Un silencio tan atronador como la explosión

M. T.

GALICIA

La Voz

La zona cero de la tragedia de Paramos sigue con un silencio tan atronador como cuando se produjo la explosión

31 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La mente graba para siempre las instantáneas de los grandes impactos. Quienes vivieron episodios traumáticos o los conocieron a través de los medios de comunicación o de terceras personas suelen recordar qué estaban haciendo en aquel preciso momento años después. El silencio de ayer en la zona cero de la tragedia de Paramos a las 16.20 horas, la misma a la que se pararon los relojes una semana antes, era tan atronador como la explosión que rompió en pedazos la parroquia. En este instante, los únicos testigos en primera persona de la tragedia son los animales domésticos: gallinas, gatos y perros que conviven entre las montañas de escombros edificadas sobre la tragedia. En el dantesco escenario se representa la situación de los 702 vecinos que en ese minuto del 23 de mayo pasado volvieron a nacer y la de Abdelkhalek el Bouabi Hailas y Ezzoura Bouadel, que murieron ante sus dos hijos a escasos quince metros del polvorín.

La base del almacén permanece intacta en el epicentro de una devastada área de 300 metros de diámetro que dibujó sin concesiones la onda expansiva. El hogar en el que iban a crecer Ilyasse y Bilal está enfrente, reducido a la única lápida a la que sus padres tendrán derecho en Galicia, porque han muerto antes de que las Administraciones construyan el cementerio que la ley otorgó hace más de un año a los musulmanes españoles. Las imágenes callan palabras. Faltan hoy las de las 702 personas desterradas.

Entre las montañas de escombros y esqueletos de casas y coches se pueden entrever sus vidas pasadas y lo que hacían antes de tener que huir. Había niños con bicis, muñecas, peluches y libros. Adultos trabajando, viendo la televisión, durmiendo, planchando y recogiendo la mesa. Las imágenes obligan a tragar saliva para digerir el olor que envolvió la zona. «No sabría describirlo, pero nunca se olvidará, es como el de un escenario de guerra», indica el arquitecto municipal Javier Antoñón, al frente de un equipo de voluntarios del estudio Nam y Atrés que trabajan sobre el terreno con bomberos, Policía Local y Guardia Civil. La gente lo llama tufo a azufre, aunque la sustancia sola no huele. No parece baladí que se asocie históricamente este elemento con el averno, aunque en Tui se recurre a la intermediación divina para explicar que no hayan sido aún más las víctimas mortales.