Más de 360 personas comparten con La Voz sus experiencias fuera de la comunidad

Manuel Varela
Mensajes y comentarios a manuel.varela@lavoz.es

Pocas semanas después de dar a luz, su marido se quedó en paro. Es ingeniero y la crisis del ladrillo les pegó fuerte. La solución, hace ya cinco años, fue cambiar sus vidas y poner rumbo a Ciudad de México. «Dos niños, cuatro maletas y muchísimo dolor. Creo que lloré las doce horas que duró el vuelo», cuenta a La Voz de Galicia esta mujer de 41 años. El suyo es uno de los más de 360 relatos personales compartidos a través de un formulario publicado en la edición digital de este periódico, donde los gallegos trabajando en el extranjero trazan un perfil de la nueva generación de emigrantes.

La palabra «precariedad» se repite entre los testimonios, críticos con lo difícil que es conseguir un empleo acorde a su nivel de estudios o con un salario que les permita llegar a final de mes. La mayoría dice haberse marchado por trabajo, hasta un 75,5 % de los que respondieron al cuestionario, y más de la mitad cuentan con estudios universitarios.

«Visto con distancia, en España no se valora el esfuerzo. No se premian ni el compromiso, ni las ideas, ni tampoco la formación o la experiencia», lamenta un joven que fue de Erasmus a Irlanda y se quedó allí trabajando. El suyo es el paradigma de los menores de 40 años que han respondido a las preguntas, una franja de edad en la que se enmarca el 61,3 %. Después del «subidón» de los primeros meses en el extranjero, «llega el bajón de la incertidumbre de por qué y por cuánto tiempo, la soledad, la morriña...». Ese término, el que resume el sentimiento de añoranza por la tierra, se repite hasta una docena de veces entre los mensajes.

Casi todos confiesan su deseo de volver a Galicia, pero muchos admiten que es una opción lejana. Un 45,1 % señala que no se plantea regresar pronto, mientras que solo uno de cada cinco lo ven posible. «As facilidades, dispositivos e medios reais que hai en España nin se achegan ás que teño en Francia», subraya un ingeniero de 27 años, que espera regresar este mes tras más de una década fuera de casa. Y lo hará «malia a situación, e non grazas a ningunha axuda». La otra opción que le quedaba era «eternizarse na emigración».

«Me encantaría poder volver a mi tierra, pero no para trabajar en cualquier cosa», cuenta una joven que se fue a Torrevieja hace dos años. Dice vivir feliz, pero la morriña «le supera». Aguantará allí, «formándome mejor y trabajando como la que más», para regresar en un futuro que, espera, no sea muy lejano.

Es un mensaje que comparten muchos: aprender idiomas y mejorar el expediente académico mientras trabajan fuera. «Vivir en Galicia me gusta, es mi tierra y la quiero, pero considero que la oportunidad de estar en el extranjero y conocer otras culturas solo me hace crecer como persona», dice un residente en Portugal, que con menos de 30 años ya ha vivido en Italia y Estados Unidos.

Lo mismo otra gallega, que con 19 años se fue a Irlanda. «Gañei experiencias, amizades que perduran, e incluso parella!», para después volver a Galicia y hacer las maletas de nuevo. «Marchar para min significou ampliar as miñas expectativas e valorar cada mínima decisión», reconoce. 

Una carrera lejos de casa

El teléfono no suena después de repartir currículos, de inscribirse en ofertas de trabajo y con el perfil de las plataformas de empleo revisado a diario. Entre las 367 personas que respondieron al cuestionario hay muchos investigadores e ingenieros. Con la emigración descubrieron oportunidades que Galicia no les había brindado hasta entonces. Volver, para un joven que estudia Física en Holanda, conlleva «un suicidio profesional». «En la universidad en la que desarrollo mis proyectos actualmente hay recursos, personal y equipos que difícilmente podría tener allí. Es absurdo volver», añade.

