Las universidades invierten 25.000 euros anuales en evitar los plagios

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

M.MORALEJO

Este año cuentan con 6.000 licencias de un programa que detecta los fraudes

25 oct 2019 . Actualizado a las 19:57 h.

Llegó en primavera, pero llegó a tiempo. Llegó a tiempo para revisar los trabajos de fin de grado y de fin de máster. Y a Turnitin no se le escapa una. Turnitin es el software que desde el año pasado usan las tres universidades gallegas para detectar el plagio en los trabajos de fin de grado y fin de máster y en las tesis. Este año, el sistema universitarios gallego se repartirá seis mil licencias de un sistema, que ya utilizan 15.000 instituciones de 140 países diferentes y cuya base de datos es ya superior a los 500 millones de entradas. Si se ha copiado, Turnitin lo detecta.

La lucha contra el plagio en las universidades no es barata. Las licencias se han adquirido a través del Consorcio para o Desenvolvemento de Aplicacións Informáticas de Xestión Universitaria (Cixug) y costarán una media de 25.000 euros anuales a las universidades. Si para este 2018 está prevista la distribución de 6.000 licencias a un precio de 20.570 euros, el próximo año el presupuesto asciende a 28.943 euros para la adquisición de 7.500 licencias. Una vez compradas, se reparten entre los centros en función del volumen de trabajos que gestiona cada uno. Antes de su defensa, los textos se pasan por el programa. Si hay algún fragmento que no se haya citado adecuadamente, el algoritmo lo detecta.

«Esto es una mezcla entre ciencia y arte», dice Raúl Canay, un profesor de la USC que antes de la adquisición de este programa por parte de las universidades se pagaba de su bolsillo la licencia y que se ha encargado de dar formación a sus compañeros para usar el software. Es ciencia porque Turnitin mide cuánto de ese trabajo es no original. Es decir, proporciona un índice de similitud. Es arte porque no todo lo que procede de otros textos puede considerarse plagio. ¿Cuál es la línea roja? «Si en un trabajo de fin de grado sale más de un 20 % de índice de similitud me empiezo a fijar en detalle». Claro que, aclara Canay, no es lo mismo un texto de 400 palabras que uno de 10.000.

La terminología común y el formato de los trabajos pueden dar lugar a un índice de similitud del 10 %, por ejemplo. No sería preocupante. Puede también que se haya citado, pero no correctamente, por lo que el programa no lo reconoce y lo marca como plagio. También depende del área de conocimiento. Es ahí donde es vital la labor de los docentes. En entrar en el detalle y ver qué ha ocurrido exactamente.

Y ya no vale usar un fragmento cambiándole algunas palabras. Porque el software de detección de plagios, explica Canay, está evolucionando hacia la capacidad de detectar estructuras gramaticales. De comparar patrones de escritura. «Tradicionalmente, antes de tener estas herramientas, tú detectabas al plagiador porque en un mismo texto los giros a la hora de escribir eran tan brutales que era imposible que fuesen de una sola persona».

Puede que Turnitin marque como fuente una determinada página web y el alumno afirme que jamás ha entrado en ese sitio para librarse de las consecuencias de haber plagiado. «No podemos decir que lo hayas copiado de ese sitio, pero sí que lo has copiado de algún sitio», aclara el profesor de la USC.

¿Qué pasa cuando se detecta que, efectivamente, el trabajo ha sido copiado y no se trata, por ejemplo, de que el alumno no sabe cómo citar un texto? Depende del docente. Unos optan por hablar con el estudiante e intentar reconducir la situación. En otros casos, suspenso, que es lo que marcan las normativas, con la posibilidad de abrir un expediente. En el caso de Vigo, desde el 2015 los alumnos deben firmar un compromiso de honestidad académica para completar su proceso de matrícula.

Base de datos gallega

Raúl Canay también explica que los trabajos que se van pasando por Turnitin en las universidades gallegas van creando una base de datos autonómica para que así se pueda evitar el que unos estudiantes copien de trabajos que se habían presentado en años anteriores.

Además, existe la posibilidad de comparar los textos con los presentados en otras universidades españolas, aunque no se tiene acceso a ellos a no ser que se pida expresamente a la universidad en la que se presentó el trabajo original.

Una encuesta entre cien alumnos revela que el 56 % copiaron trabajos de otros años

Sí, en las universidades se copia. A veces se copia por desconocimiento, porque alguien no sabe citar correctamente los textos. O porque se despista y se olvida de referenciar un texto. Otras veces es difícil pensar que se trate de un despiste. O de ignorancia. Es el caso del exrector de la Universidad Rey Juan Carlos. Pasar su texto por el programa antiplagio que han comprado las universidades gallegas supone obtener un 71 % de índice de similitud con una única fuente. Su trabajo se había basado en reproducir casi al completo un libro del catedrático de la Universidad de Barcelona Miguel Ángel Aparicio.

Pero la cuestión es: ¿por qué copian los estudiantes? Hay tres razones principales: la sensación de falta de tiempo para hacer el trabajo, el sentimiento de saturación y la sensación de que los docentes no se leen los trabajos. El «no sé» es otra de las razones que le dan a Raúl Canay de por qué han presentado un trabajo copiado. Dicen que nadie les ha explicado cómo hacer un trabajo correctamente. Lo cierto es que la universidad organiza cursos voluntarios de competencias básicas en los que sí se aclaran estos aspectos.

¿Copian mucho? No hay datos oficiales. Pero una pequeña encuesta realizada por el profesor de la USC a algo más de un centenar de universitarios reveló que el plagio es una práctica, cuando menos, extendida. El 56 % reconocieron que había realizado trabajos copiando fragmentos de textos de años anteriores, y en más de una ocasión. Uno de cada cuatro dijeron que sí habían realizado trabajos completos a partir de fragmentos de otros textos. Tres de cada cinco dijeron que habían incluido en la bibliografía textos que no habían leído. Y cuatro reconocieron haber pagado por que les realizasen trabajos, una práctica extendida en el mundo anglosajón.