La vida en un centro de menores: «Nuestros niños no son niños con problemas»

maría santalla REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

MARCOS MÍGUEZ

Así es la vida en el centro de menores Lar A Mercé, de Oleiros, en el que conviven 28 chicos de entre 4 y 18 años

24 abr 2016 . Actualizado a las 17:55 h.

No hablaremos de normalidad, porque cuando la normalidad existe no se la nombra. Pero todas y cada una de las palabras de Tito Piñón, director del centro de menores Lar A Mercé, en Santa Cruz (Oleiros) van encaminadas a reforzar una idea: «Nuestros niños no son niños con problemas, son niños cuyas familias tienen problemas. Vienen con su mochilita cargada con esos problemas y la idea es que los superen». Descargar esa mochila es el cometido en el que se afanan los doce profesionales que trabajan en el centro de A Mercé, uno de los 75 que se encargan en Galicia de la protección de menores.

A solo unas decenas de pasos del mar de Santa Cruz, el centro dispone de 8 plazas de atención de día y veinte residenciales. Distribuido en tres plantas, como tres pisos familiares independientes pero comunicados entre sí, cada uno de ellos tiene su propia cocina, su biblioteca, su sala de estar y, por supuesto, sus habitaciones.

Al otro lado de las paredes viven las monjas de la comunidad religiosa de la que depende el centro, concertado con la Xunta. Son sus vecinas, pero no intervienen en la actividad ni en el funcionamiento del centro. De hecho, recalca el director, el respeto a las creencias religiosas es una de las premisas de una institución en la que coinciden niños de varias confesiones. «Tenemos mucho cuidado en todos los aspectos, también en el tema de las creencias relacionadas con la alimentación. Celebramos la Navidad, por ejemplo, pero despojada de su carácter religioso». Sobre las camas de muchas habitaciones cuelgan símbolos católicos, pero los niños pueden retirarlos si lo desean y en muchos dormitorios, de hecho, ya no están.

Los habitantes de este hogar tienen libertad para decorar sus cuartos, así que cada uno de ellos adquiere un poquito de la personalidad de sus ocupantes. Hay muchos peluches pero, sobre todo, hay muchas fotos: retratos suyos, de sus amigos y, por supuesto, retratos de sus familias. Fotos en las paredes, fotos en las estanterías, fotos en la mesilla y hasta fotos en los cojines. «Para ellos son muy importantes las fotos, y aquí también hacemos muchas. Cada uno tiene su álbum con las fotos que vamos haciendo y cuando se va se lo lleva. Queremos que su estancia aquí no sea algo oscuro».

MARCOS MÍGUEZ

Por la mañana, en el centro todo es silencio. Los niños se van al colegio y en las instalaciones solo queda el personal encargado de lavar y planchar su ropa y de preparar la comida. «Procuramos que no vayan todos al mismo colegio», explica el director. Normalmente no hay problema, pero a veces ocurre que «aunque tengas plaza en el centro no la tienes en el sistema educativo, y entonces no puedes aceptar a ese niño».

A partir de las dos de la tarde vuelve el alboroto al recinto. Los niños regresan del colegio y toca poner la mesa y comer. Cada uno en su piso. Después, siguiendo la lista de tareas, los encargados de fregar se ponen a ello. De acuerdo con su edad, los chicos se responsabilizan de determinadas labores domésticas y de mantener el orden de su habitación. Es una enseñanza no solo para ellos: «Tratamos de que los niños actúen también como vehículos de cambio para que modifiquen hábitos en casa».

Por las tardes suelen tener actividades fuera del centro. Pero en su tiempo libre utilizan la biblioteca, cuyos fondos se renuevan periódicamente, y las salas de estar. Aunque tienen ordenadores, que usan bajo supervisión de sus educadores, uno de sus pasatiempos preferidos son los juegos de mesa. «Les suelen gustar más que la televisión», dice Tito Piñón. El fin de semana los mayores, que tienen su paga, pueden salir con sus amigos, y a veces también llevan invitados al centro.

La idea es que los niños estén en el centro el menor tiempo posible, bien porque vuelvan a su casa o porque vayan a una familia de acogida. Pero eso no siempre es posible. «Hay algunos que llevan mucho tiempo aquí». Hay habitaciones de tres y dos camas y alguna individual, y a veces los más veteranos reciben el premio de tener su propio cuarto. En A Mercé viven chicos de entre 4 y 18 años. Cuando llegan a esta edad, si no consiguen una prórroga vuelven a la familia. Habitualmente, tengan la edad que tengan, siempre quieren volver a casa: «Independientemente de cuál sea la situación de su casa, siempre quieren volver. Y cuando hay mamá, más». Mientras, su hogar está en Santa Cruz.