Desaparecidos: la pérdida sin fin

Jorge Casanova
jorge casanova BOIRO / LA VOZ

GALICIA

CARMELA QUEIJEIRO

Los esfuerzos por hallar a Diana Quer reviven el drama de otras familias que han perdido a sus seres queridos

07 nov 2016 . Actualizado a las 21:24 h.

A José Manuel se le ilumina el rostro cuando habla de su madre. Se anima. «Era especial», dice. Se llamaba, se llama, Manuela Lorenzo. Aunque todos la llaman Lela. Tenía 70 años el 25 de julio del año pasado. La noche anterior, varios vecinos la vieron. Pero el 25 ya no. Nadie la ha vuelto a ver. Dejó la puerta de su casa cerrada, pero sin llave. Y la puerta de la cancela abierta. Desde aquel día de Santiago no se ha encontrado de Manuela ni un pelo, ni un rastro, ni un indicio. Cientos de personas peinaron todos los alrededores. Un helicóptero, brigadas a caballo, perros especialistas en encontrar vivos y muertos. Nada.

En la cocina de Lela, José Manuel y Otilia, su mujer, evocan los amargos primeros días de la desaparición. Ellos no viven allí. Pasaron dos días hasta que la echaron de menos. Desapareció un sábado y empezaron las batidas un lunes. «Buscouse moito máis que no caso de Diana Quer», dice José Manuel. Y también recuerdan el día que la Guardia Civil les dijo que pasaban «a otro tipo de investigación». «No me lo podía creer», recuerda Otilia. Pero no hubo avances. «E hoxe xa teñen o caso pechado», admite José Manuel.

Su caso es el de decenas de familias que no han podido cerrar la desaparición de un ser querido. Personas que un día dejaron de estar y de las que nada o casi nada se volvió a saber. La peor de las pérdidas. La asfixiante presencia del caso de Diana Quer en los medios de comunicación, los lleva a revivir a diario su pesadilla.

Detectives

Lela no tenía graves problemas de salud y ninguno psiquiátrico. Poco antes de su desaparición había aprobado con nota una revisión neurológica. ¿Qué fue de ella? La casa de Lela está a un kilómetro escaso del lugar en el que apareció el móvil de Diana Quer. Es una coincidencia, pero José Manuel reconoce que ha pensado mucho, que tal vez... «Sempre estás pensando que máis podes facer». Se da cuenta de que el caso de su madre es especialmente difícil porque la investigación no progresó ni un milímetro: «É normal que no caso de Diana Quer haxa máis traballo, porque o caso está vivo, hai de onde tirar».

Después de que todas las posibilidades parecieran agotadas, la familia de Lela ha contratado a unos detectives que siguen imaginando, investigando, descartando. Para explicar cómo se siente, Jose Manuel acude a un reciente naufragio donde se recuperó un cuerpo y otros dos quedaron, supuestamente, atrapados en el barco hundido. «É terrible. Pero esas familias pensan que os seus quedaron alí. Eu non teño nin iso». Admite que la incertidumbre le come por dentro, porque él lo piensa, la gente le pregunta: «É moi jodido. Moito. Non teño nin un sitio para chorar».

Es el drama de los desaparecidos: la incertidumbre, la sensación de que siempre se puede hacer algo más, de que no hay que abandonar la búsqueda. Pero la situación no puede ser eterna: «Eu doume ata os dous anos. Se non hai ningún indicio, se non sabemos nada, teremos que deixalo ir. Pero é moi difícil», dice José Manuel, un tiarrón al que impresiona ver cómo baja la vista frente al peso de la pena. Una pena que no puede cerrar.

El agravio comparativo de la peregrina norteamericana

Hace poco más de un año, el caso de la peregrina Denise Thiem, una norteamericana desaparecida en el entorno de Astorga mientras hacía el Camino de Santiago, dormitaba en las instancias oficiales y en las redacciones de los periódicos. Entre una etapa y la siguiente, desapareció. Las búsquedas no arrojaron resultados y el no tener a nadie cerca que estimulara los esfuerzos para hallarla hicieron que su caso caminara hacia el olvido. Hasta que llegó una carta del senador norteamericano John McCain al despacho de Mariano Rajoy. Aunque se desconoce con exactitud los términos de la carta, sí trascendió que el político y excandidato a la presidencia de los Estados Unidos ofreció a Rajoy la ayuda del FBI.

