal anclada». Por eso, añade el ingeniero en Sonem, «aislar es crear una caja dentro de la caja que es el local, incluidas las paredes y el suelo». Argimiro Corral reconoce que los problemas por ruido son un clásico, aunque hasta ahora había lidiado sobre todo con bares: «As lavanderías son un negocio relativamente recente».

Piden una ley más estricta

Cristina reitera que quieren «que el Concello venga a comprobar que se aísla debidamente todo. La normativa puede ser muy relativa», reprocha. Hemos recurrido a varias Administraciones, hasta al Valedor do Pobo. Tengo derecho a vivir dignamente en mi casa. ¿Por qué tendría que irme? Eso es lo que me dijo una vecina: que ya hay pocas tiendas en la zona y voy a hacer que cierre esta. La gente no es nada cívica. Solo pido que no molesten. No nos podemos ir y pagar un alquiler con una hipoteca». Elisa, termina: «Queremos trabajar, nada más». La vuelta a la normalidad es lo que ansían ambas partes. Allanar el camino a esa rutina parece el único remedio.

El Concello da una moratoria a una academia deportiva para que aísle

María tiene un piso junto a uno de los parques más extensos de A Coruña, Vioño. Todo marchaba bien hasta que una academia de zumba abrió en el bajo. «El informe de la Patrulla Verde demostró que sobrepasaban los decibelios legales. Se cerró temporalmente. Hicieron unos arreglos y volvió a abrir. El siguiente informe aún dio más alto», dice. El propietario de la academia asegura que las horas de ruido «se limitan a una clase». Tras reclamar otra vez a Urbanismo, le ha llegado una carta: «Me dicen que le dan un nuevo plazo para insonorizar. ¿Para qué, si ya se hizo? Les pregunté qué pasa si no lo hacen y me dicen que vuelva a llamar a la Patrulla Verde. Llevo así dos años». Es la pescadilla que se muerde la cola, lamenta María, que ha recurrido a la vía judicial.