Vidas rotas, héroes y solidaridad pueblan una inmensa zona cero de 355 kilómetros cuadrados. «Xa ninguén limpa, están todos mortos ou coxos, coma min», se lamenta una afectada

xurxo melchor
Tribunales y sucesos en la delegación de La Voz de Galicia en Santiago.

La tragedia del fuego solo marca al que la vive en primera persona. Al que combate las llamas con cubos y mangueras. Al que pisa el monte convertido en cenizas. Al que se le manchan las manos de negro y se le llenan los pulmones de humo. La ola de incendios del pasado fin de semana ha dejado profundas heridas en una Galicia abrasada que conforma una inmensa zona cero de 355 kilómetros cuadrados que se abre lacerante por las provincias de Pontevedra, Ourense y Lugo. Ese gigantesco epicentro tiene hitos especialmente trágicos. Por descontado, aquellos en los que murieron las cuatro víctimas que se lleva por delante la peor crisis incendiaria de Galicia desde el fatídico 2006. Chandebrito (Nigrán, Pontevedra), Comesaña (Vigo) y Carballeda de Avia (Ourense). Pero también otros en los que solo la suerte y el coraje de muchos evitaron males mayores.

En este último concello ourensano, enclavado en la comarca de O Ribeiro, los lugareños hablan en el bar Moderno de más de 3.000 hectáreas arrasadas. Lo cierto es que allá donde se pose la vista, un manto negro lo cubre todo. Este concello es un perfecto paradigma de algunas de las causas que explican porqué Galicia arde tanto cada año. Uno fundamental, la despoblación. En 1900 vivían aquí casi 3.500 personas y hoy son poco más de 1.300. Y de ese mal pende otro: el abandono del monte y de los cultivos. Felicitas, una octogenaria impedida por una dolorosa cojera, lo explica con más tino que muchos expertos. «Está todo cheo de maleza porque aquí xa ninguén limpa. Aquí están todos mortos ou coxos, coma min», asegura llorosa junto a su casa de Fiscás, de la que explica que ya solo sale «para botar o lixo ou recoller o pan».

A lo largo y ancho del municipio todo es destrucción. Es unánime la apelación a la declaración de zona catastrófica. Un término técnico que bien se ajusta a lo que aparece en cada esquina. Viveros, talleres, corrales, tractores y granjas han sucumbido a unas llamas que se movieron a su antojo por aquellos lugares que fueron evacuados. Cástor Vázquez fue uno de ellos. Salvó la vida, y eso es lo más importante, pero excepto su casa y el perro lo ha perdido todo.

La desolación es total. «Non sabemos que facer, estamos desorientados», explica Ricardo Agustín Paz Vázquez, del lugar de Saa. Su mujer camina de un lado a otro entre lamentos. Su casa está rodeada de otras quemadas. De la suya, las llamas pasaron milagrosamente de largo. Solo dañaron la tubería del desagüe, que es de PVC. «Isto foi a fin do mundo, que non se queimara a casa foi cousa dun santo», señala con un optimismo admirable.

Menos suerte tuvo Pepe. La suya fue la única vivienda habitada de este pequeño lugar de treinta almas, algunas que solo vienen en vacaciones, que fue destruida en el incendio. Ahora, a sus 84 años, se ha visto obligado a irse a dormir a casa de unos familiares de Ribadavia. Entre esos que tienen aquí su segunda residencia está Amando Fermoso Vázquez. Él vive en Stuttgart (Alemania) y tiene una historia llena de vivencias -fue actor de spaguetti western con Sergio Leone- que intercala con las que tuvo que afrontar luchando contra el fuego. Él solo, porque fue el único no evacuado en Saa. «Ou non me chamaron ou non lles escoitei», explica. «De repente cheiroume a fume, saín fóra e xa estaba atrapado polas lapas, estaba só e rodeado», recuerda.

Lejos de echarse atrás, dio un paso al frente. «Había que facer algo pola casa», se justifica, porque sabe que puso en serio peligro su vida. Cogió una manguera y defendió la vivienda por los dos frentes que le acechaba el fuego. Así pasó toda la noche, hasta que pasadas las siete de la mañana ganó la batalla. «Na miña vida o esquecerei, era como estar nun volcán», añade.

En Saa aún hay una cierta épica que no existe en otros lugares más devastados, como As Fermosas. Allí la desolación es tan brutal como la imagen de un vecino, Marcial Rodríguez Vázquez, pastoreando sus ovejas por un monte sin una brizna de verde. Todo es negro. Los animales parecen confusos, van de un lado a otro como sin entender por qué no ha quedado nada que comer.

As Neves (Pontevedra) fue otro concello arrasado. Otra herida profunda en esa descomunal zona cero del fuego. Los vecinos hablan de que el 90 % del monte se ha quemado. Pero no solo el monte. Las llamas rodearon el casco urbano. Hubo edificios enteros de viviendas acorralados y salvados por sus vecinos. El caos fue total. «Iban coches de un lado a otro y la gente corría sin saber dónde, pidiendo ayuda», recuerda José Ortega.

El efecto del fuego se ve por todas partes. Una casa en pleno centro destruida, propiedad de una familia que veranea en As Neves, el patio del colegio quemado y todo negro alrededor del campo de fútbol o la estación potabilizadora de agua. Hasta el cementerio se quemó. Hubo tanta tensión y tanto peligro que se optó por evacuar a todo aquel que no pudiera ayudar en la extinción. Muchos acabaron en el pabellón deportivo de Arbo, el concello vecino. Otros hicieron el camino inverso. Marcos Carpintero es de Santiago, pero trabaja como farmacéutico en este municipio pontevedrés. El día del incendio estaba en Compostela y cuando se enteró de lo que estaba pasando no dudó en coger el coche e ir a echar una mano. «Luego me arrepentí un poco, porque iba por la carretera con fuego a ambos lados y asustaba», afirma. El susto no le impidió arrimar el hombro manguera en mano. «Había que ayudar, todo estaba en peligro», añade.