Inspeccionan otros almacenes por si el pirotécnico de Tui oculta más explosivos

Javier romero / mónica torres TUI / LA VOZ

GALICIA

La Voz

La Guardia Civil ya registró tres propiedades en Gondomar, O Porriño y Tui

31 may 2018 . Actualizado a las 12:30 h.

El pirotécnico de Tui encarcelado ha perdido toda credibilidad a ojos del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de la localidad y de la Guardia Civil. Ambas partes de la investigación sospechan que Francisco González Lameiro puede tener otros almacenes clandestinos con más material explosivo como el que fue requisado el pasado fin de semana. Por eso desde el lunes agentes del instituto armado de la comarca de O Baixo Miño han realizado ya tres registros en diferentes propiedades vinculadas a Lameiro. Son tres almacenes ubicados en los municipios de O Porriño, Gondomar y Tui que se cree que están relacionados con el hombre investigado, aunque en ninguno de ellos se localizaron sustancias químicas ni explosivas. La Guardia Civil continuará peinando la zona y no se descartan nuevos registros. El detenido dispone también de un depósito legal en la parroquia de Valeixe, en A Cañiza, a nombre de un socio. La Guardia Civil comprobó que está todo en regla tras inspeccionarlo.

La investigación judicial también deja constancia, en el auto del miércoles, de la presunta mala fe del acusado en los delitos que se le imputan, al considerar que pueden ser dolosos, lo que implica una pena de cárcel más elevada de la estimada inicialmente, que llegaba a 15 años: «Lo que en principio se catalogaba como una conducta penal por imprudencia grave ha revertido en una conducta puramente dolosa, teniendo en cuenta ya no solo el resultado dañoso y lesivo de la explosión, sino también el especial conocimiento por parte del investigado del riesgo y peligro que conlleva el almacenamiento de sustancias explosivas en un estado que vulnera claramente las normas de seguridad».

El retrato que la jueza hace de González Lameiro no se queda ahí: «Se concluye que el investigado muestra un notable desprecio hacia las normas administrativas, poniendo en grave peligro a las personas que residen en zonas próximas». La instructora dedica otros párrafos a relatar el elevado riesgo de destrucción de pruebas que existiría si González estuviese en libertad, lo que pone de manifiesto que, tras la explosión del primer almacén clandestino y la localización del segundo y el tercero, puedan existir otros depósitos hasta ahora desconocidos en la zona, tal y como certifican las últimas inspecciones de la Guardia Civil, de las que ya estaba informado el juzgado instructor.

Un silencio tan atronador como la explosión

M. T.

La mente graba para siempre las instantáneas de los grandes impactos. Quienes vivieron episodios traumáticos o los conocieron a través de los medios de comunicación o de terceras personas suelen recordar qué estaban haciendo en aquel preciso momento años después. El silencio de ayer en la zona cero de la tragedia de Paramos a las 16.20 horas, la misma a la que se pararon los relojes una semana antes, era tan atronador como la explosión que rompió en pedazos la parroquia. En este instante, los únicos testigos en primera persona de la tragedia son los animales domésticos: gallinas, gatos y perros que conviven entre las montañas de escombros edificadas sobre la tragedia. En el dantesco escenario se representa la situación de los 702 vecinos que en ese minuto del 23 de mayo pasado volvieron a nacer y la de Abdelkhalek el Bouabi Hailas y Ezzoura Bouadel, que murieron ante sus dos hijos a escasos quince metros del polvorín.

La base del almacén permanece intacta en el epicentro de una devastada área de 300 metros de diámetro que dibujó sin concesiones la onda expansiva. El hogar en el que iban a crecer Ilyasse y Bilal está enfrente, reducido a la única lápida a la que sus padres tendrán derecho en Galicia, porque han muerto antes de que las Administraciones construyan el cementerio que la ley otorgó hace más de un año a los musulmanes españoles. Las imágenes callan palabras. Faltan hoy las de las 702 personas desterradas.

Entre las montañas de escombros y esqueletos de casas y coches se pueden entrever sus vidas pasadas y lo que hacían antes de tener que huir. Había niños con bicis, muñecas, peluches y libros. Adultos trabajando, viendo la televisión, durmiendo, planchando y recogiendo la mesa. Las imágenes obligan a tragar saliva para digerir el olor que envolvió la zona. «No sabría describirlo, pero nunca se olvidará, es como el de un escenario de guerra», indica el arquitecto municipal Javier Antoñón, al frente de un equipo de voluntarios del estudio Nam y Atrés que trabajan sobre el terreno con bomberos, Policía Local y Guardia Civil. La gente lo llama tufo a azufre, aunque la sustancia sola no huele. No parece baladí que se asocie históricamente este elemento con el averno, aunque en Tui se recurre a la intermediación divina para explicar que no hayan sido aún más las víctimas mortales.