En pocos días, un operativo formidable se desplegó por la zona donde se había perdido el rastro de Denise. Más de trescientas unidades entre policías y miembros del Ejército chequearon la zona con perros, caballos, camiones y un helicóptero. En unas cuantas horas, descubrieron un cuerpo que algún tiempo más tarde sería identificado como el de Denise Thiem, abriendo el rápido proceso que daría con la detención del acusado del crimen.

«Yo le envié un correo electrónico a McCain», dice Otilia, la nuera de Manuela Lorenzo. No obtuvo respuesta, pero en la desesperación, cualquier idea vale, cualquier iniciativa parece posible. Y después de comprobar aquel despliegue, Otilia pensó que tal vez...

En Galicia, hay decenas de familias que no han podido encontrar a sus familiares perdidos. En la plataforma SosDesaparecidos figuran 13 casos pero, lamentablemente, no son los únicos. En la mayoría late alguna esperanza de que el suplicio termine y la verdad acabe aflorando.

«Esta situación psicoloxicamente é capaz de matar a unha persoa»

A Lino también se lo tragó la tierra. Salió de su domicilio de Carnota una tarde para ir a visitar a una hermana en Muros. Perdió el autobús y decidió cruzar el monte. Un vecino lo vio y habló con él cerca de la cima y desde entonces nunca más se supo. Lo empezaron a buscar aquella misma noche. Centenares de personas peinaron por el monte durante semanas. Vinieron perros y hasta drones, pero nada se ha avanzado. Si Lino, Paulino Fiuza, 75 años, sigue en el monte, no hay rastros.

Alba, una de las hijas de Lino, se emociona en pocos minutos cuando recuerda aquellos días, que no son muy diferentes a estos diez meses después de la desaparición: «Esta situación psicoloxicamente mata a unha persoa. O psicólogo dime que hai que pasar do estado de busca ao de aceptación. Pero é moi difícil. Aceptar que non o vou seguir buscando é moi difícil».

Todos los días

Alba Fiuza dice que habla todos los días con sus hermanas sobre la ausencia de su padre, que no se lo puede sacar de la cabeza. Y que el entorno no ayuda, con la información permanente sobre el caso de Diana Quer: «Eu deséxolle o mellor a esta familia, pero realmente é onde se ve a diferenza. Porque unha cousa é o bombo e outra os recursos que se empregan. E, seica, canta máis queixa máis bombo e máis recursos».

Alba se queja de los medios que se emplearon en la búsqueda de su padre. Fueron los que fueron. A ella le parecen insuficientes. Los perros, sin referentes, se perdían en el monte, no encontraban rastros y, pese a la enorme colaboración ciudadana, quedaron amplias zonas del monte sin ser revisadas a fondo.

Lino siempre salía con tabaco y caramelos, pero en la búsqueda no se halló ni una sola colilla, ni un solo envoltorio. No hay ninguna explicación plausible para su desaparición: «Parece que cando desaparece unha persoa maior lle damos menos importancia. Pero a vida, en que se mide? Eu teño dor por meu pai. E sufrimos todos na miña familia. Paréceme que a nós déronnos menos dereitos. E iso doe moito. E dá unha rabia terrible».

En dos meses se cumplirá ya un año de la desaparición de Lino sin que la familia sepa nada más de lo que sabía durante aquellos días en que se afanaban en su búsqueda. Y anímicamente no están mejor.

Alba está ahora en uno de los momentos que más deseó en los últimos años: haciendo prácticas como profesora en un colegio: «Pero non o disfruto. Xa non podo estar concentrada ao cen por cen en nada. Non podo sacar isto da cabeza. É moi duro».