La enorme cicatriz que Valery Karpin dejó sin curar en el centro de Vigo

Carlos Punzón
carlos punzón VIGO / LA VOZ

GALICIA

Oscar Vazquez

La ruina domina 20.000 metros cuadrados en lo que el futbolista ruso iba a convertir en una urbanización de lujo

12 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Subidas a un camión para acompañar a las imágenes de santos en su traslado a su nueva capilla, las últimas monjas del asilo de los Ancianos Desamparados dejaron en abril del 2001 la vieja edificación del paseo de Alfonso convencidas de que con su mudanza los mayores ganaban un hogar mejor y Vigo el impulso definitivo para insuflar vida a su degradado casco viejo. Dieciséis años después, la ruina es absoluta en el antiguo asilo y se ha extendido a casi todas las viviendas del barrio del Cura. Unos 20.000 metros cuadrados en los que un día el futbolista ruso Valery Karpin puso sus ojos y echó cálculos, sin prever que su sueño de 400 viviendas de lujo a 9.000 euros el metro cuadrado se esfumaría sin haber empezado.

La maleza ha criado troncos en el interior de las viviendas. La basura que los okupas del asilo arrojan por las ventanas alfombra la ladera que baja hasta las proximidades del puerto. Toda la manzana está podrida y solo un bar y un estanco resisten abiertos. Un edificio y pequeñas casas desperdigadas se mantienen en pie a la espera de que alguna vez cuaje algo en la cicatriz que Karpin dejó sin curar en el centro de Vigo.

«Ahora hay un señor que aparece con dos Porches de vez en cuando preguntando por las propiedades. Quiere comprar, pero solo el asilo», comentan en la tertulia que rápidamente se monta en el bar Roucos al preguntar por el estado del barrio. Eduardo, uno de sus últimos inquilinos, asegura que la empresa del futbolista ruso dio en mano un millón de pesetas a todos los propietarios que accedieron a vender. «Les prometían entre tres y cinco millones más cuando la obra se pusiese en marcha. No vieron el dinero y se quedaron sin casas», dice en su marcha calle de Santa Marta abajo, saludado por los que hacen fila ante el comedor de la Esperanza.

Detrás de la barra del cuidado bar, donde lucen varios Laxeiros regalados por el pintor de Lalín como muestra de agradecimiento por la comida, José Antonio radiografía el futuro de las ruinas que acogotan su negocio. «En Vigo ya hay siete mil pisos sin vender: ¿quién va a comprar viviendas de lujo ahora?», se pregunta.

Dos turistas recién bajados de un crucero tratan de entrar al asilo buscando algo distinto que fotografiar sin saber que dentro se exponen a algún susto. En el esqueleto de un edificio que también adquirió Karpin, un inmigrante blande un largo madero para advertir, sin necesidad de hablar, que adentrarse para ver las divisiones que sus moradores han montado con mantas y plásticos tendrá consecuencias.

«El ruso es buena persona, cumplió con nosotros y nos pagó al mes siguiente», decía la monja más veterana del asilo cuando se cumplieron los diez primeros años de abandono del inmueble. «Dicen que les llevó el dinero en bolsas a Valencia, donde está la dirección de la orden», asegura un vecino al preguntarle por el estado del proyecto. Los bancos instaron la subasta de la enorme parcela hace años, pero cuando el juzgado iba a abrir la puja las entidades financieras la paralizaron. «Dicen que están negociando con los rusos», ríe Eduardo, que nunca se ha creído nada.

Los vecinos piden que se haga alguna actuación que regenere la zona

Solo dos calles separan las ruinas del asilo de las de la vieja Panificadora de Vigo. 10.000 metros cuadrados más abandonados a los pies del Ayuntamiento desde 1981. «No cuaja nada», se lamenta el exconcejal de Urbanismo Francisco García, vecino de la zona que estima que es hora de una gran actuación que incluso conlleve hacer un nuevo consistorio y abrir una gran plaza. «Habría que urbanizar esta zona, hacer algo. Yo tengo suerte de tener muchos clientes después de 30 años, pero ningún negocio nuevo resiste aquí», asegura la responsable de una tintorería con tres décadas de historia. Tres generaciones se encadenan en la mueblería Balche, donde Chelo, su encargada, advierte que el barrio se está envejeciendo, los pisos se quedan vacíos y «esto a veces da miedo». «Tenían que hacer algo», dice. Beatriz, arquitecta de La Urbana, indica que el abandono de la zona «ha hecho un corte en la ciudad. Habría que plantear alguna actuación pública que abra la zona», estima.