Un ingeniero de caminos, también residente en los Países Bajos, fue allí en busca de trabajo en su campo. Tras unos meses aprendiendo el idioma, logró un empleo de su ámbito: «La morriña es grande pero, desafortunadamente, Galicia no me puede ofrecer lo que me da Holanda». Otro con estudios en Enxeñaría Industrial se pasó un año en la Universidade de Vigo dentro de un grupo de investigación con un salario que no alcanzaba los mil euros. Se mudó al Reino Unido, cursó un máster de automoción y trabaja, desde hace dos años, en el departamento de desarrollo de motores de Jaguar Land Rover. «Aquí valoran o meu traballo, hai oportunidades de crecer na empresa. Os soldos non teñen comparación cos que se poden obter sendo un enxeñeiro da miña experiencia e idade en Galicia», indica este ingeniero que ya descarta regresar.

Las alternativas no solo se reducen a Europa. «El cambio respecto a ofertas de trabajo y cultura es abismal», explica desde Colombia un joven docente.

Desde Santiago de Chile, un ingeniero advierte que «emigrar no es tan maravilloso como se ve en Gallegos por el mundo», versionando el programa de televisión. «No son vacaciones, es una necesidad y un esfuerzo enorme que compromete muchas cosas a nivel personal y físico», subraya, aunque también menciona sus compensaciones: «Te abre la mente, te da la oportunidad de aprender, te hace valorar mejor lo que vivimos en casa y pocas veces apreciamos. Hay que afrontarlo todo con la mejor actitud y quedarse solo con lo bueno de cada experiencia».

Melissa Rodríguez: «Mi marido y yo trabajamos a la vez, algo que nunca había pasado»

Manuel permaneció tres años en paro hasta que decidió probar suerte en el extranjero. Contaba con dos ciclos superiores y se fue a cursar un tercero en Alemania. «Surgió la posibilidad de hacer las prácticas a través del programa Erasmus. Al finalizarlas, le ofrecieron un contrato de trabajo indefinido, por lo que no fue muy difícil tomar la decisión», explica Melissa Rodríguez Sas, su mujer.

Con un horizonte laboral poco claro, Melissa decidió acompañarle meses después. De aquello hace ya tres años y, por ahora, la pareja descarta poner rumbo de vuelta. «Actualmente trabajamos ambos, cosa que nunca nos había ocurrido estando en Galicia», justifica la joven, que cuenta además con estudios universitarios.

En caso de volver, dudan que puedan encontrar un trabajo «con las mismas condiciones y ventajas laborales» como las que les ofrecen allí. «Al menos a corto plazo», añade Melissa. Un total de 21 personas que respondieron al cuestionario lo hicieron desde Alemania, adonde quince se mudaron en busca de trabajo. Solo uno de ellos planea regresar.

Adrián Amoedo: «É unha mágoa que xente nova e preparada teña que marchar»

El de Adrián es un ejemplo de migraciones internas que demuestra el enorme desequilibrio entre las dos grandes ciudades españolas y el resto del país. «Aquí hai máis posibilidades, pero non é normal que haxa tanta diferenza. Máis aínda cando en Galicia hai industria», lamenta este joven, que a los 24 años firmó un contrato indefinido meses después de llegar a Barcelona, donde le surgió una oferta laboral «en condicións apropiadas, estabilidade e oportunidades de crecemento profesional». Antes de mudarse, hace ahora tres años, había terminado Enxeñería Industrial en Vigo. Curso por año y con dos idiomas. «As entrevistas que fixen en Galicia eran moi precarias. O salario era, con sorte, de 600 euros cunha bolsa das universidades», recuerda. «A situación faiche marchar».

«Penso volver no futuro porque adoro a miña terra e a calidade de vida é espectacular. É unha mágoa que xente nova e altamente formada teñamos que facer as maletas», dice desde su puesto de trabajo. Sus amigos le advierten de que la situación sigue igual en Galicia: «Regresar é renunciar ao que tes aquí».

Más experiencias

Emiratos Árabes Unidos

De servir hamburguesas a comérselas en el desierto

Hace diez años que dejó atrás A Coruña para mudarse a Londres. Allí empezó a trabajar en un McDonald’s, donde conoció a su actual pareja. Se matriculó en un máster de seguridad informática y llegó a superar jornadas de diez horas en la cadena de comida rápida. Su suerte cambió cuando el proyecto de final de curso lo llevó a una empresa de ciberseguridad durante 6 años. Desde hace dos, mudó su lugar de trabajo a Abu Dabi. «Cualquier fin de semana acampamos en el desierto a hacer una barbacoa», cuenta.

