Un rescatador en los Picos de Europa

andrea presedo, m.c. REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

El lucense Carlos González es uno de los diez guardias civiles que forman el grupo de ayuda de la base de Potes que salvó el domingo a los alpinistas de Vigo

28 jul 2016 . Actualizado a las 13:14 h.

El Mustallar toca el cielo en Lugo. Son más de 1.900 metros de alto que sobresalen entre los montes rasos de Os Ancares. Es la alta montaña de la provincia en la que nació Carlos González, uno de los diez guardias civiles del Grupo de Rescate e Intervención en Montaña de la base de Potes, en Cantabria. El equipo fue el encargado de poner en marcha el operativo de rescate de los dos vigueses que se perdieron el domingo en Peña Olvidada. Como en cualquier intervención, precisan de quince minutos para prepararlo.

Carlos nació en Lugo capital, tiene 36 años, pero ya acumula trece de experiencia en rescate de alta montaña. Se formó en Jaca y en El Pardo, en Madrid, aprendió a trabajar con su perro. Ha estado en decenas de operativos, más de uno de alto riesgo, como el realizado hace seis años en el macizo central de los Picos de Europa. Un grupo de escaladores había perdido a un compañero, que había resbalado y caído por una ladera. «Era una zona complicada porque había desprendimientos. Durante el rescate, se te pasan muchas cosas por la cabeza, pero sobre todo queríamos encontrar a la persona. Al final, resultó que cuando llegamos ya no estaba con vida», recuerda.

Pero por muy complicado que resulte un rescate, los peores son los que se realizan en el interior de una cueva. Son largos, como mínimo suelen durar un día, y no pueden contar con el apoyo del helicóptero.

Ser rescatador de montaña no es un oficio sencillo. Hay que tener mucha formación. Entrenar cada día. En la base de Potes alternan las guardias de 24 horas con los entrenamientos de actividades relacionadas con el alpinismo como pueden ser las escaladas continuas de ocho horas, la espeleología? «Tenemos que estar preparados para cualquier tipo de situación», explica. La verdad es que no solo ellos han de hacerlo. Los perros no dejan tampoco de estar alerta. «Los adiestramos para que si una persona está de pie no ladren, pero si está acostada, lo hagan para avisarnos», apunta Carlos.

En invierno, los simulacros son un poco diferentes al verano. «Trabajamos avalanchas de nieve. Hacemos agujeros bajo la nieve como si fueran cuevas para que un compañero se esconda y los perros sean capaces de localizarlos». En este caso el perro no ladra, sino que, si huele a una persona, rasca la superficie de la nieve. En caso de perderse, lesionarse o quedar atrapado deben de avisar cuanto antes al número 112 o también al 062. «Nosotros siempre intentamos hablar con la persona directamente para saber en qué estado se encuentra y así preparar el rescate en función a sus necesidades», explica Carlos, quien no duda en remarcar la importancia de la estación del año, ya que «en verano una rotura de tobillo no genera mayor problema, pero en invierno esa misma lesión puede derivar en hipotermia».

Y es que, con la altura y el tiempo inestable, aún en verano, las temperaturas en alta montaña pueden bajar hasta seis grados en un mismo día. «Tenemos que saber medir nuestros límites», concluye.