Clasificando la cena de Nochebuena

Jorge Casanova
Jorge casanova A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

MARCOS MÍGUEZ

De los almacenes de los bancos de alimentos salen para cientos de familias las comidas de Navidad y de muchos otros días

24 dic 2017 . Actualizado a las 14:11 h.

Galletas, fideos, leche, lentejas, potitos, cereales... Alguien abre una caja y sale comida no perecedera; de todo tipo. Y cada cosa va a su sitio. Cada paquete viene de usted, que los primeros días de diciembre se encontró en su supermercado con unos voluntarios que le recordaron a la entrada que hay gente que no tiene casi nada. Y usted les dejó unas galletas, unos fideos, leche, lentejas... En dos días, la gran recogida agrupó miles de cajas, toneladas de alimentos que, desde entonces, entraron en un nada sencillo proceso de clasificación. «Lo peor quizás es la leche», dice Carlos, un jubilado de 65 años que colabora con el banco de alimentos Rías Altas, uno de los varios que hay en Galicia, desde que se prejubiló. La leche sí es perecedera y hay que agruparla según su caducidad. Así que hay que chequear cada cartón y colocarlo en su sitio: atrás los que caduquen más tarde, adelante los que estén más próximos a perder su validez.

Carlos es uno de los quince voluntarios que más o menos cada día echan unas horas en un almacén de Meicende (Arteixo) abriendo, cerrando, moviendo cajas: «Este me pareció un buen lugar para colaborar», dice. Y aclara: «Físicamente. También soy socio de la Cocina Económica, de Intermón y de Médicos sin Fronteras». Conciencia le llaman a esto. Él le quita importancia: «Aquí me ahorro el dinero del gimnasio». Mientras conversa no deja de trabajar; queda mucho por ordenar. Todos hacen lo mismo: «Este año es el primer día que vengo», dice Verónica, que con 43 años es la más joven del grupo que se mueve por la nave: «Solo vengo cuando tengo vacaciones», dice. Como si dedicar las vacaciones al voluntariado fuera lo más normal del mundo: «Me resulta muy divertido, porque me gusta mucho clasificar cosas. El 27 y el 28, si puedo, volveré otro ratito». Verónica no responde del todo al perfil de los voluntarios que pasan por el banco de alimentos. La mayoría son jubilados o parados. De vez en cuando vienen también condenados a trabajos sociales, que se implican como el que más. Es difícil no hacerlo, aunque al cabo de unas horas la espalda se resiente si no estás acostumbrado.

MARCOS MÍGUEZ

La mayoría de los que colaboran en el almacén no participan del resultado final. Todos los alimentos que clasifican pasan a otra nave desde la que se distribuyen entre los diferentes colectivos que entregan lotes a las personas que finalmente se beneficiarán de todo el proceso, los que no llegan a fin de mes ni a mediados ni, a veces, a la primera semana: «Eso de que la crisis se ha terminado es una mentira», dice Conchi Rey: «Hay más trabajo, pero esos sueldos pagan el alquiler y los recibos. Con la comida siempre puedes hacer amaños, los recibos los tienes que pagar». Los voluntarios no asisten al reparto; no ven el rostro agradecido, a veces también avergonzado, de quienes se llevan los alimentos para casa. «Aquí te evades de tus cosas, de tus problemas y cuando llegas a tu casa te sientes bien, porque has hecho algo bueno», explica Carmen, otra de las voluntarias que lleva ya varios años abriendo las cajas de los que dan y cerrando las de los que recibirán. Muchas de esas cajas llevan el menú de Nochebuena, que no serán gambas, ni cordero, ni centollas, ni pavo. Serán macarrones y atún, salsa de tomate y alguna tableta de turrón. Todos son alimentos. Los que circulan por el almacén, afortunadamente cubrirán algo más que la cena de Nochebuena. También la del 10 de enero o la del 12 de marzo. Gracias al paquete que usted dejó los primeros días de diciembre y, por supuesto, al esfuerzo de Conchi, de Carlos, de Verónica y de todos los demás.

«Necesitamos más ayuda»

En el 2016, del Banco de Alimentos Rías Altas, que cubre toda la provincia de A Coruña, gastó 217.000 euros en el alquiler de almacenes, el funcionamiento del transporte, seguros y otros gastos corrientes. La solidaridad es cara y, paradójicamente, cuantos más alimentos más gastos para el colectivo. De esa notable cantidad, las Administraciones cubrieron un 20 %, es decir, unos 45.000 euros. «Necesitamos más ayuda», afirma el presidente, Juan Mateos. El caso de este banco no es particular. Todos están más o menos igual. «Nosotros estamos en permanente estado de petición», añade. No solo de brazos vive el banco.