«Hay mucha mala vida en muchas casas, y con mujeres estudiadas»

Mila Méndez Otero
MILA MÉNDEZ A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

José Pardo

Son muy pocas las que denuncian o se separan más allá de los 60. Esta vecina de A Coruña dio el difícil paso

19 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tomó la decisión a una edad en la que lo normal sería entregarse a un retiro relajado. Pero su vida, lejos de lo que pudiera tratar de aparentar, nunca fue ni relajada ni normal. Más de 45 años de maltrato son difíciles de superar. Carmen accede a contar su historia a cambio de que guardemos su anonimato. Lo hace, explica, como un gesto de agradecimiento a los servicios sociales del municipio coruñés en el que reside, que «tanto ayudaron», y porque este problema, la violencia machista en edades avanzadas, no debe permanecer más tiempo silenciado. «Di el paso y no me arrepiento. Anduve dos años mirando para atrás todo el tiempo. Hoy ya no lo hago». Se separó después de los 60. Camino de los 70, tiene una nueva vida.

No fue sencillo. El escaso porcentaje de mujeres pertenecientes a la bautizada como tercera edad que denuncian refleja, más que una realidad, un silencio. «Soy de otra época, no estudié», se excusa. Se casó muy joven, no había cumplido ni los 20, con un hombre al que tenía «por un dios». Pero no fue el cielo lo que le dio. «Era una niña. Mi vida a partir de ahí fue un calvario. No podía salir con mi chiquillo al parque. Tenía celos de todo. Nunca me quejé a mis padres. Lo fui ocultando. Cuando se jubiló fue peor. No me dejaba ni llamar por teléfono al hijo. “No vales para nada, eres una porquería”, me gritaba». Insultos y humillaciones que un día fueron a más. «¡Ni mi padre me había puesto la mano encima!», exclama. «¡Ay, hijita!», se le escapa cada vez que echa la vista atrás: «Un día, tras una discusión, intenté meter mis cosas en una maleta. Me tiró en la entrada de la casa con una fuerza que casi me mata».

Se tuvo que cambiar de provincia. «Él tiene una orden de alejamiento, peligra mi vida. No puede saber dónde estoy. Durante los dos primeros años no se lo dije ni a mis hermanos. Llegué a tener hasta un teléfono satélite», cuenta. Al principio, continúa, vivió «escondida, en una casa de acogida». «Por Internet busqué el piso, sin saber ni dónde estaba el pueblo». 

Volver a empezar a los 65

Dejar atrás toda una vida no fue un paso fácil. «No paraba de llorar cuando recogía las cosas: ¡Virgen santísima, que me tengo que marchar de mi casa! Pero tiene que ser. Tienes que tomar esta decisión», recuerda que se decía. «Esto no es un trauma para una persona, lo es para toda una familia. Tuve una depresión al ver cómo se deshacía todo. Perdí la noción del tiempo. Te metes en un agujero tan triste... Me arrinconaba en una esquina y lloraba. Pero la tranquilidad no hay dinero que la pague». El apoyo de su hijo fue fundamental: «Es un pilar para mí. Mientras me maneje, no quiero amargarle la vida. Estoy bien». Vive de una pequeña pensión, «gasté mucho dinero de los ahorros en abogados». La complementa haciendo unas horas: «Tenía vida de señora y con casi 70 años me tuve que poner a trabajar. No se me caen los anillos».

Sus nuevos vecinos se lo dicen: «Que soy una valiente». Se emociona. Por fin se siente a gusto. «Hay mucha mala vida en muchas casas. Y con mujeres estudiadas». Además, algo cambió dentro de ella: «Hay que poner a los hombres en su sitio. Cuando le quise decir al mío que no, ahí no me dio opción». Calla un momento y explica: «Crie el carácter desde que me separé. Tienes que aprender a defenderte en la vida. Me quedé sola, en un lugar en el que no tenía ni un alma conocida». Le llevó tiempo, pero un día lo vio claro: «Estos hombres no cambian».

«A una señora los agentes le dijeron: "Pero con 82 años ¿va a denunciar"»  

Que no se denuncie no quiere decir que no exista violencia machista contra las mayores de 65 años. Así lo vive Mónica Antelo, profesora del máster de Gerontología de la USC y del grado de Enfermería. «En las estadísticas solo están las que dan el paso. Hay muchísimo maltrato oculto», afirma. Trabaja con el Centro de Información a la Mujer (CIM) de Ames.

Las mujeres mayores que se atreven a cruzar el umbral de la puerta son una minoría. Pero las hay. «A veces, llegamos a ellas por un vecino», reconoce Mónica. «Crecieron con una educación patriarcal. Llevan tantos años de mala convivencia que resisten», razona. Antelo insiste en que todavía queda mucho por hacer. «No todos los hijos apoyan. Muchos les dicen que aguanten. Pueden ser muy egoístas, no quieren tener que hacerse cargo de uno de sus padres si se separan». 

Falta de sensibilidad

Hace también autocrítica: «No todos los profesionales estamos lo suficientemente formados. Me acuerdo del caso de una señora que vino superconvencida. ¿Sabe que le dijeron los agentes?: “Pero ¿con 82 años le vale la pena denunciar?”».

Mónica Antelo apunta a los médicos de atención primaria como un objetivo en la sensibilización. Deben estar atentos a cualquier señal. «Acuden antes a ellos que a un CIM», argumenta. Lo mismo, añade, los jueces: «Cuando les preguntan por los golpes, ellos suelen decir que no se acuerdan, que tienen demencia». La separación suele ser el paso lógico: «Lo prefieren a denunciar». Aquellas que lo hacen a edades avanzadas, continúa, «tienen miedo a que un empujón las pueda dejar incapacitadas. “Antes podía escapar, agora vou maior”, te cuentan».