Haciendo el Camino para cambiar sus vidas

La Voz

GALICIA

María Hermida

Reclusos de la prisión de A Lama peregrinan dentro del programa de salud mental y adaptación social

29 ago 2018 . Actualizado a las 17:21 h.

En Caldas de Reis, a las ocho de la mañana, nadie dice buenos días. Lo único que se oye es ¡buen Camino!, que por algo la villa termal está inmersa en el bum de peregrinaje a Santiago. Ayer, en el puente romano, un pelotón de cien caminantes, uno por uno, iban repitiendo la coletilla cuando pasaban a la altura de Paco, Juan Carlos, Santiago, Iván y Jesús Manuel. Ellos contestaban cumplidamente una y otra vez. En un momento dado, Paco, el mayor de todos, suspiró y murmuró: «Buen Camino... oxalá, oxalá». No dijo más. Pero de esas palabras pueden deducirse muchas cosas. Porque Paco, al igual que los otros hombres antes citados, es recluso de la prisión de A Lama. Estos días, todos ellos, acompañados de un educador y de una psicóloga -profesionales para la atención de internos con enfermedades mentales- están haciendo el Camino de Santiago. Es una salida que busca promover su salud mental, reforzar su adaptación social y dotar de sentido a su proceso rehabilitador.

Nadie oculta por qué está en prisión. Paco abre la espita. Cuenta que él, que es de Vilalonga (Sanxenxo), tenía un taller de coches y se metió en el tráfico de drogas. Lleva cuatro años en prisión, varios en Madrid. «É duro, pero non é nada o que vives ti comparado co que lle fas á túa familia... eles si que sofren», dice. Santiago cuenta que vendía teléfonos que lograba que le cobrasen a otros. Lo dice y hay una reacción unánime: «Cando saias, ti de ter teléfonos nada, un de contrato e punto», le advierten sus compañeros a este hombre de Valga (Pontevedra), que frisa los treinta años. Juan Carlos, de A Illa de Arousa, dice de su pasado: «La mala vida...». Mientras, Jesús Manuel, de Vigo, que lleva nueve años interno y le quedan siete meses de condena, apostilla: «Hice muchas cosas, todas malas... robar». El benjamín del grupo es Iván. Tiene 26 años, lleva uno en prisión. Cuenta que la suya fue una vida sin familia, en distintas instituciones, y que su camino se fue torciendo, pero la sonrisa no se le borra. ¿Por qué? «Tengo ilusión porque fuera me espera mi novia, a la que me gustaría pedirle que se case conmigo. Y tengo trabajo de pintor. Lo tenía cuando entré, pero tenía que pagar por lo que había hecho antes», señala.

Todos se sentían ayer satisfechos de haber hecho las cosas bien en A Lama para tener derecho a peregrinar. Al preguntarles si la ruta les hará reflexionar, Juan Carlos habla por todos: «Reflexionamos y podemos tomar buenas decisiones gracias a lo que pasamos, a los programas y a los profesionales que los llevan. Antes no podíamos».