La ley de la demanda: de escuela a velatorio en Chandrexa de Queixa

María Cobas Vázquez
maría cobas O BARCO / LA VOZ

GALICIA

LOLITA VAZQUEZ

En el pueblo de Rabal quedan únicamente ocho vecinos, y hace años que no vive allí ningún niño

20 sep 2018 . Actualizado a las 17:00 h.

Es la viva imagen de la crisis demográfica. Hay ayuntamientos de la zona rural ourensana en los que las escuelas han dejado de ser un espacio necesario porque no hay niños; mientras que los velatorios se han convertido en un servicio esencial ante una población cada vez más envejecida. Un ejemplo es Rabal, en el municipio ourensano de Chandrexa de Queixa, en pleno Macizo Central. Hubo un tiempo en que el pueblo era sede de la capital municipal, que se trasladó al otro lado del embalse a finales de los sesenta. Perdieron las oficinas municipales, pero ganaron una escuela.

La antigua unitaria se había quedado pequeña porque hasta allí iban a diario unos 20 niños a clase, no solo de Rabal, sino de los 14 pueblos situados en la margen derecha del embalse que divide al ayuntamiento en dos. Aquellos niños crecieron y se fueron. Y con ellos, las esperanzas del relevo generacional. Sus hijos están en otros colegios y la escuela hace años que cerró sus puertas.

Un invierno duro

En Rabal hoy en día viven ocho vecinos. Son los que están todo el año. En verano son muchos más, cuenta Ubaldino Martínez, un jubilado de 78 años que es de los que aguanta, aunque no descarta irse en los meses del invierno. «Aquí vai moito frío, así que igual marcho catro meses para unha residencia, ou para un restaurante que hai en Monforte, que sae case tan barato», señala el hombre tras haber salido a buscar el pan y de paso aprovechar para hablar con algún vecino. Prefiere estar en su casa, así que aguanta todo lo que puede, pero el invierno es muy duro, con muchos días de nieve, como apunta su vecina, Victorina Estévez, que está a punto de irse de vuelta a su casa de A Coruña. «Vimos para o verán, pero escapamos no inverno, que vai moito frío», argumenta la mujer. Ubaldino ya ha probado la experiencia de las residencias en etapas anteriores. «Gústame máis estar aquí. Sae máis barato, os mércores vén o do súper nunha furgoneta e sóbeme a compra pola escaleira arriba; aquí estou mellor», resalta.

Veinte casas abiertas

Ninguno de los dos fue a la escuela que ahora han convertido en colegio, porque ya habían pasado esa etapa cuando se construyó -«e porque daquela había que traballar», dice Ubaldino-, pero todavía recuerdan cuando el pueblo estaba lleno de gente, y había muchos niños. «Antes había vinte casas, e en cada unha sobre sete persoas», resalta Ubaldino. Eran otros tiempos.

Ambos aseguran no saber nada del proyecto del Concello, que utilizó una ayuda de 40.000 euros de la Xunta para transformar la antigua escuela en un velatorio; iniciativa que acogían con alegría. «Facía falta o velorio, porque os vellos temos que morrer, e novos non hai», responde Ubaldino de manera gráfica. Lo dice con cierta resignación, de ver cómo el pueblo se va acabando poco a poco. Entiende que la instalación municipal (al final del pueblo, junto al río) es un buen servicio, «porque hai casas que non se prestan» para un velatorio, dice antes de recordar que hasta ahora todos los fallecidos eran velados en sus casas. «Hai outro velorio en Celeiros [la capital municipal, a 12 kilómetros] pero ninguén vai alí, aquí vélase á xente na casa», apunta el hombre.