Mauritania

Doce años recorriendo el mundo como ingeniero

Tiene más de 40 años y lleva una docena pasando por varios países. Este ingeniero de Caminos gallego comenzó su periplo en Cabo Verde, adonde llegó después de que la crisis golpease su sector hasta barrer cualquier posibilidad de encontrar un empleo. Después llegó Guinea Ecuatorial, Perú y, ahora, Mauritania. «Trabajo en medio del Sáhara. Me encantaría poder volver al verde de Galicia, pero lo veo muy lejano por las paupérrimas condiciones laborales», dice tras una década pasando por empresas constructoras.

Liechtenstein

Un miniestado del que no volverá hasta la jubilación

 «Mi experiencia, genial. Si lo supiera antes, antes me vengo. Un país del que España tiene mucho que aprender y copiar». Ese país es Liechtenstein, un minúsculo principado que no alcanza los 40.000 habitantes, goza de pleno empleo y un salario medio que ronda los 6.000 euros al mes. Este gallego, menor de 40 años, lleva un lustro allí y no piensa en regresar. Argumenta que «el trabajo para un obrero es digno», mientras que los sueldos y el nivel de vida son muy altos. «Volveré cuando me jubile», termina.

ecuador

Un gallego de adopción de vuelta en Sudamérica

La madre de Juan Ignacio nació en Mane, en el concello pontevedrés de Barro, y emigró a Buenos Aires a finales de los años 60. En el 2003, en los convulsos años posteriores al corralito, se volvió a Galicia junto a su marido, Juan Ignacio y su otro hijo. Él creció en Bertamiráns, se graduó en Ingeniería de Sistemas y, por trabajo, se tuvo que mudar a Quito. Allí lleva tres años siendo «enormemente feliz», luego de haberse casado hace unos meses. Sin embargo, reconoce extrañar «mil cosas de Galicia» desde la distancia. 

El saldo migratorio es positivo desde hace dos años por el efecto retorno

La población gallega alcanzó su máximo registro en el año 2010. El padrón rozó los 2,8 millones y, desde entonces, encadena una cuesta abajo que le ha llevado a situarse a niveles de los años cincuenta. El saldo vegetativo, el resultante de restar los nacimientos y defunciones de un territorio, es negativo desde mediados de los ochenta. La única baza a la que parece aferrarse la comunidad está en el saldo migratorio, que lleva tres años en valores positivos. En el 2017 se alcanzó la máxima diferencia, con las llegadas superando en cerca de 7.000 a las salidas.

Made with Flourish

Buena parte de este saldo positivo se encuentra en el retorno de emigrantes gallegos. Según los datos que la Secretaría Xeral de Emigración ofreció en junio, más de 6.200 gallegos volvieron a la comunidad en el 2017, representando un incremento del 21 % respecto al año anterior. El principal país de procedencia fue Venezuela, representando casi un tercio de los retornados. Reino Unido fue el que más evolucionó en términos relativos, al aumentar las llegadas un 77 % entre el 2013 y el 2017. Es decir, en los últimos cinco años, cerca de 1.200 personas volvieron de allí.

El país europeo a la cabeza es Suiza, desde donde regresaron 2.750 gallegos en un lustro, 800 de ellos en el 2017. Le siguen Francia y Alemania. En América, Brasil, Estados Unidos y México suceden a Venezuela como país emisor. La Xunta desarrolla medio centenar de medidas enmarcadas en el programa Estratexia Retorna 2020, con la que espera hacer regresar a 20.000 personas en los próximos dos años. De los 516.000 gallegos afincados en otros países, más de la mitad no llegan a los 45 años. 

Argentina, quinta provincia

 El histórico flujo de emigrantes gallegos a Sudamérica tiene en Buenos Aires su puerto principal. En Argentina viven, según el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero, 175.906 personas inscritas también en Galicia. Le sigue Brasil y sus más de 48.000 gallegos. A continuación aparecen Cuba, Suiza, Uruguay y Venezuela. Estados Unidos es la décima comunidad de gallegos en el extranjero, con algo más de 20.000 personas.

Made with Flourish

Según los datos que maneja la Xunta, del más de medio millón de personas residiendo en el extranjero con origen en Galicia, el 70 % son ya de segunda o tercera generación, es decir, hijos de emigrantes que nacieron fuera de la comunidad.