«No me quieren arriba»

R. Domínguez A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

Antonio Peña
Antonio Peña PACO RODRÍGUEZ

Antonio Peña fue el primer trasplantado de corazón en Galicia. Ocurrió hace un cuarto de siglo en el Chuac. Tiene 85 años y vive solo en su casa de A Coruña

29 oct 2019 . Actualizado a las 12:35 h.

«Todos tenemos un destino» dice Antonio Peña. Y el suyo se acerca cada vez más a la profecía del cirujano que hace 25 años le puso en el pecho un latido nuevo. «Alberto Juffé ya me dijo que llegaría a los 100 años», cuenta. Tal día como ayer, pero hace un cuarto de siglo, Antonio se convertía en el primer trasplantado de corazón en Galicia. Fue en el Hospital A Coruña, donde cada año se soplan velas por una operación que, abriendo puertas, cerró el peregrinaje a Madrid de los gallegos que necesitaban un recambio vital para seguir respirando.

Antonio tiene 85 años «y un corazón de 44», bromea este hombre que vive solo y, a pesar de la fortuna de aquella segunda oportunidad, dosifica sus sonrisas. Por los vaivenes de una existencia que ha tenido de todo un poco, muchas lágrimas incluidas, y un algo de excepcional.

El pulso que le regaló aquel joven vallisoletano cuando se dejó la vida en una cuneta le dio también el pasaporte a lo que nadie puede ni tan siquiera imaginar. «Duelen tanto los hijos...», lamenta quien ha sobrevivido no a uno, sino a sus dos descendientes. Atrás se ha quedado también Laura, compañera de días y noches durante 63 años y «mi segunda doctora», como la describe un hombre metódico que hoy convive con los recuerdos.

«Muy bien, me voy encontrando muy bien, aunque estoy sordo y apenas veo por un ojo; tengo estos defectos, que ya son bastantes», repasa coincidiendo con un aniversario en el que tampoco están sus amigos de la infancia. «Soy el más viejo de la Gaiteira», dice no sin sorna mientras reparte anécdotas en la partida que cada tarde lo lleva a su barrio natal. Prefiere el tute al cinquillo, aunque se acomoda a lo que se tercie en el tapete con la pandilla que más distracciones le proporciona en unos días en los que «el reloj parece que está parado».

«Me valgo yo solo»

La memoria de Antonio rivaliza con la fortaleza de su corazón. Enumera nombres y vivencias con la precisión con la que se mide el azúcar, se pincha la insulina o cuenta las veinte pastillas de cada día y para las que su mujer, que «ya sabía que se iba -advierte- me compró una caja como la de los tornillos de los mecánicos, para que no me confundiese». «Me valgo yo solo», recalca. Y solo ha pasado las dos últimas nochebuenas «con pan y queso», pese a los múltiples ofrecimientos para compartir mesa y compañía: «No quiero amargar a nadie, hoy me toca a mí, y mañana a otro», reflexiona.

En la lotería de la vida, a él le tocó ser el primero en despertarse en Galicia con un corazón de otro. Se acercaba Semana Santa y por entonces no había móviles. «Siempre tenía que haber alguien en casa», cuenta. La mañana del 5 de abril sonó el teléfono y la maquinaria se puso en marcha. Confiesa que entró en el quirófano pensando «no sé si saldré de esta». «Laura me contó que supo que todo iba bien cuando vio que llevaban coca-cola y bocadillos a los médicos», explica Antonio, cuyo primer recuerdo al despertar «fue que me encontré con que ya podía respirar, que me entraba el aire en los pulmones». No olvida tampoco que, tan delgado que «era todo orejas», pidió un flan y que consiguió que, tras noches en vela, su mujer se fuese a casa «diciéndole que no podía estar en la habitación conmigo, que me quitaba el oxígeno».

Se deshace en elogios para un equipo médico del que acabó conservando amigos, e ironiza con que «mucho miedo tenían a que muriese, porque los que venían detrás a lo mejor ya no iban a querer operarse».

Cada día, Antonio se levanta a las 8.30, pasea por Monelos «porque me mandan andar», come a las 13.30 y no duerme la siesta para no robarle sueño a la noche. A cambio, ve Saber y ganar y coge camino a la peña de amigos para echar la partida... hasta el atardecer. «Así va pasando la vida», comenta.

«¿Que cómo lo voy a celebrar? No sé ni lo que voy a comer...», dice. Sí tiene pensado comprarse un traje nuevo para el acto oficial que preparan en el Chuac. La ocasión lo merece. «Siempre pensé que moriría, que tenía cierto plazo... y mira, otros se han ido antes... No me quieren arriba, debo ser malísimo».