«Querían embarrancar el Prestige»

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

José Pardo

Serafín Díaz, cuando tenía 68 años, se descolgó dos veces sobre el petrolero. La primera, para arrancar la máquina. La segunda, para recoger documentos antes del hundimiento

15 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El esplendor del mar de la playa de Cabanas, bajo un sol otoñal, no tiene nada que ver con la furia del Atlántico de aquel 14 de noviembre de hace quince años. Es fácil imaginarse a Serafín Díaz, que entonces era inspector marítimo, observando desde la ventanilla del Helimer a aquel petrolero escorado y herido que se acercaba peligrosamente a la costa de Muxía. «Era como un caimán en un pantano», recuerda. Esa fue su primera impresión del Prestige. Pese a haber estado presente en muchas emergencias marítimas, el helicóptero le imponía respeto. Pero se descolgó sobre la cubierta cuando ya había cumplido 68 años. Serafín fue un tipo que intentó retrasar la jubilación todo lo que pudo. Aún hoy, con 83 años, parece que cambiaría la tranquilidad de Cabanas por la cubierta de un barco moribundo.

A bordo le esperaban el capitán Mangouras y el jefe de máquinas, Nikolaos Argyropoulos, que, según un testimonio que repitió varias veces ante jueces y abogados, hizo lo que pudo para que no arrancara la máquina. «Estábamos a solo cuatro millas de la costa de Muxía. Tengo muy claro que querían embarrancarlo», dice, probablemente con la intención de salvar parte de la carga con un trasvase. Entre el 13 y el 14 de noviembre del 2002, Serafín se pasó unas 26 horas sin comer ni beber, así que llegó al barco desfallecido. «Estaba muy resbaladizo por el fuel, las olas barrían la cubierta y yo estaba muy débil». Pero le quedaron fuerzas para enfrentarse al jefe de máquinas y al «sabotaje» de alguna que otra pieza para que el petrolero no arrancara. En un contexto en el que los remolques eran frágiles, el hecho de que el buque reiniciara su propulsión evitó el embarrancamiento. Muy cerca de allí, a solo una milla, había unos bajos «muy peligrosos». Serafín tuvo que ser duro. Llegó a amenazarles con la Guardia Civil o incluso una autoridad militar.

Hay hombres que tropiezan dos veces con la historia, y este marino vocacional es uno de ellos. No contento con la primera experiencia, volvió a descolgarse sobre el Prestige cuando al buque apenas le quedaban unas 14 horas de vida. «Esa segunda vez dudé y pensé que debía negarme», admite. «Pero volví porque soy amigo del riesgo».

En aquella ocasión retornó al petrolero en compañía del que entonces era capitán marítimo de A Coruña, Ángel del Real, y del que después iba a ser comisionado de Fomento para el Prestige, Francisco Alonso. «Había ya una línea transversal sobre cubierta donde la pintura empezaba a desprenderse. Estaba claro que el barco estaba a punto de romperse». La misión era recuperar documentación del buque para entregarla en el juzgado justo antes de que se perdiera para siempre en medio del Atlántico. Aunque recogieron los documentos en la oficina del puente y no en los camarotes, pues sería equivalente a violar un domicilio, la defensa del capitán y el armador lanzaron múltiples dudas sobre la validez de las pruebas durante el juicio.

Después de quince años, la vehemencia de Serafín hacia el capitán Mangouras y el jefe de máquinas se ha ablandado mucho. El caso está ya cerrado, no tiene mucho sentido seguir cargando las mismas tintas que entonces. Incluso ahora admite que la solución de refugiar el barco podría ser factible, pero su lealtad hacia los que eran sus jefes pervive en la placidez de su retiro, así que no cuestiona la decisión de alejar el barco. Ni siquiera el controvertido rumbo noroeste. Serafín Díaz terminó su carrera como capitán marítimo de A Coruña. Pero por encima de eso fue el último hombre en abandonar el Prestige antes de que se sumergiera para siempre en el silencio del océano, a 3.800 metros de profundidad.