José María Ezquiaga: «La prioridad urbanística es arreglar lo que tenemos, no ampliar la huella»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

SANDRA ALONSO

El urbanista anima a los ciudadanos a implicarse en los planeamientos porque las normas «no caen del cielo»

25 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

José María Ezquiaga (Madrid, 1957) ha logrado algo muy difícil en la carrera de un arquitecto: ha obtenido el respeto de la profesión -es el decano madrileño- y al mismo tiempo el de los políticos, que le han confiado en distintas épocas responsabilidades públicas de gestión y planeamiento. Ahora, tras recibir varios premios de urbanismo también a nivel europeo, dirige una firma independiente con un sugerente nombre: Ezquiaga, arquitectura, sociedad y territorio. La pasada semana habló en Santiago en un congreso de la Axencia de Protección da Legalidade Urbanística.

-¿Cómo se siente un arquitecto en una jornada en la que se habla incluso de derribos?

-Detrás de un derribo hay motivaciones muy distintas. No es lo mismo demoler para sustituir viviendas en mal estado que el problema de restaurar la legalidad urbanística. En este último caso, la clave es hacer que las leyes sean efectivas, que se cumplan y que orienten el crecimiento de los municipios. Para eso hace falta una actitud de vigilancia, eventualmente las sanciones, y en último recurso, la demolición, porque una ley no es operativa si no es respetada por la población. Pero yo quiero ser positivo y también veo dentro de la disciplina urbanística una labor pedagógica que es muy importante, que consiste en convencer a los ciudadanos de que cualquiera, si se preocupa, puede cambiar las normas de su territorio, porque además van a influir mucho en sus vidas.

-¿No es algo demasiado complejo para un vecino de a pie?

-Los planes urbanísticos no caen del cielo. Lo que está en juego no es que alguien desde arriba decida lo que se puede hacer y lo que no, sino que la comunidad elija sus prioridades. Es importante que la gente esté atenta y haga escuchar su voz, pero ojo, la de todos: los vecinos, los empresarios, los ecologistas... Siempre digo que un plan urbanístico es como una Constitución del municipio, y será mejor cuanto mejor se conviva. Y, claro, será más antipática si la gente se considera ajena.

-Galicia, por ejemplo, pierde vecinos a marchas forzadas, ¿ve lógico que los principales núcleos sigan creciendo?

-La prioridad urbanística con vistas al futuro es arreglar lo que tenemos, no ampliar la huella. Debemos mejorar los centros urbanos, que tienen unas infraestructuras desde hace varias generaciones con un valor enorme, pero también las periferias, esos entornos construidos en los 70 y 80 que ya son un problema por su deterioro constructivo.

-¿Más rehabilitación y menos barrios nuevos?

-Ha cambiado el ciclo. Hemos pasado del urbanismo del crecimiento y la expansión a la regeneración urbana y la rehabilitación, es decir, a mejorar lo que tenemos. Es una actitud muy inteligente y sostenible, porque en los países desarrollados dos tercios de la población acabarán viviendo en ámbitos urbanos en el 2050. Pero el futuro no pasa por las grandes conurbaciones, que están ralentizando su crecimiento, sino por las ciudades medias, que tienen más posibilidades de rectificar sus errores pasados.

-¿Qué ocurrirá en Galicia?

-El modelo gallego es muy peculiar. Uno puede vivir en aldeas relativamente pequeñas pero que son parte de organizaciones urbanas más extensas, no es la ruralidad profunda de antes. Hablamos de un modelo metropolitano disperso donde las personas están conectadas.

-¿Ve posible la renovación de las ciudades al estilo Haussmann, en el París del XIX?

-Ahora es más difícil, porque el barón Haussmann no realojó a parte de los habitantes. Es el padre del París moderno, pero desde el punto de vista social hoy no sería aceptable que un vecino de un barrio céntrico se tenga que ir a vivir a la periferia para hacer viviendas burguesas. Ese es uno de los motivos por el que es complejo hacer renovación urbana, porque si la hipótesis es preservar a la población, la operación es económicamente muy costosa.

«La arquitectura histórica se defiende sola, y la contemporánea, siendo valiosa, no»

¿La regulación y el ordenamiento urbano nos libra de todo mal? No lo parece. A Ezquiaga le tocó vivir hace solo unos meses como decano de los arquitectos madrileños el derribo de la Casa Guzmán, una vivienda en Algete del «egregio maestro» gallego Alejandro de la Sota. Fue víctima, asegura, de la «obsolescencia prematura», de unas normas urbanísticas que inducen a la sustitución de arquitecturas valiosas que, a su juicio, no tienen quién vele por ellas, «mientras que las históricas se defienden solas». El problema, reflexiona con un alto nivel de autocrítica, es que parte de la sociedad vivió la demolición de una bella y funcional casa de planta baja para hacer un anodino chalé de tres alturas «como un drama, cuando nosotros mismos estamos haciendo los planes que llevan a la desaparición de esas arquitecturas. En este caso, la norma empujó al derribo», sentencia.

-La Xunta quiere expropiar edificios que entorpezcan la rehabilitación de un núcleo, ¿apoya ese intervencionismo?

-Ese tipo de normas existen desde Carlos III, que obligaba a la venta forzosa de los solares que no se construían a tiempo. Hay un deber de sometimiento al plan, y si, por ejemplo, este determina que un terreno se destina a edificación, no puede estar eternamente vacío. Además, entiendo que esa estrategia de expropiación está dentro de un plan respaldado por los ciudadanos.

-¿Los nuevos usos turísticos de la vivienda amenazan los centros urbanos?

-Es difícil conocer todavía el impacto, pero solo hay que ver lo que está sucediendo en Barcelona, donde el turismo se ha vuelto desagradable. Galicia también se verá afectada, por su patrimonio y su costa. ¿Se imagina Santiago lleno de pisos de alquiler? La carga sería inaceptable y crearíamos una ciudad fantasma.