16. La penúltima etapa del Camino: llegamos a O Pedrouzo en bicicleta

senén rouco, iago garcía

GALICIA

Iago García / Senén Rouco

A Santiago, cuantos más mejor. Multitudinarios grupos de escolares y familias buscan su compostela a pie

07 ago 2018 . Actualizado a las 19:39 h.

Quien piense que el Camino pasado O Cebreiro es un paseo se equivoca. Nuestra decimoquinta etapa ha sido una de las más breves, pero hemos acabado realmente cansados. Los días pesan, influenciados por un odómetro que desde Roncesvalles ha superado la barrera psicológica de los 700 kilómetros.

Al salir de Portomarín nos espera un itinerario complementario a la carretera -y por ello más seguro y recomendable- perfectamente señalizado y con un firme de tierra que parece haberse restaurado recientemente. Aun así, se sube una gran pendiente hasta el cruce con la LU-633, así que la jornada empieza con mucha fatiga. Hasta Gonzar, el sendero de los peregrinos de a pie se traza en paralelo al tráfico. Apreciamos las sendas mucho más cuidadas que en Castilla y León y quizás un poco menos que en Navarra. Las vistas son, por ahora, aburridas. Lo que es intachable, eso sí, es la señalización. Los mojones de piedra con el símbolo de la concha jacobea no solo salpican cada kilómetro, sino que en el mismo puede haber varios separados solo unos cientos de metros entre sí.

«Se nota que el Camino está de moda y se cuida», dice Alejandro Ruiz, uno de los cuatro monitores que está guiando a Santiago a un colectivo de 40 padres y niños. «Es el tercer año que vengo a trabajar: antes ya lo había hecho varias veces por mi cuenta y noto que cada vez hay más excursiones», relata mientras reponen fuerzas en uno de los bares del trazado. Su compañera Paula Blanco, que también está empleada en verano en esta empresa especializada en viajes familiares durante el Camino, añade: «Al final, al llegar a Santiago desde Sarria tras una semana acabamos siendo una gran familia creada por diferentes familias».

Avanzamos y, rebasada Vendas de Narón, a la sombra aguardan agazapados 13 andaluces. «Ojú, la caló que hace en Galicia», dicen al paso de nuestras bicicletas. Son familia entre sí en un viaje que se les fue de las manos. «Mi mujer, Begoña, y yo íbamos a celebrar nuestros 50 años juntos en el Camino y al final aquí están otros cuatro hermanos, sus parejas... una locura vaya», explica Jorge García del Saz. Viajan con dos perros y eso, además del número, obliga a planificar bien cada etapa: «Comemos siempre en terraza y reservamos plaza en hoteles que permiten animales».

En los últimos kilómetros se alternan pistas de tierra y asfaltadas. Las últimas están especialmente acondicionadas para los romeros. El margen izquierdo, separado por una línea de adoquines, aporta seguridad.

Un grupo de scouts italianos de Salerno descansan admirando las vistas del Pico Sacro desde el alto del Rosario. «Hemos trabajado todo el año para poder venir y admirar estas vistas», dice Martina Brunetto. ¿Qué dirán entonces al ver la catedral de Santiago?

Mañana, etapa 16: Palas de Rei-O Predouzo.

«Nadie paga nada en nuestro albergue solidario»

El Camino también entiende de peregrinos sin recursos. Lo eran muchos de los que llegaban antaño al Obradoiro y recibían cuidado en el Hospital dos Reis Católicos (hoy Hostal). Con ese mismo espíritu, en Ligonde (Monterroso) está el albergue La Fuente del Peregrino. Todos los hospitaleros que lo atienden son voluntarios, como Lidia Gil y Diego Cano. «Se mantiene con donaciones y como mucho podemos atender a 12 personas, que cuentan con todos los servicios», explican delante del manantial que da nombre al lugar. La asociación cristiana Ágape, presente en 190 países, está detrás de esta iniciativa solidaria. «Nadie paga nada en nuestro albergue, Dios nos ha regalado la vida y aquí el dinero no es necesario», finalizan.

«Como gallegos, al fin entendemos el fenómeno del Camino»

Bea Calvete, Rubén Mira y Santiago Seoane conocen de sobra el significado de los cruceiros, la utilidad que tienen los hórreos y lo sano que es respirar el aire de nuestros bosques. Son de Arteixo. Aficionados al senderismo, decidieron comprobar si está o no justificada la fiebre peregrina. «Lo que más nos ha sorprendido es el buen rollo que tiene toda la gente, no creo que sean así siempre», comentan. «Nosotros empezamos en Triacastela y la verdad es que acabas conociendo el mundo por lo que te cuentan, es muy internacional», continúan. Entre los descubrimientos de su comunidad está el castro de Castromaior, que desconocían: «Está muy bien conservado, al final acabas entendiendo el fenómeno del Camino».

De carballos, castros, cruceiros y todo lo que Galicia ofrece al peregrino

Ser peregrino en Galicia está plagado de pequeños pasos que forman largas etapas para acabar llenando recuerdos eternos. Uno de ellos ha estado hoy para nosotros en el durísimo ascenso desde Gonzar a Castromaior. No tanto por ver el castro que culmina esta loma, cuyos tres fosos previos a su muralla dicen mucho de la inteligencia defensiva de sus moradores, sino por el hecho en sí de alcanzarlo. Cuántas veces nos habrán dicho las decenas de peregrinos que hemos entrevistado en las últimas semanas que la ruta jacobea es una «metáfora de la vida». «Cada etapa es un nuevo reto», nos han repetido mil veces. Hoy hemos sido conscientes de ello. Cada nueva pendiente, por leve que sea, acaba engordando un total que pesa ya en las piernas. Por eso, en una etapa que no ofrece tradicionales postales del Camino que sí ofrecen otras, cada novedad se ha convertido en una conquista.

En Os Lameiros (Ligonde, Monterroso), un lugar al que nunca habría llegado si la ruta jacobea no me ofreciese la oportunidad, descubro escondido entre vetustos carballos un cruceiro con doble cara: Cristo crucificado en una, Virgen de los Dolores en otra. Siento una extraña sensación de satisfacción. La de saber que he llenado mi retina con algo novedoso. Me gusta que Galicia a mis 34 años me siga deleitando. Y me sorprendo reconociéndome en mi tierra, incomparable tras haber pedaleado casi desde los Pirineos y atravesado cuatro autonomías. Las ganas de llegar son muchas. Las de seguir perdiéndome por lugares que desconocía, infinitas. Aún tendré más oportunidades. Mañana tenemos 50 kilómetros por delante.

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