Un extrabajador de Vulcano superó el «tax lease» yéndose a O Cebreiro y abriendo una tienda
27 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.«Oye, que yo me quedo a vivir aquí», explicó por móvil el trabajador de una auxiliar del metal Guillermo Lamas, vecino de Chapela. Dicho y hecho. Unos años después, vende comida picante para coreanos en su tienda Peter Pank en Montrás, un guiño a la movida viguesa. Estampa su sello en las credenciales con un curioso personaje: un punki.
Su tienda, en unas cuadras reformadas, atrae a los clientes por sus vieiras pintadas a mano y material de deporte como palos de senderismo, bordones, chubasqueros o mochilas. Los irlandeses compran ciertos productos, otros forasteros, otros. Sin embargo, Guillermo Lamas y su compañera, Olga Rodríguez, se dieron cuenta de que los coreanos miraban mucho pero no adquirían ningún suvenir. En lenguaje comercial, eran turistas de alpargata o de bocadillo. Estos asiáticos son estudiantes sin dinero que sobreviven con la paga paterna, pero son los únicos que dan vida en invierno a Paradela porque en Corea del Sur hay vacaciones hasta febrero. Vienen por razones cristianas y porque sus universidades les dan créditos.
Un día, a Lamas se le encendió la bombilla. A los coreanos les podía vender comida porque ellos se pirran por lo picante. Consultó varias webs y se fijó en la comida del país asiático para conocer sus gustos. Compró por Internet fideos precalentados, purés y puso en la puerta anuncios con pictogramas coreanos, «aunque ellos andan con móviles que traducen». Y acertó: «Este invierno he vendido toda la estantería». Ahora teme que en Sarria le copien la idea. La dependienta incluso sabe saludar en coreano y decir gracias.
Pero ¿cómo acabó un trabajador del metal de la ría de Vigo en un remoto paraje de Paradela? Según cuenta, la crisis del tax lease, en el 2009, hundió a las subcontratas del astillero de Vulcano, al borde del concurso de acreedores. Se olió una quiebra y se marchó a cruzar en pleno diciembre O Cebreiro nevado. Al llegar al cruce de Liñares, se metió por una pista con nieve hasta la cintura. «Un taxista me previno y no le hice caso. Di vuelta a los cuatro kilómetros», cuenta. Al llegar a San Cristovo do Real, cruzó el puente y se enamoró de un molino. Fue cuando llamó a casa. Se afincó en Paradela, trabajó en una granja y conoció a una dependienta, Olga Rodríguez. «Su pueblo se vació, ella vendía un paquete de arroz al día, pero los peregrinos pasaban a millares por el Camino», relata.
Al poco, compraron una cuadra y la rehabilitaron. Como gancho, colgaron el muñeco de una meiga en la ventana. Los negocios proliferan en este tramo de Sarria a Portomarín y en algunas casas, «incluso ricas», ponen botellas de agua y fruta en la puerta para «pagar la voluntad a un euro» cuando pasan miles de romeros sedientos durante los meses de verano.
Olga Rodríguez sirve un café y un pastel de almendra de una panadería de Paradela. Una americana lo ve y compra otro. Lamas lamenta la falta de visión empresarial: «El gallego es bueno en montar bares y hostales pero nadie ha puesto un bus directo desde el aeropuerto de Lavacolla a Sarria, deben ir a Lugo», dice.
Mañana, cuarta etapa: Portomarín-Palas de Rei.